Son tiempos de guerra. La vida en el planeta se debate entre la crisis y el colapso. Aunque la ventana de oportunidad deja poco margen de maniobra, todavía está en manos y mentes humanas las decisiones que evitarán las peores consecuencias del cambio climático. Hay quienes piensan que la crisis climática luce muy mal en otras regiones o países del mundo. O que aún podemos seguir lucrando a partir de modelos insostenibles algunos años más. Lo cierto es que ya estamos viviendo las peores consecuencias que se pronosticaron hace 30 años para el 2020 y más allá. Continuar las tendencias de consumo de recursos naturales, contaminación y degradación de ecosistemas no es posible. Esto es, si queremos sobrevivir como civilización un siglo más. No quiere decir que la humanidad se encuentre en riesgo de extinción. Pero el estilo de vida occidental, dominante los últimos 250 años desde la Revolución Industrial, sí lo está.

Aunque es deprimente comunicar malas noticias, tampoco es del todo malo si pensamos que el modelo económico lineal que extrae recursos naturales, los transforma en procesos industriales ineficientes, los vende masivamente a nivel global y, luego de extraerles el valor de su vida útil, los descarta apilándolos en gigantescos basureros terrestres o en inmensas islas flotantes en el mar, está vendiendo sus últimos productos. La gran isla de basura que flota en el Pacífico norte mide unos 1.6 millones de kilómetros cuadrados de extensión, o tres veces la extensión de Francia. Ver diagramas y fotografías de este inmenso basurero marino retrata el modelo de negocio lineal que va de salida. Mucho de lo que compone esa vergonzosa isla de basura es plástico, o sea, derivados de petróleo. Y aunque quisiéramos creer que ese es el último eslabón de la cadena de producción lineal, lo cierto es que ese plástico, con las inclemencias del tiempo, se va desintegrando en porciones lo suficientemente pequeñas como para que los peces las coman y se le transmitan al ser humano a través de su dieta de productos marinos. La naturaleza es circular aunque nuestra economía sea lineal.

Hoy nos estamos jugando la condición de vida del planeta al año 2050, esto debido a que las emisiones de carbono producidas hoy y acumuladas en la atmósfera, producirán efectos de invernadero agravando el calentamiento planetario y desestabilizando el clima, incluyendo patrones de lluvia, inundaciones repentinas, sequías, olas de calor e incendios forestales, tormentas catastróficas y migrantes climáticos por millones. Las soluciones existen, están a la mano y podemos implementarlas. Sobre todo, el análisis financiero es contundente en demostrar que es más caro no hacer nada que impulsar las transformaciones necesarias. Es más, países como Costa Rica ya han adoptado varias de ellas desde hace décadas, empezando por la producción de generación eléctrica renovable y limpia, pasando por la conservación de ecosistemas de alto valor ecológico en Parques Nacionales, hasta la implementación del mecanismo de pago por servicios ambientales y el desarrollo de la industria turística orientada hacia la naturaleza.

Es hora de ir a la guerra también en la contienda electoral que se avecina, que no es como ninguna otra. No sólo debemos decidir entre docenas de opciones – cual mercado turco de aceitunas – sino que nos jugamos la década como país. Lo que hagamos o dejemos de hacer este cuatrienio entrante determinará mucho del éxito o fracaso que, como país, tendremos hacia el 2030 y más allá. Lo más preocupante es que, en el contexto ambiental descrito, un país como Costa Rica cuenta con todos los atributos y autoridad moral para liderar y guiar a la humanidad en la dirección correcta para enderezar el barco y, cuando menos, evitar las peores consecuencias climáticas que nos amenazan.

Lamentable y preocupante es que no se perciben liderazgos bioalfabetas y vehementes requeridos para aprovechar las oportunidades que representa para Costa Rica impulsar soluciones basadas en la naturaleza Hechas en Costa Rica para el mundo.

Es particularmente llamativo que, pese a la enorme simpatía que genera Costa Rica en el mundo entero, no hayamos sido capaces de capitalizarla a nuestro favor. Más que nómadas digitales, deberíamos atraer talento humano que enriquezca la búsqueda científica, financiera y política de esas soluciones. Más que un pago por servicios ambientales basado en la venta de combustibles fósiles, deberíamos tener un alto impuesto a la lucrativa industria de los derivados de la planta del cannabis con fines medicinales para financiar bosques con agroindustria farmacéutica de exportación. Más que celebrar 200 años mirando hacia atrás, deberíamos celebrarlos mirando hacia delante otros 200 más, como lo hacen países de visión de larguísimo plazo como Japón o China.

En esta campaña electoral debemos tener claras las prioridades nacionales, tanto las económicas como las sociales, la transformación urgente del sistema educativo y el remozamiento imperante al sistema de salud. Pero también tenemos que ser capaces de ver más allá de Ochomogo y entender que hay un mundo en crisis profunda que necesita, con carácter de urgencia, parecerse lo más posible a Costa Rica en cuatro o cinco áreas de éxito que ha tenido nuestro país.

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