Costa Rica incurre en altos niveles de inversión social y educación pública en comparación al resto de la región según la CEPAL, 2019. Incluso, para el 2018, Costa Rica fue el país que mayores recursos destinó a lo social para la región centroamericana y México. Además, es por mucho la nación que más transfiere en América Latina, en proporción al PIB, recursos públicos a la educación, incluso con mayor inversión proporcional respecto a países pertenecientes a la OCDE y con considerables menores resultados. (OCDE, 2018)
Los niveles de pobreza no muestran una reducción significativa en función del cambio del nivel de inversión en políticas de protección social, esto quiere decir que, a pesar de la inversión existente, la reducción en los niveles de pobreza no ha sido suficientemente considerable. En este contexto, la pobreza puede seguir siendo el tema primordial a resolver partiendo de la premisa de que el Estado tiene una función central de mejorar el bienestar social, de propiciar oportunidades y construir aspiraciones para el desarrollo con el que todos nos cubrimos.
En ese sentido, como muestra la evidencia de los modernos experimentos sobre desarrollo económico, el estudio del comportamiento humano para comprender el desarrollo puede ser trascendental para resolver algunos de los problemas relacionados con la asignación de los recursos de inversión contra la pobreza para que esta obtenga mejores resultados en la gestión, pero más importante aún es que ayuda a reestablecer un conjunto de información importante para tomar decisiones unipersonales y colectivas que permiten a las personas mejorar sus oportunidades de vida.
Empecemos preguntándonos: ¿Qué es la economía del comportamiento? Y ¿experimentalmente qué ha logrado detectar como criterios para abordar a las políticas sociales?
Bueno, sucintamente, dentro de la infinidad de información que provee su concepto, podríamos definir a la economía del comportamiento como la rama que estudia los factores psicológicos, sociales y cognitivos que afectan las decisiones económicas que toman los agentes. En ese sentido, la economía del comportamiento analiza los factores que se retiran del pensamiento estándar de la racionalidad en las decisiones económicas para explicar fenómenos y que abarcan el estudio de decisiones que van desde el ahorro y el consumo, a adquirir una hipoteca o decidir sobre su dedicación en la educación, la salud, y otros factores. En nuestro caso, los estudios de comportamiento logran concluir y diagnosticar decisiones en torno al desarrollo económico y a la política social, como, por ejemplo; en la asignación de los recursos monetarios, en los incentivos sociales, y sobre todo en la lucha por la reducción de las brechas de información para tomar decisiones en beneficio de reducir la pobreza.
Tres principios básicos de la economía del comportamiento para considerar en la planeación de las políticas sociales
Las personas piensan automáticamente
Los individuos cuando toman decisiones simplifican el problema, es decir, que ante la toma de decisiones los individuos no dedican mucho tiempo en deliberarlas por tiempo o por simpleza, pues para algunos temas, tienen ya preparada una decisión, aunque conscientemente piensen que reflexionan sus acciones. Este pensamiento hace que la persona desarrolle panoramas y sentimientos que usan como primer recurso para sustentar sus creencias y tomar sus elecciones en muchos niveles de complejidad que la aleja de la realidad del problema, y esto tiene efectos en la manera que perciben temas como los precios, las oportunidades sociales y la inversión del tiempo y su capital humano. Apuntando a la situación de las personas en pobreza, esta limitación del panorama se ve aún más afectada cuando la persona vive en alguna angustia social o cognitiva respecto a su entorno, como es típico de diagnosticar en personas con alguna deficiencia material que luego repercute en sus acciones.
Las personas reflexionan socialmente
Este principio nos recuerda que los seres humanos somos “animales sociales” y esto implica que las decisiones económicas están condicionadas a las creencias, deseos y relaciones con otros, en ese respecto, a las personas les interesa el renombre y respeto que ellos obtienen en su grupo y la posición de poder que ejercen. Además, los agentes consideran las situaciones de las demás personas (en algunos casos son altruistas y solidarios), pero también definen sus decisiones pensando en que, si un problema es bueno para su vida, pero injusto para el prójimo, los individuos hacen lo posible por reducir tal injusticia, según los experimentos indican. También, cuando las personas piensan socialmente, ello conduce a patrones colectivos replicados que son considerados como “indeseables” cuando estos se reflexionan individualmente, por ejemplo, la actuación humana en materia de la tolerancia a la corrupción en su entorno, las creencias sobre la discriminación y segregación social, gasto en el hogar excesivo, entre otras.
Las personas piensan utilizando modelos mentales
Los individuos generalmente perciben la información y toman decisiones que no han sido razonadas por ellos mismos, sino que son reflejados por un conjunto de información de entendimientos aceptados en la sociedad, sin cuestionarse el argumento lógico y el beneficio para ellos. Estos modelos no solo ayudan a las personas a darle un sentido interpretativo, histórico y social a los problemas del mundo, sino que permea sus estereotipos con las demás personas, identidades, trabajo, consumo y percepción del futuro, casi ejercidas desde la existencia de una presión social que les hace adaptar estos modelos. Estos modelos mentales no permiten a veces que el individuo tome decisiones amparados en el razonamiento de su particular problema y le hace no entender qué le beneficia, pero sin duda estos “mapas mentales” son posibles de mover y trasladar a un lado para presentar al individuo alternativas entorno a información que le haga salirse de solamente su percepción de la realidad.
Tener en consideración los principios del comportamiento podría ejercer un papel importante en el impacto de las políticas sociales, como ya ha resultado en diversos experimentos que referenciaré. Por ejemplo; en materia de financiamiento del hogar en educación, en ahorro para el sistema de pensiones y la construcción de la infraestructura familiar, se ha demostrado que las políticas públicas enfocadas en propiciar el entendimiento del beneficio social en el futuro de algunas acciones cuando estas sean promovidas y difundidas por los líderes y las masas sociales de las comunidades ayuda mejor en el resultado, enfoque que también aplica para la educación en materia sexual, derechos humanos y acceso a empleo. Así también se puede pensar en trabajar con el comportamiento para mejorar la productividad de las personas y la calidad de sus inversiones cuando se les anima socialmente y se les presenta de modo reflexivo la información, y así gradualmente con todas las políticas sociales de forma que cada acción destinada a mejorar la situación social y económica de una persona tenga como base los criterios propios del comportamiento humano y su respuesta ante la política misma, basándose siempre en el interés de hacer más eficaz la acción y que apoye a la persona a optimizar su conjunto de posibles decisiones ante los problemas que enfrenta.
La economía del comportamiento es un área con gran potencial para resolver problemas que involucran el uso de los recursos públicos y que en conjunto con las herramientas experimentales de la economía han alcanzado posicionar el argumento de que la calidad experimental y la ciencia detrás de la política es más efectivo que solo atender la situación en la sola vía del financiamiento. Esta ruptura del paradigma argumentativo puede ser integralmente aprovechado por una institucionalidad que lleva décadas luchando contra los problemas generalmente estigmatizados como socialmente “estructurales”. La institucionalidad hoy puede ser la mente que lleve a cabo planes innovadores que provean el combate a la pobreza con seriedad, con ciencia y visión.
Referencias
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