La cumbre de Glasgow (COP 26) ha arrancado con un año de retraso debido a la pandemia de COVID-19. A pesar de que nuestra atención lleva enfocada casi dos años en los efectos de la crisis sanitaria, la debacle ambiental no se ha olvidado de nosotros. Los países retoman las conversaciones con el objetivo de impulsar una agenda conjunta contra el cambio climático y con ello poder cumplir la base del Acuerdo de París: que la tierra no se recaliente más de 1,5° C en 2100.
Seis años han pasado desde el Acuerdo de París, y tal como indica la evidencia científica, nuestra trayectoria va camino hacia los 2,7° C, algo que ni siquiera se atreven a negar los líderes mundiales. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, ha enfatizado en el foro inaugural de Glasgow que “seguimos dirigiéndonos al desastre climático. El fracaso no es que no sea una opción, es que significa una sentencia de muerte”.
Por otra parte, un nuevo estudio de la Organización Meteorológica Mundial (OMS) señala que el año 2021 “quedará solo entre el quinto y el séptimo año más cálido registrado”, con ello todos los años más calurosos registrados han ocurrido después de conseguirse el Acuerdo de París en 2015. A pesar de ello los líderes mundiales continúan señalando los estragos que causa el cambio climático y enfatizan la importancia de que conforme nos retrasamos el precio será mayor: “el cambio climático está causando estragos y cada día que nos retrasamos el precio es mayor así que Glasgow debe ser un comienzo para aumentar la ambición”, señaló el presidente Joe Biden.
La cumbre de Glasgow tiene como objetivo plantear unos cuantos puntos clave y sobre todo demostrar ante el mundo y la opinión pública que aún es posible frenar el calentamiento global hasta 1,5° C. Por ello este objetivo se antoja como la base fundamental de Glasgow y con ello deben de surgir planes más ambiciosos de los salidos en anteriores cumbres. Ya no se trata de responder al negacionismo climático, el cual se dice que fue vencido en París en 2015, si no de frenar el calentamiento a través de una respuesta y compromiso político acorde a la situación mundial en la que estamos.
En Glasgow seguramente encontraremos mayor voluntad política para alcanzar acuerdos, pero también veremos la mayor dosis de cinismo político de nuestra época. Un ejemplo de ello lo encontramos en los planes energéticos de los principales productores de combustibles fósiles. La ONU calcula que los planes energéticos de las naciones amparan aumentar la extracción de combustibles fósiles para 2030 y solo un "modesto" recorte del carbón: supone más del doble de lo que puede usar la humanidad para limitar el calentamiento de la Tierra a 1,5ºC. Esto supone producir durante esta década un 110% más combustibles fósiles de la cantidad que limitaría la temperatura extra a esos 1,5ºC, pero incluso un 45% más para conseguir que la subida se quedara en 2ºC y cumplir de alguna manera el Acuerdo de París.
A pesar de que ya está escrito y ratificado, el segundo punto clave de Glasgow busca que los países ricos pongan el dinero que dijeron que pondrían: un fondo de $100.000 millones anuales (entre 2020 y 2025) para el que, de momento, hay un déficit de $20.000 millones. Este dinero funcionaría para que los países empobrecidos, los cuales no son los mayores responsables la crisis climática y son los que sufren sus mayores efectos, puedan ejecutar sus políticas de “desarrollo” sin necesidad de acudir a los combustibles fósiles, y a su vez, adaptarse a los efectos del calentamiento global. De momento este parece el punto con más posibilidades de salir adelante.
En cuanto al objetivo número tres se trata de alcanzar “un sistema por el que todos los países tengan una fórmula común a la hora de saber si se están cumpliendo los planes que se envían a la comunidad internacional”. Los planes climáticos varían dependiendo de la cantidad de intereses económicos que estén en juego, por ello cada país tiene su calendario para ir alcanzando sus objetivos, y se considera esencial unificar dicho calendario en cuanto a cada cuantos años se va a pasar una evaluación para conocer el estado de los avances en materia climática. Los países están de acuerdo en ello, pero llegar a ello invoca discusiones de alto voltaje. El acuerdo de París tiene marcado el año 2023 como el primer momento para hacer un balance de los avances.
Por último, el objetivo número cuatro tiene como meta regular el mecanismo en que un país rico que compra emisiones no argumente su disposición a no tomar medidas o incluso a descontar sus emisiones de carbono en varios lugares a la vez. Esto evitaría que un país rico compre emisiones mediante un programa de energía limpia en un país empobrecido con el objetivo de descontar sus emisiones en su balance de carbono.
No esperemos mucho de Glasgow. Nuestros líderes siguen argumentando que es posible luchar contra el cambio climático a través de reformas “verdes” a nuestro sistema económico, aun cuando sabemos más que nunca que ha sido el capitalismo el mayor culpable de la debacle ambiental.
¿Cuándo veremos a algún líder de una potencia mundial discutir los ideales del crecimiento económico en este tipo de cumbres? Esto sería un buen punto de partida.
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