Cada 28 de enero se celebra el Día Mundial de la Protección de Datos. Una conmemoración conocida probablemente solo por quienes dedicamos gran parte de nuestro quehacer profesional a este tema. Sin embargo, la fecha representa una oportunidad perfecta para reflexionar sobre la importancia de la privacidad, y sobre los desafíos que están poniendo a prueba este derecho tan fundamental.
En los últimos años la privacidad y la protección de datos han pasado de ser temas “de los abogados” a acaparar la atención de la población en general, de los periodistas, de la academia y de los reguladores de todo el mundo. Este despertar generalizado no es fortuito. La transformación digital que vino de la mano de la cuarta revolución industrial y que la pandemia se encargó de acelerar, ha puesto de manifiesto, incluso para el ciudadano y ciudadana común, el valor económico y social de los datos, de “sus” datos.
Lo que antes pensábamos que eran servicios digitales “gratuitos”, como Facebook o Google, nos hemos dado cuenta de que no lo eran tal. Por cada servicio digital, plataforma o red social que consumimos, entregamos a cambio nuestros datos, captados a través del rastro valioso de cada movimiento que realizan nuestros dedos sobre la pantalla del celular y que queda registrado en los servidores y bases de datos de cientos de empresas y organismos públicos.
A partir de estos incontables “bits” de información, estas empresas pueden inferir exactamente quiénes somos, nuestras preferencias, miedos, inseguridades, estatus, condición socioeconómica, preferencia política, estado de ánimo y todo aquello que nos hace quienes somos. Y si hay algo que tiene valor en el mundo moderno es la información, especialmente información que permita manipular al maleable ser humano.
Esta recolección masiva de nuestros datos no es necesariamente mala. Ciertamente se trata de servicios que deseamos y que, en algunos casos, necesitamos. A cambio de entregar esos datos recibimos un servicio que nos hace la vida más fácil o que nos entretiene. Incluso, esos datos han servido para generar soluciones tecnológicas que permiten diagnosticar una enfermedad a tiempo y salvar vidas.
También estos servicios han dado de comer a pequeños emprendedores que dependen de las plataformas digitales para emprender o sacar su negocio adelante. La entrega y análisis de nuestros datos personales también son un insumo importante para la labor del Estado, para generar políticas públicas informadas y efectivas que resuelven realmente nuestros problemas.
Pero lo que sirve para el bien, sirve para el mal. Los datos personales se han utilizado para cometer todo tipo de crímenes, así como extorsionar, robar y suplantar la identidad de sus dueños. En la actualidad, la digitalización y las nuevas tecnologías han favorecido una explotación sutil pero también dañina de los datos y de las personas de carne y hueso detrás de éstos.
Las implicaciones sociales de este manejo irresponsable de la información no son menores y prometen acrecentarse conforme crece el impacto de la tecnología en nuestra vida. En particular, quiero destacar cuatro desafíos puntuales -entre los muchos otros que se podrían mencionar- que merecen nuestra total atención y una adecuada solución legal en el corto y largo plazo:
- Datos biométricos y reconocimiento facial: los datos biométricos de nuestro cuerpo son cada vez más codiciados. Si bien son útiles en ciertos casos, también son materia prima para tecnologías invasivas de reconocimiento facial que podrían habilitar una vigilancia masiva y permanente de la población. La legislación local no provee suficientes salvaguardas ante estos riesgos.
- Inteligencia artificial y tratamiento automatizado de datos: hoy en día los algoritmos de inteligencia artificial toman decisiones significativas a partir del tratamiento automatizado de nuestros datos. Las posibilidades de acceder a educación, a financiamiento, o a un tratamiento médico, dependen cada vez más de estos sistemas autónomos. Por ende, se necesitan lineamientos éticos y reglas que garanticen un uso responsable y no discriminatorio de los datos personales y la inteligencia artificial.
- Tecnologías inmersivas: la realidad virtual y aumentada son tecnologías novedosas que transformarán profundamente la manera en que nos relacionamos. Sin embargo, representan también un alto grado de intromisión en la vida privada. Los dispositivos utilizados para ese fin pueden capturar, a través de seguimiento ocular, información sobre nuestros deseos, preferencias, sexo, edad, etnia, peso corporal, rasgos de personalidad, hábitos de consumo de drogas, estado emocional, temores, intereses y preferencias sexuales (Kröger, Lutz & Müller). Todo ello a partir del análisis permanente de la reacción de nuestros cuerpos a determinados estímulos.
En el caso específico de Costa Rica, el reto más importante que enfrentamos es actualizar nuestra legislación en la materia. Tenemos, cuando menos, diez años de retraso en este tema y el precio que pagamos por cada día que pasa sin una nueva ley, es muy alto. Esperemos que, dentro de un año, cuando conmemoremos nuevamente el Día Mundial de Protección de Datos, tengamos algo nuevo y bueno que contar.
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