La palabra llama la atención, muchas veces genera desagrado, incomodidad entre las o los interlocutores. Genera debates académicos, noticias, ¿es acaso una moda? Vale la pena dedicar unas palabras este 8 de marzo (8M) al fenómeno que se da cuando una persona se denomina feminista.

La reflexión que titula esta pequeña nota, afloró durante una conversación casual con un hombre en sus veintes. Surgió el tema de la igualdad de género e ineludiblemente reafirmé que me considero feminista. “No serás de esas feministas ¿verdad?”, haciendo una mueca de disgusto.

¿De cuáles feministas hablaba? ¿De aquellas que rompen objetos y rayan paredes en vías públicas, de las que marchan con los pechos desnudos y las caras cubiertas, de las que están enojadas y no reclaman sus derechos de “la manera correcta”? Probablemente también se refería a aquellas que continuamos apuntando las que, parecen no ser tan evidentes para algunos (en masculino), discriminaciones de género e injusticias, que siguen siendo el pan de cada día para las mujeres en todo el globo.

El sentido nuclear de la problemática radica en la noción de feminismo y la constante tergiversación del concepto. El feminismo por definición (esta vez haré uso de la RAE, sin perjuicio de que se trate de una institución bastante apartada del referido concepto) es el “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre” y, en segundo lugar, se define como el “movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”.

Desgranemos el contenido del concepto. La igualdad a la que alude el feminismo es fundamental para entenderlo. Esta igualdad implica recibir los mismos derechos formales, entiéndase con esto, oportunidades económicas, sociales, culturales, educativas, de salud, de trabajo. En síntesis, en todos los aspectos vivenciales. También implica el reconocimiento de que históricamente han existido discriminaciones sistemáticas y estructurales que llegaron a normalizarse y que, hoy en día, continúan normalizadas. Por lo tanto, a pesar de que existen avances en las normas en pro de la igualdad, en el plano de la realidad, la cuestión resulta ser diferente en la mayoría de los casos.

Tener un derecho significa la voluntad y la libertad para ejercerlo y disfrutarlo. La garantía de este derecho, entonces debe activarse por medios formales y materiales para que sea real, sino la garantía es imperfecta e inadecuada. Estos derechos deben ser garantizados por el sistema jurídico y protegidos por el Estado.

En palabras más sencillas, la igualdad de género será alcanzada solo cuando los derechos sean aplicados desde una perspectiva de género, que a su vez supone que hombres y mujeres —desde un punto de vista binario de género, solo con el fin de simplificar el argumento— sean concebidos iguales desde sus diferencias propias. No es suficiente el discurso irreflexivo e irreal que la norma ya nos concibe iguales a hombres y mujeres.

Esto último es esencial para entender el feminismo. Todos los seres humanos deben ser tratados con igualdad y dignidad. Cabe apuntar que la igualdad no es tratar a todos de manera exactamente igual, sino que este principio conlleva la no discriminación o discriminación positiva, es decir, el tratamiento desigual en situaciones y necesidades desiguales; igualdad en provisión y distribución de recursos, de acuerdo con las capacidades básicas que hagan posible la autonomía personal. Lo anterior tiene como objetivo corregir discriminaciones estructurales que fueron históricamente perpetuadas injustificadamente.

¿Por qué necesitamos el feminismo y visibilizar el movimiento por medio de la marcha del 8M, por ejemplo, pero no exclusivamente? Porque 2.400 millones de mujeres en el mundo no tienen los mismos derechos económicos que los hombres, porque América Latina tiene el índice de femicidios más alto por cada 100.000 mujeres, porque 736 millones de mujeres han experimentado alguna vez en su vida violencia física o sexual por parte de una pareja o violencia sexual perpetrada por alguien que no era su pareja, porque las mujeres son la población más afectada ante los conflictos y crisis humanitarias, porque se estima que 12 millones de niñas en el mundo son forzadas a casarse cada año. Estos solo son algunos ejemplos con cifras, existen múltiples y diversas razones por las que deberíamos considerarnos feministas, tanto hombres como mujeres.

No está de más apuntar lo que, después de esta explicación, resulta obvio: el feminismo NO es lo contrario a machismo. Podría incluso afirmar, que lo contrario a feminismo es la propia ignorancia del término. Algunos se empeñan en señalar que el movimiento feminista es nocivo y violento y busca la supremacía de las mujeres sobre los hombres. Nada se aleja más del sentido del feminismo que esto. No debería representar una idea loca o revolucionaria la igualdad entre hombres y mujeres, incluso por los medios de expresión que señalé en los primeros párrafos. En palabras de Mary Wollstonecraft, "no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas".

A partir de esta breve reflexión, invito a que, en futuras oportunidades, cuando se esté con la palabra “feminismo” sobre la mesa, no le tengamos miedo, no es una mala palabra. Es la sencilla idea en un mundo complejo, de que tanto hombres y mujeres merecen los mismos derechos, respeto y dignidad, para lograr el desarrollo integral como persona y en general, como sociedad.

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