Costa Rica debe, en el bicentenario de su independencia, soñarse diferente, una vez más. Para explicar este tema, nada como citar a nuestro primer presidente de la República, don José María Castro Madriz, quien dijera:

Triste del país que no tome a las ciencias por guía en sus empresas y trabajos.  Se quedará postergado, vendrá a ser tributario de los demás y su ruina será infalible.

Esto se dio unos años después de que, en Costa Rica, que aún no era república, se diera nuestra primer gran alianza público-privada (APP). Esta fue en 1843 cuando, mediante impuestos especiales, los cafetaleros financiaron la construcción del “burrocarril” ―hoy diríamos la trocha― entre Alajuela y Puntarenas para fortalecer el desarrollo del puerto y exportar directamente a Chile e Inglaterra, sin tener que pasar por la intermediación de los nicaragüenses, en el puerto de Granada (que por cierto muestra cuán navegable era entonces el río San Juan).

Y posiblemente nuestra segunda APP fue la Fábrica Nacional de Licores, que fomentó, mediante lo que hoy llamaríamos encadenamientos productivos, la expansión del cultivo de caña ―entonces una importante diversificación productiva del café, cacao y tabaco―. Es APP porque el gobierno era entonces el único suficientemente rico para financiar esta fábrica que vino a aumentar el valor agregado a materias primas producidas por nuestros productores de campo.

Creo importante mencionar estas dos instancias, porque al menos a mí me deja claro que, cuando hay unidad de propósitos, nuestro sector productivo y gobierno han encontrado formas de colaborar para avanzar el país hacia una visión común.

No sólo en estos campos se adelantó Costa Rica a su tiempo. Sin entrar en detalles, la separación de los poderes del Estado y la obligatoriedad de la educación primaria para ambos sexos se establecen en la Constitución Política de 1869, un avance fundamental en nuestra identidad como país democrático y comprometido con la educación; y en 1877 se elimina la pena de muerte como castigo, separando el país de lo que entonces era la práctica común.

A nivel tecnológico, el país da saltos impresionantes convirtiendo a San José en la tercera ciudad del mundo en electrificarse; se construyen ferrocarriles a puertos en ambos océanos por medio de lo que hoy llamaríamos atracción de inversión extranjera y concesiones de obra pública, que permitieron integrar partes del territorio que, hasta entonces, estaban completamente aisladas, Por medio de estas concesiones se habilitaron nuevas áreas de producción y se fomentaron nuevas industrias.

Unas cuantas décadas, en los años 40s, se da en el país una profunda revolución social ―caracterizada en nuestra historia por el Código de Trabajo, la fundación de la Caja Costarricense del Seguro Social y de la Universidad de Costa Rica―, de la mano de líderes visionarios como Manuel Mora, Monseñor Sanabria, Rodrigo Facio, y el presidente Calderón Guardia.

Estos logros fueron complementados por el surgimiento de un importante y vigoroso movimiento cooperativo y culmina con la Constitución de 1949 en que se da la abolición del ejército. Luego, a partir de la Junta de Gobierno encabezada por don Pepe Figueres, se funda el movimiento solidarista; se da la nacionalización bancaria, y en la siguiente década se fundan instituciones ―como el ICE, AyA y otras― que vendrían a crear una explosión de progreso social y desarrollo institucional en Costa Rica. Es en esta época que se establecen los primeros parques nacionales y Costa Rica manda el mensaje al mundo de que la conservación ―precursora de la sostenibilidad― será parte de su identidad y estrategia.

Si damos otro salto hasta 1973-78, Costa Rica se adelanta a su tiempo con un Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional y la Orquesta Sinfónica Juvenil (“¿para qué tractores sin violines?”, diría don Pepe). El país se sume en la crisis de los años 1979-81, y de ahí surge una nueva visión del desarrollo de la mano de Luis Alberto Monge y Oscar Arias, quienes consolidan a Costa Rica como país de paz, educación, y se crean los Ministerios de Ciencia y Tecnología y de Recursos Naturales y Energía, una vez más adelantando al país al movimiento global de desarrollo sostenible y la era del conocimiento, la innovación y las ciencias.

Surgen en este período nuevas instituciones de la mano de grandes empresarios y gobernantes visionarios, y es así como se fundan Comex, Procomer, y Cinde, y se posiciona a Costa Rica como nación democrática, comprometida con la paz ―no olvidemos el premio Nobel―, ejemplo mundial de democracia y sostenibilidad. En 1998 abre sus puertas INTEL, que nos posiciona además como destino de inversiones de tecnología y manufactura avanzada.

Costa Rica se mostraba lista y bien encaminada a ser la primera nación desarrollada de América Latina, “compitiendo” por esa meta con Chile y Uruguay, naciones de instituciones fuertes y gente educada; y con Panamá, que en se momento tomaba control del canal y que, por su diseño como nación moderna, con una economía basada en servicios, empezaba su carrera ascendente hacia el desarrollo.

Y a partir de entonces, se jodió la cosa.

