A veces me pregunto si otras personas se visualizan viviendo en la tercera guerra mundial. Pienso si las personas que vivían en Europa el 28 de junio de 1914 dimensionaban que los eventos que sucedían ese día escalarían hasta convertirse en la Primera Guerra Mundial y, realmente, realmente no lo creo. Pero lo cierto es que poco más de dos meses después del asesinato del heredero al trono Austro-Húngaro, el primer ataque armado tendría lugar y, de ahí en adelante, el mundo viviría muchos años de violencia, terror, destrucción, hambruna y caos socio-económico.
Para 1915 comenzaba a quedar claro que no sólo las armas provocarían muerte como resultado del conflicto. La Gran Hambruna de Monte Líbano tomó la vida de más de 200.000 personas durante el período 1915-1918, aunque se estima que los números reales podrían ser superiores.
La pandemia de gripe española, que supuestamente comenzó en 1918 (aunque algunas investigaciones parecen indicar que fue incluso antes, entre 1916 y 1917), fue fuertemente impulsada por condiciones insalubres y de hacinamiento en campamentos militares en EEUU, con personal militar que posteriormente era trasladado a luchar en la guerra en Europa, facilitando el contagio y la muerte de entre 20 y 50 millones de personas.
Por otro lado, se estima que entre 1917 y 1919, la Hambruna Persa junto con la epidemia de gripe española, cólera y tifus, acabó con la vida de más de 2 millones de habitantes de Persia -con algunos estimados llegando a los 10 millones de muertes-; hoy en día conocida como Irán.
A pesar de que la retórica de figuras políticas y de muchos noticieros aún no permite mencionar lo obvio – ¿Quién querría hablar de Tercera Guerra Mundial cuándo el mundo apenas comienza a ver la luz después de más de dos años de confinamiento por un virus o cuando la catástrofe por el cambio climático se asoma en el horizonte? – es muy probable que la Tercera Guerra Mundial ya haya comenzado y aún no nos hayamos dado cuenta, o no nos atrevamos a decirlo en voz alta.
El gobierno de Ucrania alega que Rusia le ha robado alrededor de 500.000 toneladas de trigo. Típicamente este trigo es comprado por más de 10 países africanos, además de Pakistán Indonesia, Bangladesh, Sri Lanka, Turquía, Líbano y Vietnam; muchos de ellos ahora se enfrentan al dilema de comprar trigo robado y comercializado por asesinos, o enfrentar una crisis alimentaria que llevaría a la hambruna y muerte de millones de personas.
Mientras tanto, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas estima que el ya alarmante panorama de 811 millones de personas en el mundo que sufren de hambre podría verse aún peor, con otras casi 50 millones de personas siendo empujadas al borde de la hambruna debido a las repercusiones de la guerra en Ucrania – incluyendo directamente la importación/exportación de alimentos, así como el impacto indirecto sobre otros productos debido al aumento en los precios del combustible y la energía.
Y todo esto es solamente analizando muy superficialmente el tema de la seguridad alimentaria que, como veremos a continuación, no es el único.
Evidentemente, la catástrofe también se vive en el sector energético y de combustibles, como nos queda claro también a nosotras y nosotros, a cientos de miles de kilómetros de distancia de Ucrania. Vemos acá el impacto en el precio de la gasolina y el diésel, pero para los países que no tienen la capacidad de producir su propia energía con recursos renovables, la situación es aún peor. En otros países el impacto energético se vive como dificultad o imposibilidad para cocinar, para mantener la calefacción, el aire acondicionado, o incluso las industrias que mueven y sostienen la economía; como es el caso de Alemania cuya demanda energética hasta hace poco era abastecida en un 55% con gas ruso.
Algunos países han incluso revertido leyes que pretendían desacelerar el cambio climático, combatir el calentamiento global y disminuir la emisión de gases mediante el cierre de centrales eléctricas de carbón; reduciendo aún más la ya vulnerable e incierta probabilidad de que este mundo permanezca habitable para las futuras generaciones.
