¿Cómo se ve la ruralidad? ¿Dónde empieza lo rural? ¿Qué lugar tiene en el país? Las narrativas de la ruralidad son un mundo confuso, que inicia desde la complejidad histórica y no consensuada por definir lo que es rural. Se acrecienta en las lecturas externas y generalistas de todo territorio fuera de la Gran Área Metropolitana (GAM), definidas desde el afuera y carentes de la sensibilidad que solo se puede construir con una lectura desde adentro.

En los últimos años y décadas los ojos del mundo se han puesto en las zonas urbanas, su peso al albergar la mayor cantidad de población, importancia al ser los espacios con mayor impacto sobre el ambiente por el consumo de recursos, su cuantía al ser el lugar donde se produce el desarrollo económico de una nación y las proyecciones de su continuo crecimiento son algunas de las razones que justifican su lugar en las agendas políticas. Las zonas urbanas son consideradas uno de los puntos medulares para dar respuesta a las problemáticas y retos más importantes de nuestro tiempo. Costa Rica no es excepción, el crecimiento económico del país y el mayor desempeño se limita a menos de 15 cantones, en su gran mayoría ubicados en la mancha urbana.

Sin embargo, en un país tan pequeño como el nuestro, y con las condiciones que tenemos no se puede leer el uno sin el otro, no se puede hablar de lo urbano sin lo rural. Una lectura de las zonas rurales como simples complementos, o zonas aisladas no puede seguir siendo la norma. Tampoco la imagen de los territorios periféricos a la GAM bajo una misma lectura homogénea y desatinada. Ignorar la diversidad que contienen estimula el desaprovechamiento de la riqueza, valor y potencial que se encuentran en estos territorios.

La ruralidad es una historia cargada de desigualdad. Desigualdad de condiciones de desarrollo y oportunidades, desigualdades que limitan al mismo territorio y sus habitantes de aprovechar su potencial, y desigualdades que muchas veces no pueden ser enfrentadas con simple gobernanza local. Tener el panorama claro desde los territorios muchas veces no es suficiente para quebrar estas barreras. La imagen y la identidad impuesta de la ruralidad, cargada hasta se podría decir de romanticismo, se convierte en una camisa de fuerza, convirtiendo al medio rural en un mundo con potencial casi inexplorado e ignorado a causa de la misma incomprensión y desconocimiento.

La ruralidad proporciona un contrapunto importante a la vida urbana, y cuando es reducida a puntos de vista externos, perdemos el potencial de que lo rural se vuelva verdaderamente significativo, un motor de cambio y de desarrollo. La identidad estereotipada de la ruralidad debe ser desafiada, debe ser cuestionada desde el detalle y las particularidades que la componen, debe ser comprendida desde adentro.

Volver los ojos a la ruralidad no es un simple (pero necesario) discurso desde la responsabilidad ética de equilibrar la balanza, en los territorios rurales se encuentra la oportunidad de diferenciación y empuje que puede fortalecer el desarrollo económico y multidimensional del país.

El contexto actual con sus problemáticas agravadas, sumado a la inefectividad de las estructuras tradicionales político-administrativas y modelos de desarrollo para contrarrestar temas de pobreza, desigualdad, y exclusión, abre una ventana para el cuestionamiento. Un cuestionamiento que impulse una evolución a modelos que realmente se piensen desde los territorios, que potencien y no limiten, que empoderen a los territorios de su propia apuesta de desarrollo productivo, desde el acompañamiento y no desde la imposición.

La movilización y participación cada vez mayor desde los territorios fomenta estructuras que complementan el enfoque tradicional descendente de gobernanza, logrando la articulación inteligente entre lo local y lo nacional, entre lo rural y lo urbano. Descentralizar desde los detalles de nuestra realidad y la de nuestros territorios, es descentralizar bajo un diseño consecuente, reflexivo y flexible para potenciar las narrativas de la ruralidad.

Educación, competitividad, inversión, sostenibilidad, empleo, regeneración, bienestar, innovación, cada uno de estos temas y cada uno de los principales retos de nuestro contexto pueden y deben ser pensados desde la diversidad de nuestros territorios. Es urgente evolucionar a modelos de desarrollo que piensen la ruralidad no desde lo presente sino desde lo potencial, como fortaleza y no como carga, desde esta nueva perspectiva de lo rural y lo urbano como un sistema, potenciando las oportunidades que surgen cuando se responde desde la inclusión, desde la equidad y la responsabilidad.

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