En las zonas rurales de Costa Rica, miles de mujeres son el corazón de pequeñas economías que funcionan con lo justo. Cultivan, crían animales, procesan alimentos, venden en mercados locales y sostienen a sus familias con esfuerzo diario. A pesar de su papel clave, muchas viven en condiciones de vulnerabilidad, sin acceso a financiamiento, capacitación ni redes de apoyo técnico. Pero cuando se les brinda una oportunidad, el impacto social es profundo y duradero.

Apoyar a las mujeres rurales no se trata solo de mejorar ingresos; es fortalecer el tejido social de las comunidades. Cuando ellas reciben asesoría para organizar sus emprendimientos, cuando acceden a créditos que les permiten invertir en su actividad productiva, o cuando se capacitan en nuevas técnicas, no solo crecen como productoras: se convierten en líderes locales, modelos a seguir y agentes de cambio.

Un ejemplo claro de esto es el trabajo de Grameen Costa Rica, organización con enfoque social que ha logrado adaptar el modelo de microfinanzas al contexto nacional, enfocándose totalmente en mujeres en condiciones de vulnerabilidad  económica.

A través de pequeños préstamos solidarios, acompañamiento constante y formación en habilidades financieras y humanas, Grameen no solo facilita el acceso a recursos, sino que construye confianza y autoestima en quienes participan. En comunidades de la Zona Norte, Chorotega, Caribe y otras regiones rurales, muchas mujeres han pasado de depender completamente del autoconsumo a liderar pequeños negocios que generan ingresos sostenibles.

El impacto va más allá de lo económico. Las mujeres que acceden a este tipo de apoyo desarrollan una voz propia, toman decisiones informadas sobre sus hogares y su entorno, y se convierten en promotoras de bienestar comunitario. No es raro ver cómo, después de integrarse a un grupo de microfinanzas, muchas mujeres impulsan redes de cooperación, proyectos colectivos o acciones comunitarias que antes parecían fuera de alcance.

La mujer rural costarricense no pide caridad, pide herramientas. Capacitación, acompañamiento técnico y financiamiento adaptado a sus realidades son claves para liberar su potencial. Invertir en su desarrollo es fomentar estabilidad, fortalecer comunidades y construir un futuro más justo en las zonas rurales del país.

Cuando una mujer rural se empodera, no crece sola: florece toda su comunidad. Y cuando organizaciones como Grameen Costa Rica abren caminos, se siembra desarrollo donde antes solo había resistencia.

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