El escritor Manuel Vázquez Montalbán decía con cierto atrevimiento que toda la literatura, absolutamente toda, decía él, podía dividirse entre dos tipos de novelas: policiacas y de amor.

Y aunque se refería a novelas, creo que su osadía calza a propósito del libro de relatos de Etty Kaufmann porque con ligereza podríamos ubicarlo en lo de policiaco: en él hay crímenes, cómplices, jueces, cárcel, policías y, muy en especial, una punzante persecución de la verdad por parte de su autora, tanto, que su lectura nos va llevando poco a poco y con buena alevosía a la pregunta sobre los verdaderos culpables: quién o qué o quiénes son los responsables de que casi niños y niñas en nuestra sociedad en común, terminen con una arma en la mano a los 12, 13, 14, 15 años, cometan delitos graves hasta el homicidio y sean encarcelados como adultos, para invisibilizar el verdadero crimen. El crimen del no-amor. Y así entonces, siguiendo la clasificación ligerita de Vázquez Montalbán, más bien ubicaría el libro de Etty Kaufmann en la literatura del amor.

Porque el acto de escritura de Etty a lo largo del proceso de concepción, investigación y reescritura de “Invisibles” ha sido minuciosamente eso: un extremo acto de amor a las prójimas y a los prójimos casi niños y niñas que ella, desde su aproximación como psicóloga, pero sobre todo con la compasión profunda como impulso, quiso mostrar en sus aciagas circunstancias, variaciones del mismo crimen social, y así tomó una decisión asimismo valiente: hacerlo con la flexibilidad de la literatura para lograr aprehender la verdad.

“Invisibles” entonces, ¿se trata de no ficción matizada de ficción o de la documentación de un trabajo de psicología y criminología? La pregunta resulta bien ociosa en este caso y en el contexto de la literatura actual.

En “Invisibles” se diluyen las fronteras entre géneros literarios y resulta irrelevante cuánto de crónica, de no ficción, de testimonio, de entrevista o de ficción contiene, cuando, al cabo, cuenta historias dramáticas, hay personajes, conflictos, atmósferas, hilo conductor, diversos clímax y desenlaces y lo primordial: cómo lo ha escrito Etty para hacer estallar dentro de nosotros una conmoción, colocando en nuestro imaginario quizás poco realista, una realidad que no es ficticia y que urgía visibilizar.

Etty, conocedora del poder de alusión de la literatura, en “Invisibles” no acusa pero infiere, no señala pero devela.

Vuelve a su pluma transparente como un cristal que refleja sin juzgar, y a la vez, con esa misma cualidad del cristal, hace relumbrar filos que cortan, como lo hacen a sí mismos sus protagonistas para distraer el verdadero dolor que los acucia. Pero no olvidemos: el cristal es también frágil, y he ahí que captamos cuánto de su sensibilidad puso en juego la escritora para reflejar y cortar a la vez, superando con conmovedora valentía su propia fragilidad; se sobrepone porque no olvida su cometido: mostrar cómo la anomalía ha engendrado la anomía. La repetida anomalía de la inequidad social y económica, despojando de normas a la adolescencia y a la niñez al desproveerlas de lo esencial: el cuido, el afecto, la protección.

Otra estrategia del libro es que, a la vez que no la esconde, vuelve sutil la figura de la psicóloga como enlace de las historias en las páginas de transición entre ellas. Ella está, pero el libro para el público no se trata de un análisis de su trabajo ni de sus objetivos con él, sino de relatar a estas personas adolescentes al filo de abismos y habiendo saltado en ellos.

Cuando en los comienzos de la escritura de estas narraciones, testimoniamos en el Taller sus compañeras y yo lo que Etty estaba abordando, nos quedamos sin aire. Etty en el filo, ella misma a punto de cortarse. Nos dábamos cuenta la envergadura del proyecto y lo que ya estaba logrando con solo poner en cada entrevista su sensibilidad respetuosa al servicio del otro, de la otra, y entonces queríamos alentarla, acompañarla porque sabíamos que debía ser muy valiente y no cejar ante el dolor que entrañaba cada historia en sí misma y para sí misma.

Este libro confirma que la literatura es en el fondo, una escucha reverente.

Quizás a algunas personas el libro “Invisibles” les resulte muy duro, o lo hubiesen querido diferente, y es posible que, más bien, con toda bondad no es que quieran un libro diferente sino una realidad diferente: Etty nos la pone enfrente como narradora que no juzga y sabe detenerse para que nosotros los lectores completemos el trasfondo.

En sus pocas pero macizas páginas, “Invisibles” no solo pone de relieve la violencia de la herida en las almas adolescentes, por sus vidas en medio de la obscena desigualdad económica y social y la brutal violencia intrafamiliar, también la indiferencia e inoperancia del sistema educativo; la inadecuación del sistema carcelario; el creciente poder tentacular del narcotráfico que se los traga; la crueldad del aparato judicial que vuelve a hacerlos pedazos con cada norma, como cuando les arrebatan a las madres en reclusión a sus bebés al llegar estos a los 3 años; o si frente a los delitos cometidos en la pubertad, esperan a juzgarlos al cumplir la mayoría de edad, imponiéndoles castigos desacordes que los empujan de nuevo al delito y por ende a la cárcel o a la muerte prematura.

En el libro incide como contrapunto el alivio de la ternura, esos destellos en algunos de los relatos donde la redención la procura lo cotidiano, el momento presente como único resquicio donde colocar esa ternura: como el inolvidable custodio Gervasio, llamado don Paz por los muchachos y su esmero con su propia familia para que ninguno de los suyos se vaya a salir por la tangente que cercena como un puñal; las galletas y lápices de dibujo que reparte entre todos la muchacha que viene a ver a su hermano; o la

instauración del día de la olla de carne por la cocinera; o el momento del huevo frito como epítome del enamoramiento entre uno y otra. Y los toques de imaginación benevolente de Etty al puntuar al adolescente artista, o la visita carcelaria del amigo que logró salir de la cuartería y evitó la caída por su dedicación al piano, y tocan juntos la pianica y la dulzaina.

A fin de cuentas, ¿es ineludible el destino de estos muchachos y muchachas por causa de su entorno? ¿Es que no somos todos cómplices de sus acciones?

Con su nombre, con su historia, cada persona de “Invisibles” gravita ahora dentro de nosotros y forma parte de las tareas pendientes de nuestra colectividad; nos completan humanamente si buscamos con sinceridad la justicia, la equidad, la paz y la armonía.

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