Admiro la benevolencia de quienes creen que ampliar la cantidad y el alcance de los referendos es una solución a los problemas de la gobernanza y los excesos que nos han dejado 70 años de socialdemocracia.
Estas personas benévolas creen que podemos, de un minuto a otro, ser como Suiza y tener varias consultas populares al año y así resolver todos nuestros problemas. Esa es una solución mágica. Desde asuntos complejos en lo económico, como los impuestos, hasta otros muy delicados, como aborto y eutanasia, pasando por la ocurrencia de turno, serían sometidos a decisión de la llamada “democracia participativa”. Las soluciones mágicas, lamentablemente, no existen, más que en los cuentos.
La romántica idea de que todos los costarricenses acudiremos en masa dos o tres veces a las urnas al año para dejar clara la posición personal sobre los más variados temas, o es una quimera o un intento malévolo de aprovecharse de los benevolentes que saben apoyarían esta ocurrencia. Voto por la segunda opción.
La historia reciente muestra los contras de quienes han hecho del referendo el instrumento para gobernar. El ejemplo más concreto es cómo Hugo Chávez hizo de Venezuela una consulta popular interminable. Así, en pocos años, Chávez cambió la Constitución, se permitió la reelección y poderes monárquicos que enrumbaron a ese rico país a una de las pobrezas más tristes de todo el hemisferio.
Dos ejemplos más: el Brexit en Gran Bretaña, con consecuencias trascendentales para la economía y la integración de esa nación, y la decisión de los costarricenses sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y República Dominicada (Cafta o TLC, popularmente).
Sobre el Brexit hay muchísima literatura reciente, y sobre el TLC lo que más rescato a estas alturas son dos asuntos concretos:
- La falta de carácter de los gobernantes de enfrentar las decisiones difíciles y postergar y postergar.
- La división que como sociedad profundizó la campaña de blancos y negros en que se basó.
Planteo aquí una cuestión para la reflexión serena: el TLC fue sobre números, comercio, instituciones, empleo y apertura de monopolios. Asuntos relativamente técnicos. Si la campaña por el TLC llevó a la sociedad costarricense al paroxismo, ¿dónde llegaríamos discutiendo sobre aborto o matrimonio igualitario? ¿Cuánto se caldearían los ánimos? ¿Qué fracturas impensables se abrirían en el piso de nuestra comunidad? ¿Se abriría un portillo para que minorías pierdan derechos en manos de esa falacia como ‘de mayoría’? ¿Consideraron el costo económico?
Otro asunto es la participación ciudadana
Ya lo vimos en el Brexit, también es un asunto habitual en las consultas en Suiza: una baja cantidad de personas vota y termina decidiendo sobre los demás. Esto es un asunto mayor, que no acepta la excusa de “si no votan salados y no se quejen”. Una cosa es decidir a quién quiero como representante (que tampoco es poca cosa, aclaro), y otra dedicarle el tiempo y estar a la altura de todos los retos que decisiones técnicas o complejas suponen.
Los referendos son blanco o negro, mientras la vida está llena de una infinita gama de grises entre blanco y el negro. Someter decisiones fundamentales a una pregunta simple, donde todo se resume en un ‘sí’ o ‘no’ es un riesgo que no deberíamos asumir con ligereza.
Puedo entender la benevolencia con que muchos ven esta propuesta. Esperaría que con esa misma benevolencia atiendan otros argumentos y puedan reflexionar sobre esta herramienta, una de las favoritas de los populistas que utilizan las instituciones y formas de la democracia iliberal para llevar sus naves al puerto de su conveniencia.
No nos distraigamos
La distracción que supone un referendo tras otro tiene en el fondo una finalidad harta conocida: distraer a los ciudadanos en discusiones eternas, mientras los gobernantes se dedican a sus matráfulas.
Hacer del referendo una herramienta cotidiana de consulta no va a resolver nuestros problemas, más bien los va a profundizar, nos va a dividir como país, va a ser caro, ineficiente, y auguro un retroceso en materia de derechos humanos.
Avancemos, eso sí, a una discusión sobre un par de reformas electorales que nos permitirán mejores controles y mejorarán también el mecanismo de elección de representantes:
- Cambiar el sistema de escogencia de diputados de listas a otro más directo.
- Migrar a un sistema parlamentario, y así salir de la segunda ronda, entro otros asuntos.
Apelo a las personas benévolas para que reflexionen, se informen y lean sobre este asunto con malicia. Desconfíen, por favor, de esos políticos que pretenden resolverlo todo destruyendo una Constitución Política de bases sólidas para llevarnos a la polarización y a la discusión eterna. Este final ya lo hemos visto.
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