No se puede comenzar este texto de otra manera que definiendo el concepto de «salud mental». Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Ahora que sabemos qué significa este concepto, podemos proceder a un análisis sucinto sobre esta temática.

El 6 de marzo del 2020 se confirmó el primer caso positivo por covid-19 en el territorio nacional. Empero, antes que el virus llegara al país, sabíamos, por los noticieros, que era altamente contagioso y en ocasiones, mortal. De entrada, la solución para mitigar el avance del virus en Costa Rica parecía simple: utilizar mascarilla, mantener distanciamiento social y frecuente lavado de manos. Esto no representaba un cambio radical en la cotidianidad de las personas. Sin embargo, el aumento exponencial de los casos positivos nos llevó al confinamiento, y este fue el epicentro del desplome de la salud mental de muchas personas. El confinamiento sí representó un cambio abrupto en la forma en que vivimos y nos relacionamos. Así, pues, pasamos de un contacto personal a tener que comunicarnos de forma digital. El ser humano es un ser social por antonomasia.

Al inicio del confinamiento muchos corrieron despavoridos a los supermercados a comprar la mayor cantidad de comida que pudieran y la compra atolondrada de papel higiénico demostraba la histeria colectiva ante un futuro incierto. Al inicio solo había unas cuantas decenas de casos positivos por día, pero más pronto que tarde los casos aumentaron a centenas y luego a miles, por lo que el confinamiento, que estaba previsto que durase solo unos pocos meses, se extendió más allá de lo esperado.

Las instituciones educativas cancelaron las clases presenciales, algunas empresas cesaron sus funciones y optaron por el teletrabajo, otras muchas personas fueron despedidas, las iglesias se cerraron y junto con esto, muchos modos de esparcimiento se acabaron: partidos en la plaza del barrio, salidas a discotecas, cines, playas, teatros, fiestas, entre muchas otras. Pero… ¿de qué manera esto se relaciona con la salud mental?

Por el confinamiento, solo se podía salir de casa para asuntos indispensables: ir al supermercado o las farmacias y hospitales. Sin embargo, estar todo el día en casa no es bueno para todos. Aumentaron los casos de violencia intrafamiliar, bajaron los ingresos económicos de muchas familias, para trabajadores hubo un aumento en sus labores sin un alza en sus salarios, para los estudiantes hubo una sobrecarga de tareas a realizar, aquellas personas que dependían de un negocio propio que no tiene entradas por no vender bienes indispensables durante la pandemia, los desempleados y aquellos que fueron despedidos requirieron de las bolsas de comida y de las ayudas económicas dadas por el gobierno.

El tema económico parece ser el que más preocupaba a las personas al inicio de la pandemia, porque de pan sí vive el hombre. Sin entrada económica no se puede comprar el alimento de cada día y así no se puede sostener una familia ni pagar las cuentas personales que tiene cada uno. Esto, aunado al miedo a contraer el virus en cada salida que se hacía generaba mucho estrés e incertidumbre en la población. Parece ser que las personas se percataron, desde el inicio, que su salud mental estaba en peligro o ya se estaba viendo afectada, puesto que las personas acudieron a los psicólogos que laboran en instituciones como la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) o la Universidad de Costa Rica (UCR) hasta el punto de que ahora es complicado conseguir citas disponibles.

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