A partir de 2002 se da una clara polarización de la sociedad en tres vertientes. En la primera, a partir del Combo de ICE y de la negociación y aprobación del TLC con Estados Unidos se separan los intereses de los empleados públicos y de los de los empresarios, lo que fortalece a los sindicatos y a una ―hasta entonces minúscula― izquierda nacional.

En la segunda se produce una creciente concentración de la riqueza, en parte por el crecimiento de empresas en la economía internacional, a favor de empresarios visionarios que aprovechan esta dinámica en su favor; y en parte por los enormes beneficios que se recetan algunos sectores de empleados públicos, que se enriquecen a costa del Estado, por medio de salarios desproporcionadamente altos y una cantidad de beneficios que transfieren recursos y beneficios en su favor, y los perpetúan a través de sistemas de pensiones que exceden por mucho al del grueso de los trabajadores públicos y privados. Es una concentración de riqueza en dos élites: una productiva, emprendedora y visionaria; y otra pública; aprovechada, egoísta y abusiva.

La tercera polarización es más compleja, y se refiere a la división que se da entre segmentos de una sociedad más conservadora, en parte convocada por valores religiosos tradicionales, y grupos sociales más jóvenes y liberales que aceptan y quieren los cambios en marcha hacia una sociedad más abierta y tolerante.

En esta sociedad ―por diseño de unos y como consecuencia para otros― se ha perdido la confianza entre sectores de la sociedad, en los Poderes del Estado, en las instituciones, en las empresas y sindicatos y, como resultado, los costos de transacción se han incrementado desproporcionadamente. Cuesta que se tomen decisiones y, cuando se toman, es muy caro y muy tardado implementarlas.

Así, en los últimos tres lustros Costa Rica ha venido cayendo y, en muchos campos, hoy estamos más cerca de la mediana de América Latina que de su vanguardia. Todavía tenemos desempeño excepcional en algunas áreas, como la atracción de inversión extranjera directa y el crecimiento y diversificación de nuestras exportaciones; pero en general el país se ha estancado y avanza con suma lentitud en el camino al desarrollo. Avanzamos con el famoso “nadadito de perro”. Las zonas francas se distancian como motores de desarrollo, en buena parte porque no están limitadas por todas las restricciones que enfrentamos los demás.

Para peor de males, el crecimiento desproporcionado del sector público en número de instituciones y funcionarios, ha causado un enorme déficit fiscal y deuda pública que no se refleja en crecimiento de la economía, de la productividad, del progreso social y la sostenibilidad. Nos hemos endeudado y, en parte por los intereses de esa deuda, limitado nuestra capacidad de invertir en el futuro, solo para crear desigualdad a partir del crecimiento de ingresos de una élite en el sector público.

La pandemia ha venido a poner al descubierto todo esto, pues al sumirnos en una recesión, se ha hecho bastante obvio que debemos recortar gastos y cuesta mucho, pues para hacerlo estructuralmente, se requiere reformar el Estado ―haciéndolo más pequeño―, reducir significativamente el gasto público ―dominado por los salarios de esa élite de empleados públicos que se han repartido nuestros recursos en su favor―, o reducir la deuda y sus intereses, para lo cual habría que reestructurar o renegociar la deuda existente y vender algunos activos del Estado para pagar parte del principal.

Hay otra forma de avanzar que es quitar amarras al sector productivo para que crezcamos mucho más vigorosamente; para hacer que el país sea mucho más competitivo en términos de costos, en la productividad creciente de su fuerza laboral, en la fluidez con que se establecen nuevas empresas, en una infraestructura logística, energética y de conectividad a la altura de nuestro sector productivo. Pero nuestra realidad hoy es que las empresas compiten a pesar de los altos costos que el sector público los obliga a enfrentar. Costos de energía, logística, conectividad, capital, trámites y regulación que son excesivos y limitan la inversión y el crecimiento de la productividad.

Podemos volver a soñarnos diferentes. Costa Rica puede, a partir de la coyuntura actual, reinventarse.

Lo hicimos en 1843-48 y en 1869. Lo volvimos a hacer en el cambio de siglo. Lo repetimos en 1940-49 y lo volvimos a hacer en 1982-83. Esta gran triple crisis ―confianza, fiscal, pandemia― es el momento perfecto para volver a soñarnos diferentes y, con comprensión del contexto global y sus tendencias, con base en valores profundamente arraigados ―equidad, solidaridad, democracia, paz, educación, productividad y sostenibilidad― dar un salto al frente y volver a sorprender a la región y al mundo.

Nos lo tratan de impedir agendas egoístas: elitistas, sindicales, gremiales y algunas ideologías peligrosas… Pero un futuro diferente es posible y está a nuestro alcance.

Estamos entrando en año electoral, nos acercamos al final de la pandemia, nuestra imagen país aun es muy positiva; estamos prestos a iniciar el rebote económico y tenemos la oportunidad de desplegar una nueva estrategia ―The Great Reset, lo ha llamado el Foro Económico Mundial― … ¿sabremos aprovechar el momento?

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