Una nación como la nuestra, que tiene un ingreso cercano a los $13,000 per cápita, para seguir creciendo en términos económicos a un ritmo suficiente, y hacerlo al mismo tiempo que crecen el progreso social y la sostenibilidad, dependerá cada vez más de agregar valor a su producción, de innovar en diseño, marca, y distribución de productos y servicios de alto valor, de innovar y emprender, y de agregar contenido y valor tecnológico y científico a la producción.
Para hacer todo esto es indispensable dar grandes saltos en el desempeño de nuestros factores de producción y particularmente en tres que no están a la altura de nuestro desarrollo actual: la disponibilidad de capital humano con las destrezas, conocimientos y capacidades necesarias; el desempeño de nuestra industria energética nacional; y la incorporación de las tecnologías de la cuarta revolución industrial en nuestra inversión, producción, consumo y estilo de vida.
En el primero de estos temas, nuestro país es una paradoja. Cuando uno pregunta a los inversionistas extranjeros y, aún a los turistas, cuál es nuestra ventaja más grande; la respuesta más frecuente es que es la capacidad y cultura productiva de nuestros trabajadores, de nuestra población. Pero si vemos las estadísticas de la educación según los índices disponibles, Costa Rica está casi en la mediana de escolaridad entre las naciones de América Latina, en la mediana en acceso a educación superior, y con serios problemas de calidad, según los resultados que publica la OCDE a través del sistema PISA, pues nos encontramos entre las últimas cinco naciones en la calidad de la educación y muy distantes de las naciones que lideran en este campo.
Y las dos cosas son ciertas. Cuando fui miembro de la directiva de CINDE, hace ya 5 años, el país enfrentaba una escasez relativa de personal calificado para la atracción de inversiones que requirieran destrezas de bilingüismo o de formación técnica para procesos de manufactura avanzada, y desde entonces vengo oyendo lo mismo. Pese a esto, con programas diseñados a la medida y con la modernización del INA en este último período, “nos la hemos jugado” para seguir atrayendo inversiones de gran valor para el país, con la frecuente queja de que cada día cuesta más conseguir los trabajadores necesarios para satisfacer la demanda.
Hace unos años, en 2013, para ser exacto; en la Fundación Viva Idea organizamos una dinámica para hacer un plan de la reforma educativa que necesitaba el país. En ella participaron personas en cuya visión y formación en el campo es invaluable para el país, como María Cristina Gutiérrez, Eleonora Badilla, Iris Prada, Víctor Buján, Isabel Román, Ronald Soto y Renata Villers, y luego se hicieron talleres con directores de colegios públicos y privados, urbanos y rurales; con jefes departamentales del INA, con líderes de ONGs del sector educativo, con jóvenes representantes de gobiernos estudiantiles y con representantes del sector productivo nacional. En total 74 personas participaron en los talleres.
El resultado fue maravilloso y ha sido expuesto en múltiples foros empresariales; en la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, y en dos ocasiones se le presentó a Ministros de Educación y de Ciencia y Tecnología. Me atrevo a decir que la propuesta ha sido bien recibida en todos los casos, pese a que la acción posterior ha sido prácticamente nula. Seguramente estoy malacostumbrado a la consultoría privada, donde las recomendaciones se convierten en proyectos, inversiones y acciones concretas muy fluidamente.
La esencia de la propuesta es formar niños y jóvenes felices; responsables ante la familia, la comunidad y la patria; productivos y empleables; y saludables; jóvenes que sean capaces de alcanzar su pleno potencial. Y para esto se articuló, además de una buena y precisa definición de cada uno de estos términos; un plan detallado de cómo lograrlo, actuando sobre los contenidos, enfoques y procesos del sistema educativo; sobre las capacidades, formación, repacitación y vocación de los maestros; sobre la infraestructura y tecnología disponibles y sobre las capacidades, conocimientos y herramientas de la dirección y junta de cada centro educativo. También se propusieron acciones para modernizar la gobernanza del sistema educativo que, en resumen, colocaba los jóvenes en los más alto de una pirámide que debía ser servida por el ministerio y sus direcciones operativas, así como por las juntas, directores y docentes de cada región y centro educativo. La reforma propuesta colocaba los niños y jóvenes formados como propósito y razón de ser del sistema.