Me pregunto si otras personas son conscientes de que es muy posible que este sea nuestro 1914, y también me pregunto qué se podría hacer para que nuestros 1915, 1916, 1917 y 1918, etc., sean proporcionalmente diferentes a lo que fueron esos años.
Las dos primeras guerras mundiales causaron mucha destrucción y acabaron cuando se acorraló a los principales agresores hasta su rendición, y nada de eso se logró unilateralmente, sino que fueron necesarias coaliciones defensoras que tardaron meses o años en consolidarse. Tampoco ha dado resultado esperar a que principal agresor tenga una epifanía y se convierta al bien; por el contrario, la historia nos dice que eventualmente terminan incorporando sus propios aliados en la ecuación, agravando el problema.
Sería complicado y extenso mencionar aquí los intereses y agendas individuales de cada uno de los países de las Potencias Centrales al sumarse a la I Guerra Mundial o los del Eje en la II Guerra Mundial, pero claro que existían objetivos comunes entre sus aliados.
En la actualidad, los retos mundiales inmediatos y, por tanto, muchos de los objetivos comunes, tienen que ver con la economía, el comercio, los recursos energéticos y los alimentos, y transversalmente se encuentran visiones sobre los derechos humanos. Por esto, aunque queramos restarle importancia, los votos en la Asamblea General y en cada uno de los Consejos específicos de las Naciones Unidas, nos hablan claramente de una polarización que se consolida cada vez más en términos de ideologías y modelos sociales, económicos y políticos. En esos votos vemos un gran apoyo a Rusia por parte de países como China, Corea del Norte, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Bolivia, Vietnam y Siria, así como algunos países africanos, entre otros; y vemos también una abrumadora “neutralidad” por parte de muchos otros países africanos y de países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
Seguir observando la guerra como un problema bilateral nos resta perspectiva sobre movimientos a mayor escala que favorecen la consolidación de grupos de aliados con intereses en común. Centrarse en el ataque armado únicamente; dejando de lado aspectos geopolíticos y económicos, crea puntos ciegos que, a futuro, podrían generar problemas mayores para los países que hoy en día se consideran “espectadores”.
De especial atención deberían ser las acciones de China en medio del conflicto. A estas alturas no es sorpresa que China se proyecta como la próxima súper potencia mundial. De hecho, según la métrica que se observe, se podría argumentar que quizás ya ostenta esa posición.
En discursos políticos la posición de dicho país sobre la guerra ha sido ambigua, pero en votaciones de Naciones Unidas sobre esa materia, así como en decisiones prácticas, no queda mucho espacio para dudar que el país asiático está del lado de Rusia. De igual forma, los análisis sobre convergencias y divergencias del caso Rusia-Ucrania y China-Taiwan se han intensificado en las últimas semanas, esbozando paralelismos entre las ambiciones de ambos países.
El crecimiento económico de China, impulsado por el comercio, ha venido acompañado de una agresiva campaña de inversión en infraestructura local e internacional. Desde hace varios años China ha tomado la delantera mundial en inversión extranjera en infraestructura de energía renovable o de descarbonización con amplio margen. Compañías constructoras y grupos de inversionistas que típicamente dominaban el mercado han externado su preocupación ante lo que consideran competencia desleal por parte del país asiático: Las empresas de construcción pertenecientes o con relación al gobierno Chino ofrecen además oportunidades de financiamiento con dicho gobierno bajo condiciones especiales y muy difíciles o imposibles de igualar por sus competidores, reduciendo los costos para el cliente final, y aumentando su alcance en cuanto a número de proyectos y países en los cuales trabajan.
