Cuando se piensa en un pantano este podría evocar la imagen de un territorio rodeado de agua y vegetación densa, o bien puede aludir a una historia de fantasía donde su principal protagonista es un ogro verde y malhumorado, pero este también remite a un problema de salud pública complejo y multidimensional que se conoce como pantano alimentario; el cual cobra mayor sentido dada la pandemia que se padece actualmente; así como la obesidad y el sobrepeso que aquejan a los costarricenses.
Su concepción se dio durante la década de 1990 y se les conoce también como “food swamps”, estos hacen mención a comunidades o vecindarios donde los alimentos ultraprocesados y poco saludables inundan o acaparan mayormente la atención que aquellos que le aportan nutrientes al organismo, es decir, que los vegetales, frutas, granos y lácteos quedan al margen frente a aquellos productos con grasas saturadas, azúcares añadidos y altas cantidades de sodio; pero entonces ¿será que este problema se debe solamente a una mala toma de decisión por parte de las personas al elegir sus productos? Además ¿este problema se soluciona únicamente con el fomento de un estilo de vida saludable?
Como se mencionó anteriormente cuando se estudian los pantanos alimentarios pueden surgir diversas interrogantes y muchas de ellas pueden no tener respuesta definida o una solución concreta al día de hoy; lo que sí es trascendental es que se está señalando un problema que amerita un enfoque sistémico.
Ahora bien, pese a que los pantanos alimentarios se constituyen en distintos contextos, no se puede obviar que son las comunidades con menores índices de desarrollo humano y social las más afectadas sobre todo por la falta de oportunidades desde distintas aristas (Intini , Jacq y Torres, 2019) donde sobresalen ayudas de tipo asistencial por parte de las instituciones pero donde no necesariamente se constituyen proyectos sostenibles que los beneficien a largo plazo; inclusive los principios de la Seguridad Alimentaria y Nutricional (SAN) pueden verse limitados según sea este contexto, por lo que desde mi perspectiva en este tipo de escenarios los pantanos alimentarios hacen mención a inequidades sociales de la salud, lo que evidencia el rol activo que deben asumir los profesionales; al ser éste un tema complejo e invisibilizado.
Si bien es cierto, las comunidades están abarrotadas de alimentos poco saludables producto de la incidencia y la consolidación de la industria alimentaria que en su afán de generar beneficios económicos sigue utilizando diversas estrategias de mercadeo para atraer a los consumidores, vendiéndoles una idea de “mayor cantidad a menor precio” lo que ha generado además que se llegue a considerar a los alimentos saludables como productos exclusivos para cierta élite, lo que es completamente falso, dado que hay alimentos al alcance de muchas personas lo que muestra un equilibrio en la parte económica y nutricional.
Aunado a esta parte económica, es necesaria la incidencia política y el apoyo de los tomadores de decisión de nuestro país; sin embargo, sigue primando el componente monetario y el apoyo que se le da a las distintas cámaras de empresarios, como por ejemplo hace poco se archivó un proyecto de ley para desincentivar el consumo de productos ultraprocesados en el país.
Por su parte, el ámbito sociocultural se vincula a las causas del consumo de este tipo de alimentos, ya que, producto de la globalización y las nuevas tecnologías, las familias han adquirido nuevas costumbres alimentarias y han añadido a su dieta productos ajenos a nuestra idiosincrasia; a su vez se ha desestimado el valor del producto local y la necesidad de apoyar al pequeño y mediano productor, el cual sigue estando en desventaja al momento de comercializar sus productos frente a grandes compañías.
En materia ambiental al darse una alta demanda y una rápida oferta de este tipo de productos no es de extrañar la contaminación que se ve reflejada en los ríos del país, los cuales están cubiertos de plástico, vidrio y materiales que durarán miles de años en desintegrarse.
Ante todas estas situaciones alarmantes no se debe trabajar de forma aislada, sino que es en este tipo de problemáticas donde se deben promover proyectos interdisciplinarios capaces de abordar las distintas aristas que están consolidando a los pantanos alimentarios; se hace necesario a su vez el trabajo intersectorial e interinstitucional, para lo que la salud ya no queda en un paradigma clínico o biomédico, sino en el abordaje multidimensional y colectivo, que sin duda se puede promover desde instancias públicas y privadas.
A su vez, los proyectos educativos y de sensibilización siguen siendo necesarios sobre todo con los más pequeños y sus familias (UNICEF, 2019) pero estos deben ser sostenibles con el tiempo y para ello se vuelve necesario esa articulación con la comunidad, identificando los actores sociales y líderes comunales que la integran; de este modo se puede comprender que las causas y consecuencias de los pantanos alimentarios son diversas y que su solución inmediata no recae necesariamente en la promoción de estilos de vida saludables a nivel individual; sino más bien en un trabajo coordinado que aborde y apoye las condiciones de vida de las personas; ya que un problema complejo amerita una solución de la misma índole.
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