Mucho se habla de impuestos, de cargas sociales, de costos país. Pero casi nadie habla de este otro impuesto silencioso que pagamos todos los días, quizás el más injusto de todos, hablamos de la ineficiencia del Estado.
Tenemos instalada una cultura del trámite, representada en esa maraña de papeleos, filas, certificados, requisitos duplicados, citas eternas y sistemas mal diseñados que convierten lo cotidiano en un viacrucis. Una cultura que no solo desgasta, sino que le cobra al ciudadano en tiempo, en dinero y en salud mental un precio altísimo.
Porque cuando usted pierde dos mañanas enteras en una fila para renovar un permiso que debería poder gestionarse en línea, ahí hay un impuesto. Cuando un emprendedor tiene que contratar a alguien solo para llenar formularios y sacar citas imposibles, ahí hay un impuesto. Cuando una institución le exige un documento que fue emitido por otra institución del mismo Estado, ahí hay otro impuesto.
Y el problema no es que falte tecnología (eso ha avanzado en algunos sectores), el problema es que digitalizamos sin repensar. Convertimos el papel en PDF, pero no transformamos el sistema. Pusimos pantallas sobre las mismas paredes burocráticas para entretener a los ciudadanos mientras esperan su turno para la ventanilla. Hicimos un trámite visualmente más bonito, pero igual de absurdo.
Modernizar el Estado no es digitalizar formularios, es rediseñar la experiencia del ciudadano. Es preguntarse ¿por qué pedimos esto? ¿realmente se necesita? ¿ya existe en alguna otra entidad? ¿cómo se puede simplificar? ¿qué le cuesta este trámite a la persona que está del otro lado del mostrador?
Y lo más grave es que este impuesto silencioso castiga más al que menos tiene. Al que vive lejos, al que depende de un salario diario, al trabajador independiente que no puede darse el lujo de dejar de atender a un cliente por una fila, al que no tiene acceso a internet, al que no tiene a quién pedirle ayuda.
Cambiar esto requiere voluntad, sentido común. Requiere entender que el centro del Estado debe ser el ciudadano, no el procedimiento. Que la norma debe facilitar, no complicar. Que un trámite simple y justo vale más que cien campañas de imagen institucional.
Gobernar bien también es respetar el tiempo de la gente. Si queremos un país competitivo, productivo y justo, tenemos que dejar de castigar a quienes cumplen. Y eso empieza por eliminar este impuesto silencioso, que nadie denuncia, pero todos pagamos.
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