Las mujeres siguen siendo una minoría en la profesión de economía, y su representación en esta área del conocimiento ha aumentado de forma lenta durante el último siglo. Por ejemplo, a mediados de la década de 2000, en Estados Unidos, cerca del 35 por ciento de los estudiantes de doctorado y el 30 por ciento de los profesores asistentes eran mujeres, pero estos números se han mantenido prácticamente sin cambio significativo desde entonces. Este fenómeno de estancamiento formativo en la economía no es nuevo: las mujeres fueron más prominentes como investigadoras en los primeros años del siglo XX que a mediados del mismo siglo. Forget, E. (2011), en general, vincula la disminución de la representación femenina en la economía académica con el surgimiento de la economía doméstica y el trabajo social como campos académicos, la expansión de las oportunidades de empleo en el gobierno, y el aumento de la discriminación abierta en los Escuelas o departamentos de economía.

Tras el considerable aumento de la representación de las mujeres entre los estudiantes y el profesorado de economía durante los años setenta y ochenta, el progreso se ha estancado en los dos últimos decenios. Según Bayer y Rouse (2016) la economía ha avanzado menos que los campos de las “ciencias duras”, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, en términos de aumentar la proporción de mujeres que se gradúan en

carreras con grado y posgrado, lo que hará que sea aún más difícil cerrar la brecha de género del profesorado en economía en el futuro. Además, las explicaciones comunes de la desventaja académica femenina, como las responsabilidades domésticas más pesadas y la aversión a la intensidad matemática, no explican por qué la economía se está quedando atrás de estos otros campos en términos de presencia femenina y las probabilidades de promoción formativa.

Una cultura de confrontación y agresividad dentro de la economía académica a menudo se presenta como una fuerza causal en el estancamiento de las mujeres en la profesión, sin embargo, su impacto no es fácil de cuantificar. Los seminarios de economía, por ejemplo, tienen la reputación de ser entornos particularmente hostiles. La cultura de una disciplina académica puede tener implicaciones de género si las mujeres no se adaptan completamente a la cultura o si reciben un trato diferencial como resultado de ella.

Los campos de la economía aplicada atraen a una mayor proporción de mujeres, pero algunos todavía consideran que este trabajo es menos riguroso o menos importante que los temas tradicionalmente dominados por los hombres. La evidencia anecdótica sugiere que las mujeres pueden optar por ir a campos menos dominados por hombres o abandonar la academia por completo basándose en experiencias tempranas con entornos tóxicos que los hombres son más propensos a tolerar.

La evidencia reciente sugiere que el acoso de género es un problema en los académicos en general. Este comportamiento a menudo se normaliza y se tolera en entornos dominados por hombres, lo que dificulta su cambio. Por lo tanto, las Academias Nacionales de Ciencias (National Academies of Sciences, Engineering, and Medicine, 2018) ofrecen varias recomendaciones basadas en evidencia para abordar el acoso en el entorno universitario que pueden ser directamente relevantes para la economía.

Particularmente, aconsejan reducir la importancia de las relaciones jerárquicas e implementar mecanismos de “difusión de poder” como las redes de mentores. También sugieren que tomar acciones explícitas para lograr una mayor equidad de género en el proceso de contratación y promoción es un paso fundamental en la creación de un entorno diverso y respetuoso.

De esta forma se argumentan dos mecanismos principales a través de los cuales pueden operar las barreras contra las mujeres en la economía: diferencias en la productividad entre hombres y mujeres, y diferencias en cómo se evalúan. Las mujeres pueden ser, en promedio, menos productivas que los hombres debido a la maternidad y otras responsabilidades familiares, una mayor propensión a participar en actividades de servicio en lugar de investigación, o diferencias en el tipo de investigación en la que eligen invertir su tiempo. Las distintas experiencias de hombres y mujeres en la profesión también pueden contribuir a las brechas de productividad que surgen como resultado de las diferencias en las redes de colaboración, el acceso a mentores y el acoso de género.

Pero las brechas de género condicionadas a la productividad también son mayores en economía que en otras disciplinas académicas, lo que sugiere que un factor relevante que explica la desventaja femenina en economía puede ser la evaluación dispar de hombres y mujeres. Parece que las mujeres están sometidas a estándares más altos que los hombres de igual capacidad, y necesitan publicar más trabajos de mayor calidad para lograr los mismos niveles de éxito en esta profesión.

El progreso continuo hacia la igualdad en la economía académica requerirá una conciencia generalizada de que existen estas barreras, acompañada de un esfuerzo concertado para eliminar las oportunidades de sesgo en el proceso de contratación y promoción.

La diversificación de la profesión económica es importante, porque una mayor amplitud de perspectivas individuales afectará lo que se enseña en el aula, las preguntas de investigación que se plantean y la forma en que se abordan las discusiones sobre políticas. Además, en la medida en que el progreso estancado de las mujeres en economía sea el resultado de discriminación o evaluación sesgada, como sugiere la evidencia reciente, la acción continua para eliminar estas barreras puede justificarse tanto sobre la base de la simple justicia como sobre los beneficios de crear un ambiente donde el trabajo igual rinde recompensas iguales.

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