El aporte de las mujeres en la industria de los alimentos trasciende más allá de la producción per sé. Este se refleja en aspectos como mejoras en la nutrición de los niños, aumento del consumo de alimentos y mejora del bienestar de su núcleo familiar, unido a la disminución de la pobreza.

Para el segundo trimestre del 2020, a nivel nacional, la población ocupada en el sector agropecuario se estimó en 207.540 hombres, mientras que las mujeres representaron apenas 26.061 personas. Traducido a porcentajes, significa que la población femenina representó el 11,2% de la población total ocupada en este sector, con una disminución respecto al mismo período del 2019, donde representaba un 12,9%; La población masculina empleada, por su parte, acaparó el 88,8% restante (SEPSA, 2020). En el sector agro se registran 12 598 productoras, que equivale al 15,6% a nivel nacional, mientras que la participación de productores es 5 veces mayor a la proporción de las mujeres. El mismo censo indica que solamente el 3% de las productoras han recibido asistencia técnica agropecuaria (FAO, 2020).

Según el INEC, para el segundo trimestre del 2021, la población ocupada, es decir, el porcentaje de personas en la fuerza laboral que participaron en la producción de bienes y servicios, fue de 61,4% para los hombres, mientras que la de las mujeres fue de 35,9%. Es importante destacar que este indicador desde su definición conlleva, de forma intrínseca, la omisión de la participación por parte de las mujeres en labores no remuneradas, tales como actividades de cuido y alimentación.

La Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT), realizada por el INEC en el año 2017, evidencia que el tiempo dedicado por las mujeres al trabajo doméstico no remunerado, es dos veces mayor que el dedicado por los hombres. Esta situación resulta en una limitación de tiempo para realizar otras actividades las cuales podrían incluso llegar a aumentar la participación del género femenino en el mercado laboral, así como actividades de desarrollo personal y autocuido (INAMU, 2019).

En cuanto a la tasa de desempleo masculina, esta se encuentra en 9,7%, mientras que para las mujeres es de casi el doble, con un valor de 15% (INEC,2022). Según la Encuesta Continua de Empleo, el tema de desigualdad laboral y niveles de ingreso es constante al analizar diferentes sectores productivos a nivel nacional. Sin embargo, es importante considerar las afectaciones socioculturales que puedan sufrir con mayor frecuencia las mujeres dentro de la ruralidad.

A nivel mundial, las mujeres representan un aspecto fundamental para el desarrollo rural y la erradicación del hambre, al ser responsables de la producción de la mitad de los alimentos consumidos por la humanidad. Alcanzar la equidad de género e impulsar la participación femenina en los procesos productivos, es fundamental para garantizar el reconocimiento del rol de estas.

Diversos estudios revelan que la población femenina produce la mayor cantidad de alimentos cultivados y, desgraciadamente, reciben montos considerablemente menores a los hombres, a pesar de cumplir con jornadas más extensas y de cumplir con las mismas labores. Resulta agravante considerar que la población femenina se enfrenta a discriminación de género, tanto en una normativa de desarrollo repleta de barreras que obstruyen la ubicación de la mujer en posiciones de poder y de toma de decisiones.

Una barrera típica y presente es la dificultad para el acceso a insumos; siendo un caso específico la tenencia de tierra. Las características de las reformas agrarias implementadas en Centroamérica explican las asimetrías de género sobre la tenencia de terrenos; estas reformas se caracterizaron por su falta de consideración y comprensión de la situación de las mujeres y su relación con el desarrollo del medio rural.

El incremento de la participación de la mujer en el sector agropecuario las posiciona como pilares de la seguridad alimentaria y nutricional de numerosos hogares en Centroamérica. A pesar de esto, las limitaciones en acceso al crédito y recursos productivos siguen siendo evidentemente mayores para la población femenina en comparación a los hombres rurales. Con las herramientas apropiadas, las mujeres pueden llegar a ser motor de desarrollo para las regiones debido a su alto nivel de productividad, provocar el crecimiento económico de las zonas más desfavorecidas y mejorar la distribución en el ingreso ya que, se caracteriza a la mujer por ser agente de promoción de la educación y nutrición de las nuevas generaciones, iniciando por su descendencia, lo cual resulta en un incremento del capital humano a futuro.

La crisis alimentaria que se está gestando a nivel mundial y la necesidad de la diversificación de los ingresos en las comunidades, son un llamado a los generadores de política pública para impulsar el empoderamiento de las poblaciones que, históricamente, han sido apartadas y garantizar el desarrollo sostenible a nivel económico, social y ambiental desde las bases, como pilar para garantizar la seguridad alimentaria y nutricional de las naciones. Es momento de desarrollar proyectos que aseguren el acceso al crédito y la generación de valor agregado, sin olvidar la composición demográfica de nuestras sociedades, sin dejar a nadie atrás.

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