Lo último que necesitamos es entrar en la dinámica del fatalismo. La situación ya es, por mucho, la más compleja que nos ha tocado enfrentar como colectivo en muchísimo tiempo. Esta es la crisis que “nunca olvidaremos”, pero sigue dependiendo de nosotros cómo la recordaremos.

Sobrará, en su debido momento, literatura que confirme lo que ya tenemos claro: los efectos sobre nuestra salud mental de esta pandemia han sido brutales. Hasta en los más pequeños detalles lo notamos: ansiedad, irritabilidad, depresión, cansancio (físico y mental), angustia; estamos cartón lleno. ¿Cuántos no despertaron especialmente sobresaltados con el temblor de esta madrugada? No es casualidad.

Por ese motivo es tan importante no dejarnos llevar por los cantos de sirena que llaman a la politización de la pandemia, a la insensatez, al prejuicio, a dejar de lado por completo el pensamiento científico, a apostar por creer primero y confirmar después, a golpearnos los unos a los otros como piñatas digitales sin pensar, por un segundo, en las consecuencias de nuestras palabras y nuestros actos.

No nos puede ganar la irracionalidad. Nunca. Pero especialmente ahora.

En medio de esta incertidumbre, lo que sigue estando en nuestras manos es cómo reaccionamos a lo que sucede. Las noticias más recientes claramente no son las mejores. Una vez más es prudente recordar que ante ese escenario podemos complicar las cosas desde la insensatez o procurar ofrecer a los demás nuestra mejor versión para ayudar, proponer y resolver.

Ignoremos por un segundo el ruido de los chismes sin sustento y de los pañuelos distractores (las “trampas” que llaman), concentrémonos en algunos de los puntos realmente inquietantes que tenemos sobre la mesa.

En primera instancia, tenemos un problema de trazabilidad para poder establecer los nexos epidemiológicos; la cantidad de casos positivos se ha disparado tanto que ya las autoridades están abrumadas.

Sin ir muy lejos, cuando consulté a Salud por el porcentaje de casos positivos que pudieron ser “trazados” en el operativo de Pavas, el Ministerio me indicó que no se habían podido establecer las cadenas de transmisión pues en esa semana epidemiológica (en aquel momento, entre el  domingo 28 y el jueves 2), existía un 65% de casos positivos pendientes de investigación.

Precisamente por esta situación cuesta arriba es que ya estamos hablando de transmisión comunitaria. Surge entonces la pregunta: ¿Será posible ayudar a Salud desde la ciudadanía? Varios profesionales ya me han escrito para girar la consulta al Ministerio que, por ahora, se muestra cauteloso con la idea. 

En efecto, como bien lo indica Montserrat Sagot, en otro países ese modelo ha funcionado. En la conversación que se inició en su Facebook, rápidamente le indicaron que en Costa Rica existe una limitante, la ley que protege la confidencialidad de los datos de los pacientes.

Rescato aquí un aporte clave de Susana Soto:

Con un convenio de confidencialidad sería suficiente. Así como el que firmaron con Horizonte Positivo, podrían canalizarlo a través de una  organización de la sociedad civil o las mismas universidades, como cuando se hacen prácticas y TCU. El tema de los datos sensibles es una barrera que ponen cuando quieren únicamente”.

Por ahí va la cosa: tenemos que pensar en términos de soluciones, no de excusas. Como dije, un grupo de profesionales se ha acercado a nosotros con propuestas e intentaremos  canalizarlas a Salud. Les mantendremos al tanto.

Otra “bomba de tiempo” que tenemos sobre la mesa es el Bono Proteger. Cerca de 50 personas nos contactaron esta semana denunciando que su segundo depósito nunca llegó y que cuando consultaron a las autoridades, se les respondió que esto se debía a que el beneficiario había solicitado dejar de recibirlo. 

Como este no había sido el caso (cada una de las personas que nos escribió así lo especificó), es evidente que algo sucedió/está sucediendo en el ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Algo grave. Ya hemos hecho las consultas del caso e informaremos apenas tengamos alguna  información al respecto.

A estos dos temas hay que agregar el de los “escuadrones antifiestas” y el alcance legal de su operación. Ayer mamá me lo preguntó y mi honesta respuesta fue: “nadie sabe, mamá, nadie sabe”. La discusión sigue sobre la mesa: ¿pueden entrar? ¿la ley los faculta? ¿por qué en algunos lugares sí y en otros no? Lo hemos conversado en Twitter, pero vaya que sería de ayuda tener absoluta certeza jurídica de cuáles son los verdaderos alcances de este tipo de iniciativa (y sus potenciales implicaciones). 

Si esta aclaración no viene de adentro, pues que venga de afuera: personas expertas en derecho constitucional, administrativo, público, privado, penal, sanitario... nos sobran.

El tema es ese: dejar de pensar en dividirnos y empezar a trabajar en conjunto. No es sana esa tesis de que lo que venga de la autoridad no debe de ser cuestionado, especialmente cuando las preguntas lo que buscan es aportar. Naturalmente que hay gente movida por otros intereses (políticos, partidarios, oportunistas), pero sobran profesionales en distintas materias que preguntan y consultan no por joder, sino para colaborar

A estas personas no hay que desestimarlas ni fumigarlas, hay que escucharlas y atenderlas porque dada la magnitud del desafío que enfrentamos, está más que claro que la institucionalidad no es suficiente. 

El camino óptimo para superar esta crisis es la transparencia, la escucha y la cooperación. Desde la ciudadanía han sobrado manos que ofrecen asistencia. Más temprano que tarde, será prudente aceptarla. En épocas de absoluta incertidumbre, todo aquello que ofrezca claridad, rumbo, certeza y dirección hará una diferencia significativa.