En cada una de estas áreas hay planes específicos y detallados, con ideas de cómo capacitar y motivar a los responsables; cómo transitar y financiar la transición de la situación actual a la deseada; y cómo crear las condiciones políticas e institucionales para ejecutar los cambios deseables y necesarios. En otras palabras, no es por falta de ideas, proyectos y apoyo de lo que debe cambiar y cómo hacerlo que aún no se da en el país la necesaria reforma educativa. Algo similar se planteó en el INA al inicio de este gobierno, y luego Andrés Valenciano y sus equipos se encargaron de avanzarlo hacia un INA con nueva legislación, enfoques y capacidades. Cuando hay voluntad, liderazgo y capacidad todo es posible.
Si el país no da los saltos necesarios en este campo, y sigue obteniendo resultados tercermundistas; no es por falta de visión o falta de planes para hacerlo, sino por una combinación de inercias políticas y sindicales, de negligencia e incapacidad de los jerarcas, y porque el ambiente del sector está atascado en forma tal que los cambios deben cruzar las arenas movedizas que representa una burocracia grande e inútil y un sindicalismo educativo ensimismado en sus derechos y beneficios, sin visión de país o compresión del futuro; más interesados en promover y conservar sus enormes beneficios y privilegios, que en dotar al país de esa juventud feliz y capaz que necesitamos con urgencia.
Costa Rica es una de las naciones que más gasta en educación, casi 8% del PIB; mucho más —tanto en porcentaje como en gasto por estudiante— que naciones de la región que hoy nos superan en escolaridad y nos superan o se nos aproximan en calidad. La razón es muy sencilla. Nuestro gasto no es para incentivos al aumento de la escolaridad, para becas o apoyar a las a las familias de los estudiantes en riesgo social, o para la modernización del sistema, nuevas infraestructuras y tecnologías; y ni siquiera para compensar bien a los maestros. Nuestro enorme gasto en educación se va en financiarle privilegios y beneficios a una cúpula del sector, que se reparte los recursos para su beneficio particular, principalmente aquellos es posiciones de jerarquía en el Ministerio y las universidades públicas.
Los resultados de todo lo anterior son muy pobres. Aproximadamente dos tercios de los jóvenes elegibles no terminan su educación a la edad y en el plazo que corresponde; y al final, resolviendo años repetidos, exclusiones temporales y reingresos, y aún tomando en cuenta la educación nocturna, casi el 40% de los elegibles no termina la secundaria.
Hay maestros, profesores y directores maravillosos en el sistema, pero; por sí solos su trabajo dedicado y aislado no es suficiente para lograr lo que el contexto global y productivo actual le exigen a la juventud en términos de preparación para el futuro. El sistema debe cambiar. Una reforma integral del sistema educativo se hace cada día más urgente.
Una juventud altamente educada en un sistema de calidad, con acceso a excelente formación técnica y educación universitaria relevante, bien enfocada y de calidad, es esencial para el futuro. Si no lo logramos, y pronto, sufriremos al ver a nuestros jóvenes —como ya empieza a ocurrir en algunas zonas rurales— emigrar en busca de mejores oportunidades a otras naciones. Además, nuestro sistema de pensiones no recibirá las contribuciones que requiere para ofrecer una vida digna a nuestros adultos mayores y, en última instancia; nos desarrollaremos mucho más lentamente de lo que es posible, perpetuando pobreza, inequidad y comprometiendo nuestra estabilidad social y política.
Y recuerden que, aún si pudiéramos hacer todos los cambios que la reforma propuesta implica este mismo año; no será sino hasta en un lustro que veremos a los primeros jóvenes graduarse del nuevo sistema. Además, implementar una reforma de esta magnitud tomará varios años. Con suerte, si empezamos ya, veremos los primeros frutos reales y completos entre 2027 y 2030. Y más bien, trágicamente, en los últimos trece meses, se estima que hemos perdido más de 100,000 niños y jóvenes del sistema educativo. En vez de estar más cerca del cambio necesario, nos hemos alejado, como consecuencia de la pandemia y recesión y la creciente pobreza y desempleo que resultaron de ellas.
Regresando al punto de partida. No estamos formando al capital humano que el país requiere para crecer vigorosamente en productividad, valor agregado, progreso social y sostenibilidad.
¿Será que en un nuevo gobierno se podrá pensar con seriedad en este tema, o seguiremos dando tumbos en este y otros temas de altísima trascendencia para el país? La próxima semana escribiré sobre energía.
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