Un estudio comparativo del Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible (IISD) realizó un metaanálisis sobre los impactos de sostenibilidad de la inversión directa en el exterior (ODI, por sus siglas en inglés) por parte de China. El estudio identifica preocupaciones en múltiples direcciones: 1. Por el control que ejerce China sobre los países receptores de inversión en infraestructura, así como por el desequilibrio comercial, especialmente cuando la relación comercial es con países en desarrollo; 2. Por lo problemáticos que resultan los estudios de impacto ambiental llevados a cabo por empresas chinas en el exterior; 3. Por el acercamiento comercial teñido de competencia desleal; presentando opciones “sin condiciones” para el financiamiento y la construcción de infraestructura o la extracción de recursos naturales; 4. Por la falta de transparencia de las compañías chinas que aumenta la corrupción y los impactos negativos en la gobernabilidad en los países anfitriones menos desarrollados.
Volviendo a la situación con Rusia; a inicios de marzo de este año The New York Times compartía un artículo, citando diversos reportes y fuentes oficiales, en el cual se menciona que China sabía de las intenciones de invasión por parte de Rusia mucho antes de que esta se llevara a cabo. Según se comenta, desde noviembre del año pasado el gobierno de EEUU inició una campaña para prevenir el conflicto, confrontando a Rusia e informando a países pertenecientes a la OTAN y a China.
A pesar de esto, 20 días antes de la invasión rusa, el día inaugural de los Juegos Olímpicos Beijing 2022, el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, y Vladimir Putin declaraban conjuntamente una asociación “sin límites”, apoyándose el uno al otro sobre sus posturas respecto a Ucrania y Taiwán, respectivamente, y con la promesa de colaborar más contra el Oeste. Información posterior sugiere que China incluso solicitó a Rusia esperar a que hubieran finalizado los juegos olímpicos de invierno para realizar su ataque.
Cuando hace unos días circularon noticias sobre la presencia o el aumento de tropas rusas en Nicaragua recordé una nota de la agencia rusa de noticias, Sputnik, de mediados de diciembre del año pasado, y que posteriormente fue compartida por un medio local, en la que se hablaba del restablecimiento de las relaciones entre China y Nicaragua para acelerar el proyecto del Gran Canal Interoceánico o Canal de Nicaragua. La noticia emergía horas después de que el representante del grupo HKND, principal inversionista del proyecto del canal, el empresario chino Wang Jing felicitara al presidente de Nicaragua por reiniciar relaciones con China después de su “victoria” electoral.
Según una comunicación divulgada por el Gobierno de Nicaragua, el señor Jing expresó: «Nicaragua está destinada a convertirse en el eje más importante de la «Franja y Ruta» a través del Pacífico y el Atlántico, un centro emergente que promueve la economía, el comercio, la tecnología y la cultura entre el este y el oeste, un faro que representa a gran amistad entre los pueblos y simboliza la búsqueda de la libertad, la prosperidad y la civilización en nombre de los pueblos del mundo».
A pesar de las ventajas político-comerciales que un proyecto así significaría para Rusia, China y otros socios, varios estudios de impacto ambiental subrayan con temor los potenciales efectos hidrogeológicos que enfrentaríamos en Costa Rica, incluyendo los referidos a los recursos hídricos superficiales y subterráneos, y su repercusión en los ecosistemas. Habría que sumar además las repercusiones socio-económicas y políticas que un proyecto de esa naturaleza tendría para otros países.
Por su parte, fuentes oficiales de Washington tachan la presencia de tropas rusas en Nicaragua y las subsecuentes declaraciones hechas por Rusia como una provocación; como lo fue en su momento la crisis de los misiles en Cuba. Aun así, es una provocación y una amenaza con alcances globales.
De todas formas, si de algo podemos tener certeza es que, como consecuencia de la guerra de Rusia en Ucrania, morirán también muchas personas fuera de las fronteras de Ucrania y muchísimas otras verán cambios drásticos en su calidad y estilo de vida que, dependiendo del desenlace de esta situación, podrían perdurar por décadas. Por esta razón, las intervenciones que se realicen en las próximas semanas deben contemplar todas las cartas y dimensionar la magnitud del conflicto, no desde lo que quisiéramos o nuestras ilusiones, sino desde lo que objetivamente tenemos en frente: una guerra de dimensiones mundiales.
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