La semana pasada entró en vigencia el Acuerdo de Escazú, tratado internacional firmado en esta ciudad costarricense y co-gestado por nuestro país y por Chile. Ambos aún tienen pendiente ratificarlo, a pesar de que Costa Rica ha liderado el proceso desde la Cumbre de Río+20 en 2012, así como su negociación y firma en 2018.

Algunas voces ciudadanas se preguntan por qué esta negativa de la Asamblea Legislativa, en connivencia con el Poder Ejecutivo que ha sido timorato en convocarlo a sesiones legislativas. Mi diagnóstico alternativo es que existe una crisis de bioalfabetización entre algunos de nuestros líderes públicos y privados. Esto es, son personas que no hablan el lenguaje de la vida que sí habla con soltura una niña de ocho años porque lo ha aprendido en la escuela, porque lo vive en su hogar, porque lo ha ido leyendo o viendo por televisión, porque le resulta intuitivo como ser humano inteligente que es. Este tipo de analfabetismo biológico hace que, al referirse a temas ambientales, muchos de nuestros jerarcas denoten una ignorancia muy burda en ellos. Por alguna razón, siempre se los hemos perdonado.

Deseo, como siento que es mi deber, ofrecerles el beneficio de la duda, sobre todo a padres y madres de la Patria que se han manifestado en días recientes contra el Acuerdo de Escazú. Es un claro ejercicio perverso de demagogia y de manipulación de la ciudadanía sostener el argumento de que se debe elegir entre el ambiente y la economía. Hay conversaciones, como esta, en que la única manera de estar en contra de una tesis reconocida a nivel internacional y validada inclusive por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) es por medio de mentiras o argucias falaces.

Les doy el beneficio de la duda, sobre todo, porque percibo esta discusión como quien discute por las sillas del Titánic: estamos en el mismo barco, el casco está perforado, está haciendo agua a alta velocidad, y nos estamos hundiendo en un mar donde flotan enormes bloques de hielo y en el cual moriremos congelados en diez minutos. Mientras tanto, hay quienes pretenden mantener su silla de primera fila para el concierto de esta noche en el salón de baile del mismo barco. Me parece que esta postura, en apariencia negacionista de la crisis climática en la que se encuentra el planeta Tierra, responde a un modelo de negocio que consiste en continuar extrayendo todo el valor monetizable hoy, aunque se agote el capital natural para mañana. Puede ser que el analfabetismo sea aparente, y que la agenda negacionista sea por negocio. De lo que tengo absoluta certeza es que es un proceder que carece de todo viso de inteligencia, como sí lo tendría aquella niña de ocho años.

Esta semana se conmemoraron 35 años del derrame nuclear de Chernóbil que dejó un territorio inhabitable de la noche a la mañana y hasta la fecha, y desplazó a la comunidad entera que lo habitaba sin poder llevarse ni una sola de sus pertenencias. Algo similar estamos haciendo con nuestro planeta, aunque a fuego lento. Sin embargo, ese fuego nos ha dejado ya sin margen de maniobra pues transgredimos la capacidad de carga del planeta —su capacidad para regenerar de manera natural todos los recursos que consumimos— desde hace 50 años. En este lapso hemos emitido el 75% de todos los gases de efecto invernadero que se acumulan en atmósfera y mares y que le suben la temperatura al planeta entero por efecto del ser humano. Esta generación debe apropiarse de ese daño para poder dimensionar el grado de liderazgo, valentía e innovación requeridos para transformar la crisis. Es una oportunidad como ninguna otra que se le haya presentado a nuestra especie. Aprovechémosla.

No existe un planeta B. Muchas veces liderar no es sólo decir hacia dónde, sino decir por qué. A esos miembros del Congreso que he escuchado decir hacia dónde deberíamos ir (o no ir) como país respecto al Acuerdo de Escazú, los reto a que le expliquen a la ciudadanía por qué, y que lo hagan con fundamentos jurídicos, políticos, sociológicos, éticos, económicos, relacionados con dicho tratado internacional. Porque las argumentaciones que les hemos escuchado en los días recientes suenan a bio-analfabetismo, a agenda negacionista y a modelo de negocio poco inteligente.

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