Como cada año, tras el 8 de marzo, las críticas a la marcha del 8 M no se hacen esperar. Algunos medios y redes sociales se llenan de comentarios parcializados sobre lo ocurrido, ignorando el verdadero propósito de la manifestación: conmemorar y protestar contra la violencia y desigualdad que viven las mujeres.
He asistido pocas veces a una marcha del 8M, no por falta de deseo, sino por compromisos laborales, académicos o familiares. Sin embargo, este año, al caer en sábado, logré organizarme con amigas y colegas para participar. Lo que encontré fue una diversidad enorme de mujeres: distintas edades, historias y realidades, todas unidas por un mismo clamor. Caminamos desde el parque central hasta la Asamblea Legislativa, e incluso nos dimos un respiro para comer una empanada antes de retomar la marcha. Durante el trayecto, gritamos consignas, y una de mis favoritas sigue siendo: "¡Señor, señora, no sea indiferente, matan a las mujeres en la cara de la gente!"
Esa indiferencia duele. Duele cuando, en lo que va del año, 11 mujeres han sido víctimas de femicidio. Duele cuando la atención mediática se enfoca más en señalar situaciones particulares de la marcha que en denunciar estas muertes. Duele cuando otras mujeres, que nunca han puesto un pie en una manifestación, dicen que "esas feministas" no las representan. Y claro que no: la idea no es que una marcha represente a todas, sino que cada una tenga el lugar que merece en la sociedad para representarse a sí misma.
Hace poco culminé una maestría con enfoque de género, donde estudiamos al menos diez corrientes del feminismo. Porque, aunque a algunos les cueste entenderlo, el feminismo no es un bloque monolítico, sino un espectro amplio de pensamientos que incluso discrepan entre sí. Pero en los medios y redes sociales, las críticas a la marcha parten, muchas veces, desde el desconocimiento. Explicar teoría feminista en unas pocas líneas no sería suficiente, y aunque lo hiciera, sospecho que de poco serviría. Si hay quienes se indignan más por una marcha que por 11 muertes, no imagino cómo reaccionarían ante una clase magistral de teoría feminista.
Me limitaré a mencionar que, de todas las corrientes feministas, una de las más pertinentes para comprender esta diversidad de experiencias e incluso de participaciones sociales es la teoría interseccional. Propuesta por Kimberlé Crenshaw, esta perspectiva reconoce que la opresión no afecta a todas las mujeres de la misma manera, sino que está atravesada por otros factores como la raza, la clase social, la edad y la orientación sexual. No es lo mismo ser una mujer blanca de clase media que una mujer afrodescendiente en situación de pobreza; ambas enfrentan desigualdades, pero de formas distintas. La interseccionalidad nos permite entender que el feminismo no puede ser una sola voz, porque las mujeres no somos homogéneas.
¿Marché este 8M? Sí. Me representé a mí misma y caminé por aquellas que han sido silenciadas, por aquellas que no pudieron estar. Caminé por los niños, como mi hijo, que hoy ya no tienen a sus madres. Y seguiré marchando cuando así mis obligaciones me lo permitan, porque mientras la indignación de algunos se enfoque en la protesta y no en la violencia que la origina, seguirá siendo necesario salir a las calles y alzar la voz.
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