Las últimas semanas de enero parecían anunciarnos el inicio de una inminente guerra entre Rusia y Ucrania. Al menos eso era lo que nos decían la mayoría de medios internacionales dado a la retórica belicista que se ha generado entre Rusia, Estados Unidos y la OTAN, debido entre otras muchas cosas, a las 100 mil tropas rusas ubicadas en diferentes puntos estratégicos en la frontera con Ucrania.

Los encuentros diplomáticos entre Rusia, Estados Unidos y sus aliados europeos nos hacen deducir algo distinto a una inminente guerra. La continua comunicación entre las partes no ha encontrado una solución a esta disputa, pero lo radicalmente positivo en este contexto es que las puertas a futuros diálogos han quedado abiertas cada vez que las partes se han citado. Las partes implicadas han seguido apostando por la diplomacia. Por ende no podemos suponer que la guerra es inminente y que la suerte de millones de personas está en juego a pesar de la extrema gravedad de la situación.

Ucrania se ha convertido en un tema extremadamente complejo para simplemente deducir que el Kremlin es el principal culpable de toda esta situación. La arquitectura de seguridad europea de últimos 30 años se ha convertido en una verdadera amenaza para los intereses geopolíticos rusos. La OTAN por su parte ha continuado expandiéndose hacia el este, dejando de lado sus compromisos no vinculantes fijados con Rusia en el acta de Helsinki y la carta de París, de no incluir como nuevos miembros a los Estados que conformaron la antigua Unión Soviética.

La OTAN se niega a reconocer dichos compromisos deduciendo que su texto fundacional no le prohibe de vetar el ingreso específico a la organización a ciertos países. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, defiende que la organizaciónn nunca ha prometido no expandirse en torno a Rusia, y cita su texto fundacional en el que se establece que todos los Estados europeos pueden convertirse en miembros.

La órbita postsoviética se ha convertido en una obsesión para Putin. En las últimas décadas Polonia, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Rumanía, Letonia, Lituania y Estonia han ingresado a la OTAN, por lo que un posible ingreso de Ucrania a la alianza transatlántica sería la peor debacle geopolítica para Rusia desde la caída de la Unión Soviética en 1991. Putin está convencido de recuperar el  liderazgo ruso perdido durante la etapa de Boris Yeltsin en el poder, época en la cual la OTAN fue incorporando países de Europa del Este a su alianza.

Ucrania representa un territorio histórico para los rusos mucho antes de que la península de Crimea fuera conquistada por Catalina La Grande en 1783 y cayera completamente bajo el control ruso. Joseph Gerson, presidente de la Campaña por la Paz, el Desarme y la Seguridad Común, nos recuerda en un artículo publicado recientemente que “La dimensión ruso-ucraniana de la crisis habla por sí misma. Kiev fue fundamental para la creación de la nación rusa hace un milenio. El este de Ucrania siguió siendo un elemento integral de los imperios ruso y soviético durante siglos. Esta historia se ha visto reforzada por la responsabilidad autoproclamada de Rusia de defender a los eslavos de Europa, una poderosa corriente en la cultura rusa, sin mencionar sus lazos lingüísticos y religiosos con Ucrania. La mayoría de los rusos creen que Crimea y el este de Ucrania son intrínsecamente rusos, y no pocos extienden las reclamaciones rusas sobre Kiev”.

Lo acontecido en 2014, cuando el Kremlin anexionó a su territorio la península de Crimea, significó una victoria moral para los nostálgicos soviéticos. El apoyo popular a Putin aumentó considerablemente. La situación presente es distinta. Invadir el este de Ucrania o la totalidad del país conllevaría a que Rusia sufra una serie de sanciones nunca antes vistas y una dura resistencia militar ucraniana. En dicho caso Estados Unidos plantearía la activación de una regla de productos producidos en el extranjero que restringiría el acceso de Rusia a los escasos y valiosos microchips, básicos para la economía. Otra medida resultaría trascendental para toda Europa: la cancelación del proyecto de gasoducto Nord Stream (NS2), un proyecto controlado por Gazprom que busca transportar gas de Rusia a Alemania directamente por el lecho del mar Báltico sin pasar por Ucrania.

A pesar del alto costo que representaría una invasión rusa a Ucrania, Putin podría considerar que una nueva victoria, considerando la creación de un corredor entre Crimea y Donbás, en nombre de la “reunificación de tierras rusas” le dejaría en óptimas condiciones de cara a las elecciones de 2024. El discurso de la “Gran Rusia” se ha convertido en uno de los principales baluartes de la política rusa para justificar su expansionismo.

La dependencia energética que tiene Alemania con Rusia se ha convertido en un elemento fundamental para evitar la guerra en Ucrania. La interdependencia que representaría la ejecución de proyecto de Nord Stream II invoca a rebajar las tensiones y sobre todo a que no haya un conflicto armado que ponga en peligro la ejecución de este gasoducto.

Las negociaciones entre Estados Unidos, Rusia y la OTAN para evitar la escalada del conflicto continúan. Mientras la diplomacia imponga como mínimo la oportunidad de establecer comunicación entre las partes implicadas, los espacios de paz estarán triunfando sobre la ilógica de la guerra.

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