El 6 y 9 de agosto se cumplieron 75 años del lanzamiento de las primeras bombas atómicas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, marcando el fin de la II Guerra Mundial. Ese fue el primer ataque nuclear de la historia y hasta la fecha el único.
Ese hecho cambió muchas cosas en las relaciones internacionales, comenzando por una reconfiguración del juego de poder, porque introdujo una variable que colocó a las potencias nucleares en una posición claramente dominante frente al resto de adversarios. Por eso en estos 75 años la “cuestión nuclear” ha sido objeto de múltiples análisis, algunos de los cuales retornan a Tucídides y su obra La Guerra del Peloponeso, para tratar de determinar la influencia del poderío atómico en el balance de poder, la competencia por armamentos y en general las relaciones internacionales.
Tras ese primer bombardeo la historia es bastante conocida, y se ha movido entre los esfuerzos de las superpotencias, sobre todo Estados Unidos y la Unión Soviética, para tener el mayor arsenal nuclear. A ellas se sumaron otras, como China, Gran Bretaña y Francia, y más recientemente la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, al menos en los recuentos oficiales. Hoy se registran 14 500 armas nucleares, según el SIPRI (Instituto Internacional de Estudios para la Paz, con sede en Estocolmo). Frente a ello hubo iniciativas para reducir el armamento o limitar su estructura. El aumento en el poder nuclear dio lugar a la denominada doctrina de la “destrucción mutua asegurada”, cuya sigla en inglés MAD coincide con el término de locura.
Mientras que otros países y movimientos aprovecharon el aniversario para pedir la prohibición total de este tipo de armas, considerando que constituyen, junto con las de destrucción masiva biológicas y químicas, la principal amenaza a la seguridad internacional. El temor es que conforme aumente la cantidad y el poder de fuego el mundo se acerque a un nuevo Armagedón.
En 2018 el presidente Trump anunció el retiro del tratado INF suscrito en 1987 por los mandatarios Ronald Reagan y Mijail Gorbachov. Y en mayo decidió retirarse del Tratado de Cielos Abiertos, que busca reducir los riesgos de errores de cálculo militares, que podrían conducir a respuestas armadas y a una guerra por estimaciones incorrectas de lanzamientos de misiles. Esto se produce en el marco de las tensiones Washington-Moscú.
En esta cuestión no se puede obviar que el poder nuclear también tiene fines pacíficos, con la producción de energía, sobre todo eléctrica. Incluso el número de países que recurren a esta fuente energética ha venido aumentando en el decenio anterior. Esto adquiere más importancia cuando se considera que el futuro de la humanidad y la economía está en la electricidad, como lo señala un artículo en inglés en la revista Foreign Affairs sobre la necesidad de nuevas tecnologías para salvar el planeta. Entre las fuentes para producir la energía eléctrica sigue estando la atómica. Aunque hay sectores que cuestionan el uso de este recurso por los peligros que genera y la contaminación de los desechos.
Sin embargo, lo que más preocupa es el poder nuclear en manos de un número importante de países, algunos con gobernantes populistas, autoritarios y ambiciosos de poder. Ahora, llama la atención que los esfuerzos que se realizan para suscribir nuevos tratados se centran en Estados Unidos y Rusia. Por eso cabe preguntarse ¿y China, Gran Bretaña y Francia? Si bien Washington y Moscú poseen cerca del 90 % del armamento nuclear, lo cierto es que con unas pocas cabezas nucleares instaladas en misiles balísticos se puede causar un daño irreversible a la humanidad y el planeta.
Por eso el 75 aniversario de Hiroshima y Nagasaki es una buena oportunidad para analizar esta cuestión y el futuro de las relaciones internacionales.
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