“A little less fight and a little more spark”.

Tenemos que cambiar los insultos por acuerdos, me dijo esta semana un periodista de mil batallas con el cual conversé. Durante poco más de una hora compartimos ideas, impresiones, opiniones y, sobre todo frustraciones.

Teorizamos sobre lo que está pasando. A ver: más allá de la pandemia. Tratamos de entender los efectos secundarios en la población y en la sociedad y cómo la crisis ha cambiado no solo la agenda noticiosa sino también aquello que entendemos por interés público.

No se trata de una noticia como la que abordamos en el reporte del jueves (la no ratificación de María Lourdes Echandi Gurdián en la junta directiva del BCCR) sea hoy menos importante que ayer, es que a la gente le importa menos. Otro ejemplo: esta semana la Corte Plena nombró al jefe de la Defensa Pública en una votación más que dividida (11 votos a 10) y el tema, a pesar de que se trató de un procedimiento lejano a lo prometido por el Poder Judicial durante El Cementazo, despertó poco interés en la ciudadanía.

Al suave, opacidad y politiquería 2, democracia 0.

Esa apatía ciudadana es comprensible: ahora mismo tenemos preocupaciones de orden mayor cada mañana al despertar, primarias, básicas, inmediatas y queda poca cabeza para atender lo macro. Pero por comprensible que sea no deja de ser preocupante. Especialmente porque en este momento el país (el mundo) se encuentra en un estado de río revuelto, en el cual las emociones están exacerbadas y el razonamiento crítico y analítico de huelga.

La pandemia nos pasa factura. Temas medulares para la sostenibilidad económica del país y para la estabilidad de la paz social, se fueron posponiendo durante lustros, cortesía de cualquier cantidad de pactos gelatina, comisiones de humo y encuentros multisectoriales en los cuales lo más destacado fue el refrigerio. La marca de la casa: Hablamos y hablamos, pero no resolvemos. Y ahora la torta nos estalla en la cara.

Está claro que los sacrificios serán inevitables, el tema es que nadie quiere sacrificar nada, así que todos los sectores aprietan los dientes y se entregan de lleno a un tiradera descontrolada que causa mareo, confusión y enojo. Estamos sumergidos en teorías de conspiración, medias verdades, desinformación y ataques por lo bajo a diestra y siniestra. Hemos llegado al punto en el que los propios medios de comunicación se golpean, consistentemente, los unos a los otros.

Aquello que antes era propio del populista con aires autoritarios de turno ahora resulta práctica normalizada en voces que otrora hacían un esfuerzo por aportar a un debate más serio y menos especulativo. Hoy estamos perdiendo más tiempo desmintiendo mentiras que desvelando verdades. Estamos atrapados por el algoritmo del egoísmo y sí, por la cultura del espectáculo.

En medio de todo esto, no dejamos de ser lo que somos: Costa Rica. Para bien y para mal. En ese sentido la manifestación del martes nos retrata. No existía un discurso consolidado en torno a la razón de la protesta. Que si contra las medidas de contención de la pandemia, que si contra la corrupción, que si contra el presidente, que si contra la norma terapéutica, que si contra la ley de bienestar ambiental. El propio José Miguel Corrales Bolaños, uno de los líderes del movimiento, manejaba una lista tan diversa que más parecía un plan de Gobierno que una serie de demandas puntuales.

Por cierto, el viceministro de diálogo ciudadano, Randall Otárola Madrigal, dijo que ya habían recibido el pliego de peticiones y que las contestarían. Por favor: ¡háganlo! No solo tiene derecho a manifestarse la ciudadanía, también tiene derecho a conocer con claridad cuáles son las posiciones del Gobierno y cuáles sus alcances. Sin ir muy lejos: si Casa Presidencial hubiera sacado un rato para contestar las peticiones cuando las recibió (palabra que a un grupo de 4 estudiantes de un curso de introducción a las ciencias políticas no le toma más de dos horas) se habría evitado la manifestación y todas esas personas no se habrían puesto en riesgo innecesariamente.

Tal es el caso no solo del propio Corrales Bolaños, sino también de la diputada Shirley Díaz Mejías, quien tiene un permiso especial del doctor de la Asamblea Legislativa para faltar a todas las sesiones que sean necesarias ya que tiene múltiples factores de riesgo y sin embargo, ahí estaba en el corazón de la protesta exponiéndose innecesariamente. Esto es angustiante: no deberíamos esperar a que la pandemia nos golpee la puerta para entender la importancia de no poner en riesgo nuestra vida.

En ocasiones como esta, pareciera necesario recordar la importancia de ponerle rostro a la tragedia, que ya suma 418 muertes en nuestro país. El “dato” (distante, frío, crudo) contempla el fallecimiento del psiquiatra Eduardo Arias Ayala, quien perdió la vida a causa de la COVID-19 el pasado 13 de agosto. El doctor tenía apenas 53 años. Puso su vida en riesgo para servir a los demás. Hoy lo llora una familia entera. ¿Y nosotros vamos a actuar como si nada estuviera pasando? No podemos ser tan irresponsables. Esta gente se está jugando la vida por la ciudadanía. ¿En qué momento se nos olvidó ese detalle?

Meditemos un segundo al respecto. Uno solo.

Esto es serio. Precisamente por eso es que tenemos que entender que como mínimo, hay que comportarse a la altura de las circunstancias, con respeto, consideración, empatía y responsabilidad (omitiré referirme al diputado que ilustró esta semana todo lo contrario). Quienes están en posiciones de poder y de impacto en la construcción del futuro inmediato del país deben de tener presente, además, la urgente necesidad de desactivar el modo “campaña” y comprometerse de lleno con la voluntad política para encaminar las respuestas que necesitamos, por encima de todo interés electoral. Ojalá entiendan que el pueblo no solo lo agradecerá, lo recordará.

Con la pandemia encima y la crisis económica apretando nuestros cuellos no tenemos mayor margen de maniobra como para perder el tiempo. He pasado estos días en búsqueda de respuestas. Tratando de escuchar a tantas personas como puedo. Me vengo enterando así de la existencia del Consejo para la Promoción de la Competitividad. Otro proyecto con buena luz que no ha terminado de florecer.

Dedicaré esta semana a conocerlo mejor para compartir con ustedes mis impresiones, a fin de establecer si es un camino viable para un país descrito por sus expresidentes como “ingobernable”. No quiero parecer cínico, pero la idea de un grupo de gente tirando ideas en 5 minutos en grupos de Zoom de 30 personas no me termina de convencer. Estoy seguro de que podemos generar propuestas más atinadas y convencido de que de todos modos, a como están las cosas, no tenemos otra alternativa.

Escucho las suyas, por supuesto. Escríbanme con confianza. Ya les contaré qué termino de averiguar del CPC y por supuesto, de cualquier otra alternativa que pueda ayudarnos a salir de este desastre en el que nos metimos. Spoiler: desde ya descarto cualquier cosa similar a una comisión de notables. Para reunir a un grupo de intelectuales a conversar sobre inquietudes políticas que de ninguna manera son vinculantes mejor haríamos en fundar un podcast.

En fin, nos leemos el domingo que vienen. Cuídense mucho por favor. Que estén bien.