En tiempos pandémicos, en tiempos de confusión, de duda, de urgencias, debates, consultas y presiones de todo tipo de parte de todos los grupos que componen —formal e informalmente— nuestra sociedad, el discurso se ha quedado en la justificación y razonamiento de que los proyectos de ley, los planes de reactivación, y todas las ideas que se planteen desde el Ejecutivo y el Legislativo deben abarcar principalmente los asuntos de emergencia sanitaria y económica. Y claro que esos asuntos son de urgente consideración, lo que se vive en esos planos macro nacionales son de vital importancia para el Estado y para sus miembros: hay decenas de micro y pequeñas empresas que cerraron o tendrán que hacerlo pronto, y hay centenas de personas que ya estaban en condiciones económicas complejas y la enfermedad COVID-19 amplió la desazón y las angustias de muchas familias. Eso está claro, y eso debe ser atendido.
Pero además de lo sanitario y lo económico, debemos estar espectantes de conocer como el MEP y el Consejo Superior de Educación van a aprovechar —en conjunto— el momento, y a plantear una serie de medidas y acciones para replantearse a sí mismos. El sentimiento de “vacío” que existe en el MEP en cuanto a lo profundo de sus cambios no queda reducido o neutralizado por la construcción de más colegios, ni por el avance de la cobertura de acciones de subsidios de alimentación o de transporte. Ello es importante, mas no suficiente.
El Ministerio de Educación Pública ha tenido que generar una serie de medidas (entrega de alimentos, capacitación a sus personas funcionarias, uso de medios tecnológicos para virtualizar sus procesos de mediación docente, de reuniones...) que le han dado un andamiaje para seguir erguido en estos meses de cuarentena. Pero, luego de esto, ¿qué viene? ¿Qué vendrá? ¿Volveremos a lo mismo?
Hay que proceder cuanto antes a organizar y estructurar nuevas medidas. Esto presupone que todos los integrantes y participantes del sistema educativo deben estar de acuerdo acerca de los cambios que es preciso llevar a cabo, y que cuentan con ideas y planes bien estudiados para aplicar y ejecutar nuevas premisas. La nueva educación debe surgir de la negociación y los diálogos permanentes en el seno de su comunidad. La vida interna institucional demuestra que algunos planes deben estar bien afinados, y que conviene iniciar la resolución de algo tan relevante: la búsqueda de nuevos sentidos.
Ya iniciamos la transformación curricular, lo cual es de mayor cuantía. Ahora deben seguir las “otras” transformaciones: cultura y compromiso institucional, claridad en líneas de acción más que fundamentales y no solamente transversales, restablecimiento de los compromisos éticos por parte de las personas funcionarias, consultas estudiantiles, cómo ayudar a aprender de otra manera a las personas estudiantes dándole sentido a ese aprendizaje con autorregulación y fomento del placer por aprender, la pasión por conocer. Y desde luego que aparece como algo nuclear el papel de la tecnología como una posibilidad poco explorada, incluso para apoyar un aprendizaje más lúdico, placentero y satisfactorio y no solamente tecnológico: las tecnologías no son fines en sí mismos ni herramientas carentes de intencionalidad, la educación vinculada al progreso de las tecnologías de la información desde hace tiempo es definitivo y urgente, debemos cambiar enfoques y metodologías educativas aprovechando las tecnologías. Las relaciones entre personas, su convivencia, contacto y confianza, sus emociones, su interlocución, seguirán siendo necesarias en la búsqueda de aprender a vivir y convivir, ahora además con otros recursos: estas personas estudiantes son nativas tecnológicas.
En las sociedades de la información y el conocimiento antiguas (siglo XIX y principios del siglo XX) -estables, simples y repetitivas-, lo que dominaba era lo memorístico sobre los proyectos, los principios se transmitían inmutables, los modelos ejemplares se conservaban como arquetipos. En las nuevas sociedades del conocimiento y la información, lo permanente es lo inestable, la invención e innovación se sobrepone a la memoria, lo nuevo se le impone al pasado, los modelos son constantemente puestos en tela de juicio.
La labor docente será de relevancia en estos nuevos tiempos: su formación debe también renovarse desde las filosofías clásicas y contemporáneas de la educación, y dejar de cederle el paso a las tesis más pragmáticas de la misión educativa. Una persona docente incapaz de dominar adecuadamente las herramientas tecnológicas se verá coartado en su mediación docente y en la capacidad de responder a los complejos requisitos que se colocan hoy en las interfaces combinatorias de los métodos de enseñanza-aprendizaje (e-learning). No existe la persona docente eficaz y eficiente por sí solo. El estratégico que sepa entenderse y practicarse como colaborador del sistema que integra, contribuyendo a aprovechar plenamente las redes del trabajo —virtuales, a distacia y presenciales—. Las organizaciones educativas contemporáneas están formadas por redes de profesionales, con capacidad de construir lo que Roberto Carneiro en el 2006 denominó “espirales de conocimiento y de metaconocimiento”, las cuales luchan y se contraponen a la debilidad estructural sistémica y revitalizan a las comunidades educativas de nuevos saberes activos. Requerimos también para esta nueva etapa, a profesionales de la educación buscando nuevas perspectivas, nuevos paradigmas, nuevos estilos, nuevos métodos, con iniciativa e innovación.
Tenemos abierta la oportunidad para saltar cualitativamente hacia el futuro. Las propuestas y desafíos señalados tendrán valor si convergen con los cambios urgentes que requieren las personas estudiantes. Esta será la narrativa emancipadora que se debe institucionalizar, y con ella construir y edificar la nueva sociedad educativa y la búsqueda de la nueva significación para el MEP. Los despachos ministeriales y el Consejo Superior de Educación tienen la palabra.
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