Este artículo fue publicado originalmente en The Hill (Estados Unidos), la versión en español es cortesía de la oficina de UNOPS en Costa Rica.

Los efectos del cambio climático, desde el aumento del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos extremos, pasando por la desestabilización de las economías, hasta la inseguridad alimentaria e hídrica y los conflictos, ya están afectando a las comunidades de cada país y cada continente. No son pronósticos: está sucediendo ahora mismo.

Citando al Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, las actuales repercusiones del cambio climático son un «código rojo para la humanidad». En el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) se brinda un panorama claro de la emergencia climática que afrontamos y los cambios sin precedentes, cada vez más intensos y, en algunos casos, irreversibles derivados de ella.

Todavía hay tiempo para actuar, pero debemos hacerlo de manera urgente.

Sin embargo, aunque los dirigentes de todo el mundo coinciden en la necesidad de redoblar nuestros esfuerzos por hacer frente a esta emergencia —conversación que está cobrando cada vez más impulso antes de la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) que tendrá lugar en Glasgow—, un aspecto clave de los esfuerzos de lucha contra el cambio climático rara vez recibe la atención que merece.

La infraestructura, desde viviendas y hospitales, hasta carreteras y centrales eléctricas, influye en todos los aspectos de nuestra vida. Es una cuestión fundamental para definir el clima del futuro. No obstante, como su rol se suele pasar por alto, se toman decisiones cortas de miras que perpetúan las emisiones de carbono durante décadas y, por lo tanto, impiden la transición necesaria hacia un futuro con cero emisiones netas.

En un nuevo informe, publicado de manera conjunta por mi organización, UNOPS (la oficina de las Naciones Unidas especialista en infraestructura), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Universidad de Oxford, se revela hasta qué punto la infraestructura afecta nuestros objetivos climáticos. Según las conclusiones de la publicación, la infraestructura es responsable del 79% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero y el 88% de los costos totales de adaptación.

La propia magnitud de esta influencia exige cambios radicales en la planificación, la ejecución y la gestión de la infraestructura para alcanzar las principales metas climáticas y de desarrollo. Nuestras decisiones en materia de infraestructura hoy fijarán el rumbo del futuro, y estamos ante una oportunidad única de corregirlo. Podemos optar por inversiones en infraestructura que permitan un futuro más sostenible, resiliente e inclusivo, de conformidad con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París. Si no adoptamos medidas radicales, las consecuencias serán extremas.

Permítanme darles un ejemplo. Las principales fuentes de emisiones de gases efecto invernadero se asocian a los sectores de la energía, el transporte y los edificios (este último incluye desde viviendas y oficinas, hasta hospitales y escuelas). El sector de los edificios, por sí solo, figura entre los contribuyentes más importantes a las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y genera alrededor del 17% de las emisiones mundiales. Está previsto que la adaptación climática en el sector represente el 22% de los costos mundiales de adaptación.

La cuestión no se trata de si necesitamos edificios. Sin duda, necesitamos hospitales, escuelas y viviendas para que cualquier sociedad funcione. El aspecto clave es cómo transformamos la manera en que planificamos, construimos, gestionamos y utilizamos los edificios en favor de un futuro sostenible.

Entre las respuestas, figuran medidas como integrar soluciones basadas en la naturaleza, usar materiales y métodos de construcción sostenibles y mejorar el rendimiento energético. Estas medidas, a su vez, pueden tener efectos positivos en otros sectores relacionados con el funcionamiento de los edificios, como el de la energía y el del suministro de agua.

Los sistemas de infraestructura están interrelacionados y se construyen para ser duraderos. Cuando los Gobiernos y las empresas no tienen en cuenta estos aspectos, la infraestructura resultante no suele apoyar la acción por el clima. Aun así, con demasiada frecuencia las personas responsables de la toma de decisiones solucionan cada problema relacionado con la infraestructura de manera individual, sin detenerse a pensar en cómo afecta a otros problemas y cómo se ve afectado por estos. Esto tiene que parar ahora mismo. A la hora de adoptar decisiones en materia de infraestructura, se deben tener presentes las consecuencias a largo plazo para las personas y el planeta.

Esto es especialmente importante en el momento en que nos encontramos hoy. Ahora que el mundo intenta recuperarse de la pandemia de COVID-19, la infraestructura ofrece una oportunidad única de reconstruir las economías y crear puestos de trabajo y, al mismo tiempo, apoyar los esfuerzos de mitigación del cambio climático y adaptación a este. Aunque es mucho lo que está en juego para el futuro de la infraestructura, también son muchas las recompensas que se pueden obtener: según el Banco Mundial, en los países de ingresos medianos y bajos el beneficio de invertir en infraestructura resiliente ascendería a 4,2 billones USD, una ganancia de 4 USD por cada dólar invertido.

Sabemos que las necesidades del mundo en el ámbito de la infraestructura son inmensas y nunca antes vistas. Se estima que se necesitan más de 90 billones USD en inversiones en infraestructura a nivel mundial antes de 2030. Mientras el mundo se une a fin de lograr un futuro con cero emisiones netas, debemos exigir que se tomen las decisiones adecuadas en materia de infraestructura para que el mañana sea más sostenible, resiliente e inclusivo.

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