Mi abuela, con todo el cariño del mundo una vez me miró y con una sonrisa de felicitación me dijo, “Caro, estás alentadita”. Esa frase de apariencia dulce y popular entre los abuelos ha ayudado a enmascarar uno de los mayores retos que enfrentamos en la salud pública: el sobrepeso. Al igual que esta y la famosa “solo está pasadito(a) de peso”, existen muchas otras construcciones sociales que muestran cómo en el imaginario popular hemos llegado a normalizar esta mortal amenaza.

Costa Rica ha sido un ejemplo regional por sus notorios esfuerzos para abordar la desnutrición, sin embargo, en las últimas décadas hubo una rápida transformación donde ahora destacamos por ser uno de los países con mayor prevalencia de sobrepeso en América. Con 64.5% de nuestra población en esta condición, somos ¡Potencia Mundial! Pero esta vez no es motivo de ninguna celebración.

Si nos concentramos en las nuevas generaciones el panorama no es nada alentador. Al considerar que, según el censo escolar, 34% de los niños tiene algún grado de sobrepeso. No hace falta tener una bola de cristal para saber que estamos formando a una generación donde las enfermedades crónicas serán el pan de cada día y nuestro sistema de salud tendrá que hacer una gran inversión para atender las patologías cardiovasculares y demás condiciones asociadas.

La pandemia de la obesidad, aunque no nueva, parece haber encendido más luces de alarma en el contexto de la emergencia sanitaria donde estudios demuestran que la hipertensión, la diabetes y la obesidad son agravantes del riesgo de morir por COVID-19. Desde el primer caso reportando en el país el gobierno rápidamente lideró acciones para proteger a la población de este enemigo: restricciones de movilidad, campañas nacionales sobre uso de la mascarilla y el lavado de manos y aumento de la capacidad hospitalaria. Pero ¿qué podemos hacer para protegernos de la obesidad?

Definitivamente la solución no se limita al número que arroja la balanza. Las complejas causas de esta problemática calan muy profundo donde detonantes sociales, económicos y políticos nos empujan como un tren a alta velocidad hacia un ambiente obesogénico. Inmersos en un ecosistema donde el acceso a alimentos saludables no es sencillo, la comida alta en nutrientes críticos es ofertada en cada esquina y diariamente estamos bombardeados por publicidad de productos procesados resulta difícil —y hasta injusto— el pedirle a la ciudadanía que adopte estilos de vida saludables.

Depositar la responsabilidad en el consumidor parece tan ridículo como limitarse a pedir a las personas manejar despacio para evitar accidentes de tránsito, sin exigir a las compañías de carros que pongan cinturones de seguridad en los vehículos. La empresa privada, la sociedad civil, la academia y el gobierno pueden apoyar a que se dé una transformación hacia patrones dietéticos más saludables.

Aunque se requieren acciones integrales que aborden diferentes momentos y actores del sistema alimentario, ¿por qué no empezamos con el derecho a la información? Cuando en una película aparecen escenas con drogas, desnudos o lenguaje inapropiado, hay un aviso que alerta al espectador. Con esa información, la persona determina si desea (o no) escoger otra película, podemos usar la misma lógica cuando se trata de la elección de alimentos.

El etiquetado frontal de advertencia ha sido implementado en otros países latinoamericanos y está diseñado para que el consumidor pueda tomar decisiones informadas a la hora de elegir productos procesados. Porque seamos honestos, entender el cuadro de composición nutricional en la parte de atrás del empaque requiere tiempo, esfuerzo y conocimientos que no todos tenemos. El proyecto de Ley 22.065 sobre Etiquetado Frontal de Alimentos ya está en la mesa de discusión y debe ser visto como una deuda pendiente que se tiene con los consumidores. Esta iniciativa por sí sola no modifica la oferta de alimentos a la cual tenemos acceso, pero si nos brinda las herramientas para tomar decisiones conscientes sobre nuestra salud.

La transformación que requiere nuestro sistema de alimentación para hacer frente a las cifras de sobrepeso actuales va a requerir muchas y diferentes acciones acompañadas por voluntad política, pero definitivamente es momento de dejar de subestimar esta problemática, no estamos “pasaditos” de peso, tenemos una pandemia en nuestras manos.

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