Enfrentados al reto de impedir el aumento de la temperatura planetaria a niveles insostenibles, una parte del mundo, representada en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP), está reunida en Escocia en búsqueda de salidas que respondan a la crisis climática que nos asola.

Así, gobiernos, organizaciones civiles, organismos internacionales, medios de comunicación atentos a resultados y personas activistas de la justicia climática, crean un concierto humano que presiona a los líderes mundiales con la esperanza de que se alcancen acuerdos y soluciones que respondan con prontitud a escenarios tan urgentes como no favorecedores. Paralelamente, al 2030 llegaríamos a la fecha límite para ver resultados de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) pactados a escala mundial; mientras, al 2050, estaríamos en la frontera temporal para alcanzar una economía y aparato productivo cercano a la carbono neutralidad.

Los desafíos son mayúsculos, sin embargo, las oportunidades son igualmente apreciables si se saben aprovechar. En la conversación Es hora de actuar sobre el cambio climático: necesitamos una economía circular durante el evento Summit 21, Ellen Macarthur y Christiana Figueres, exsecretaria ejecutiva de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, planteó las oportunidades que ofrecen los modelos de economía circular para reducir la presión sobre la extracción de recursos naturales, el transporte de mercancías, la producción desequilibrada y el consumo insostenible.

Según Macarthur, enfocarnos en las soluciones circulares podría ser la solución a la mitad del problema que debemos enmendar. Este enfoque no solo fija su atención sobre las características de las fuentes energéticas, sus flujos y el transporte asociado, sino que, plantea el aprovechamiento de recursos más limpios para la producción mundial.

Veamos el ejemplo de Costa Rica que tiene un 98% de fuentes de energía renovable, pero si esta energía se usa para producir y generar más residuos, pecaríamos de torpes porque estaríamos borrando con el codo lo que hacemos con la mano. En este momento teniendo esa ventaja frente al resto del mundo en materia de generación de energía limpia, la pregunta es: ¿cómo transformamos la producción y el consumo para que sean circulares y de esta manera se disminuya la demanda energética actual y futura?

Por ahora nuestros indicadores de circularidad son francamente malos, y la más clara evidencia es que el 90% de los residuos no tienen una gestión correcta y terminan en rellenos sanitarios o un paradero desconocido. Nuestro objetivo debería ser entonces, pasar de una economía lineal que se enfoca en extraer, producir, consumir y descartar a un modelo más inteligente, moderno y responsable, el de la economía circular, que permite mantener ciclos de vida más extensos de productos y materiales optimizando su valor de uso al máximo. Nuestra tarea está en procurar las condiciones para que la población tenga la posibilidad de educarse para rechazar, reducir, reusar, y que las empresas rediseñen sus procesos para que sea posible reparar, refabricar, reciclar y finalmente coprocesar materiales de forma que se reduzca sensiblemente la huella ecológica y de carbono del sector productivo y del consumo a niveles que den espacio a la regeneración.

La economía circular no solo reduce el desperdicio, sino que reduce costos productivos debido a la recuperación de materiales ya en uso. También ahorra recursos naturales clave como el agua y la energía, al tiempo que limita la producción de emisiones. La actual crisis de logística del comercio internacional es un momento perfecto para recuperar lo que ya está en uso y poner en marcha las bondades de este modelo económico basado en el máximo aprovechamiento de los materiales y los recursos, empezando en el diseño.

Al mismo tiempo, el impacto social de un modelo de economía circular también es apreciable porque es intensiva en mano de obra, es perfecta para la creación de nuevos empleos para toda la pirámide, desde los recolectores de residuos valorizables que están en la base, hasta las empresas transformadoras que investigan y desarrollan nuevos materiales y encuentran novedosos usos a los materiales existentes. Sin duda, otro evidente beneficio social y ambiental es la mejora en la salud por la reducción de la contaminación por residuos sólidos que reduciría no solo la presión sobre los rellenos sanitarios y los ecosistemas naturales, sino que aminoraría la emisión de gases efecto invernadero provenientes de los residuos en descomposición, especialmente los orgánicos que son mezclados con los inorgánicos.

Un concepto muy familiar para quienes trabajamos en el mundo de la economía circular es el de “obsolescencia programada”, término que se refiere a la deliberada fecha de caducidad que se plantea a productos y sus componentes a fin, en muchos casos, de acelerar el proceso de compra, consumo y posterior desecho.

Para arreglar el clima, necesitamos arreglar la economía. Es hora de asignarle una fecha de caducidad al modelo de la economía lineal y normalizar su obsolescencia para pasar a un mejor modelo de producción y consumo con una acción afirmativa que eduque, que genere participación empresarial y ciudadana y que reoriente los recursos económicos y las energías a una nueva agenda de desarrollo acorde con los límites ambientales de esta tierra finita.

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