Disfrutar de una democracia plena como la costarricense nos permite comportarnos electoralmente como queramos. Votar como queramos o no votar, sin que incluso esto último le cause al abstencionista, siquiera, las consecuencias con que en otras democracias se sanciona no votar. Pero tener derecho a no votar, o a votar nulo o en blanco, no supone tener derecho a definir el sentido objetivo de ese comportamiento. Dicho de otro modo, aunque el sistema me permite votar nulo, en blanco o abstenerme, no me permite determinar la consecuencia de esa decisión.

Esto obedece a que el sufragio, aunque acto individual, se integra y adquiere su razón de ser en una decisión colectiva y eso, necesariamente, le impone constricciones a la libertad con que podemos ejercerlo. Así, la papeleta no es una hoja en blanco para la irrestricta expresión de la voluntad del elector. No. Aparecen en ella solo unas opciones y, más importante aún para el punto que quiero desarrollar, están reglados unos efectos determinados para todas las posibles inscripciones que allí se hagan. Es decir, usted puede tener el comportamiento más prescrito marcando en la papeleta con una X en la opción de su preferencia, el más irreverente dibujando órganos sexuales o el más subversivo llamando a la revolución, que igual la implacable aritmética electoral se encargará de traducir esa infinita creatividad en solo una de tres opciones: voto por una candidatura, voto nulo o voto en blanco. No hay más. Ni una sola más. De todas ellas, solo la primera convierte la papeleta en un "voto válidamente emitido". Y solo estos tienen un efecto electoral significativo.

Así es, el porcentaje de abstención, el voto nulo y el voto en blanco, no pasan de ser un dato estadístico sin absolutamente ninguna repercusión electoral. No inciden en la determinación de cocientes, subcociente y resto mayor en la asignación de escaños, no inciden en la obtención del 40% necesario para ganar la Presidencia en primera ronda (ahí hay un error en el artículo "Legitimidad de anular" de don José Manuel Arroyo) ni en la definición del ganador en segunda ronda. Ni siquiera inciden en la distribución, según caudal de votos, de la contribución del Estado a los partidos políticos.

Ahora bien, no obstante, el nulo efecto electoral de la abstención, el voto nulo o el voto en blanco, algunas personas se comportan electoralmente de esa manera para "transmitir un mensaje". Los que más he leído diciendo eso recientemente aluden a un mensaje contra el neoliberalismo y contra el irrespeto a los derechos de las mujeres que, según su opinión, encarnan los dos aspirantes en la segunda ronda. Algunos, incluso, apuntan a que ese "golpe al sistema" podría abrir el espacio político para el surgimiento de una alternativa realmente progresista, feminista, comprometida con las clases populares, etc. A esas personas, con respeto pero con franqueza, quiero decirles que el sentido que quieren darle a su decisión es ilusorio e innecesario.

Es ilusorio porque la abstención es un gesto básicamente inexpresivo, y los votos nulos y en blanco, muy ambiguos. Me explico: la inasistencia a las urnas puede deberse a una miríada de razones más allá de una protesta antisistema o contra los candidatos en competencia. El voto en blanco y el voto nulo sí manifiestan, con claridad, un rechazo a las candidaturas, pero no clarifican el signo de ese rechazo. Detrás de un voto nulo o de uno en blanco puede haber, ciertamente, alguien feminista o de izquierdas, que exige compromisos genuinos con esas luchas, pero, también, podría haber una persona que rechaza a ambos candidatos por ser "estatistas", "globalistas", o por no ser hombres de fe, conocedores y fieles a la Palabra.

Como todos esos votos en blanco o nulos, incluidos los de aquellos que expliciten en la papeleta con absoluta claridad el sentido de su protesta, serán categorizados y computados simple y lacónicamente como "en blanco" y "nulo", nadie, fundamentadamente, podrá atribuirle con certeza un sentido unívoco a un porcentaje de esos "votos protesta". Lo siento, pero es así. La subjetividad de la intención de su voto nulo o en blanco se difuminará en la objetividad aritmética de dos datos y dos categorias: X porcentaje de votos nulos y X porcentaje de votos en blanco, y nada más. En síntesis, podrá haber intención de dar un mensaje, pero no habrá mensaje, por la caja negra que supone la secretividad del voto y por la predeterminada codificación de signos del propio sistema.

Dicho comportamiento electoral, por último, es absolutamente innecesario. Eso que dicen, que de la abstención o del voto en blanco o nulo podría surgir la construcción de una plataforma que agrupe la inconformidad contra el proyecto neoliberal y lo dispute en las urnas en 2026... perdón, pero ¿quién impidió que eso surgiera para estas elecciones, o para las pasadas, o para las del 2014 o más para atrás? Si algo refleja la friolera de 25 candidaturas presidenciales en 2022 y la constante aparición de nuevas siglas en la Asamblea Legislativa, es que nuestra democracia es un sistema abierto y que no existen obstáculos objetivos que le impidan a los ciudadanos auto-organizarse en partidos y acceder a puestos de poder político. ¿De qué manera o por qué razón una amplia abstención o alto porcentaje de votos nulos o en blanco, el próximo domingo, se va a traducir o va a permitir que para el 2026 se consolide una plataforma progresista unitaria?

Mucha frustración y poca razón, se los digo con honestidad, y eso, decir lo que uno piensa sin pañitos tibios, es un gesto de lealtad y respeto hacia el otro. Lo que quizá no lo sea (es algo que no tengo claro, pero que me inclino a pensar), lo que quizá no es leal, es hacer un llamado activo a anular el voto. Miren, no solo a los candidatos cabe recordarles que sabían las reglas del proceso de competición al que se sometían antes empezar la contienda. A nosotros, como ciudadanos, también vale recordarnos que las reglas de este proceso de decisión colectiva las teníamos claras de antemano, porque son las que nos hemos dado como sociedad. Ni una sola de esas reglas se quebrantó. Tuvimos amplias posibilidades como ciudadanos para organizarnos o sumarnos a plataformas ya establecidas, ofrecer nuestras propuestas y convencer a otros en un clima de libertad irrestricta; y votamos, libremente, sin perturbaciones y por quien quisimos. Es cuestionable qué tan correcto es, qué tan leal es con la comunidad de la que somos parte, que ahora, de cara a la culminación de ese proceso de decisión colectiva, no de expresión individual, no, de decisión colectiva, como mi opción preferida no accedió a la segunda ronda (porque la mayoría no lo quiso) me cruce de brazos, frunza el ceño y diga que no participo (o que "participo" no decidiendo, que es, de hecho, no participar en la decisión). No sé, piénsenlo.

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