Lo que estamos viviendo en Costa Rica desde el cierre de los centros educativos ha restructurado y reconfigurado la vida a prácticamente todas las personas. Se interrumpió y trastornó lo personal y lo profesional. En el caso de quienes tenemos la posibilidad de quedarnos en casa con actividades teletrabajables el momento nos brinda un escenario muy distinto con respecto a quienes salen a buscar, diariamente, un plato de comida.

Sí, en la desigual sociedad en que vivimos los efectos de la pandemia por COVID-19 evidencian claramente, las desigualdades. No todos tienen los recursos mínimos para una vida digna que les permita quedarse en casa cuidándose y cuidándonos a todos, leyendo, jugando con nuestros hijos, metidos en Teams o Zoom virtualizando procesos y reuniones, o abriendo la nevera y teniendo queso y tortillas. No, eso no lo tienen todas las familias.

Estamos protagonizando una serie de ciencia ficción que está en la primera temporada y en estos tiempos de particular realidad, la excepción se impone y nos desconfigura la cultura, las costumbres y los vínculos que nos caracterizan como seres humanos. Estar con otras personas, expresar los afectos de forma espontánea pareciera que no será posible en mucho tiempo por el riesgo al contagio y la posible expansión de la enfermedad. Los cuerpos de los otros próximos, su respiración cercana, debe ser incluso causa de reclamo y denuncia por irresponsabilidad social y desacato. Así estamos naturalizando y normalizando la vivencia en estos extraños tiempos. Esta rara ficción recuerda la novela 1984 de George Orwell. En 1984 el autor narra, la sociedad del miedo, del hipercontrol y del disciplinamiento. Desde esta novela se popularizó el concepto del poderoso y omnipresente Gran Hermano, y en estos tiempos pandémicos parecen articularse y retratarse de nuevo.

En este encuadre, la educación —desde el nivel de materno hasta la educación universitaria— se ha visto alterada. Las instituciones educativas han cerrado, pero “el aula” sigue latiendo, sigue viva, e intenta mantenerse abierta. Las personas docentes estamos en conflicto por mantenerlas limpias, decoradas, con buena luz y bien perfumadas. Inventamos y reinventamos los modos de establecer el contacto con niños, niñas, adolescentes, con la muchachada universitaria. Clases virtuales, llamadas, mensajes de WhatsApp, correos, canales de YouTube, pantallazos, foros, messenger... Se delinean como un conjunto de herramientas útiles para mantener el lazo educativo, el vínculo con las otras personas y así propiciar y poner en juego las diversas disciplinas escolares.

Lo virtual ofrece posibilidades incontables, es un universo de posibilidades. También ofrece nuevas dificultades y desafíos. Todos nuestros hábitos de aula, sus rituales y rutinas, lo cotidiano de nuestros encuentros con los otros se han alterado. El saludo, el contacto del abrazo, el gesto de bienvenida, el diálogo con la taza de café en mano se diluye en torno a la pantalla de la tableta, del celular, de la computadora, que tiende a homogenizar a aquellos que han logrado conectividad y disposición intrafamiliar para realizar la misión cibernética propuesta por la realidad, por el docente. Esas rutinas, esas costumbres, esos gestos mínimos del acontecer cotidiano escolar funcionan como un andamiaje —invisible la mayoría de las veces—, que brinda ciertas seguridades, ciertos marcos y lenguajes comunes, máxime cuando refieren al sentido de recibir al otro en el espacio educativo. Opera como plataforma inadvertida, emancipatoria, segura y protectora. Los trabajos a distancia desde la virtualidad modifican los procesos subjetivos y los tiempos de trabajo —sean éstos organizados o espontáneos—, las tareas propuestas. Aquello que sucede de manera natural en la mediación pedagógica presencial, hoy se exponen con el compromiso y la solidaridad del docente que a distancia hace su tarea, enviándola ya no al pupitre a tres metros, sino al territorio íntimo y familiar de la persona estudiante. En estos momentos de realidad y ficción educativa, en tiempos excepcionales para los sistemas educativos, la tarea de las personas docentes ha sido de manera inesperada, exigida a la reconfiguración. Debemos —como nunca— desaprender, reaprender. Despertar y readecuar nuestra manera de hacer las cosas. Debemos reconstruirnos en nuestro acontecer docente.

En la virtualidad todo se modifica: tareas, maneras de encontrarnos y conversar, rutinas, tiempos, distancias, gestos mínimos de las escenas escolares. En la virtualidad también aparece la desigualdad: niñas, niños, adolescentes, familias que buscan la entrega de los paquetes de alimentación para lidiar con el hambre, con el desempleo, la escases. No digamos el tener internet o tener computadora en casa, esas ideas son inviables por no decir imposibles. El “subir” al chat es una acción privilegiada para unos, e irrealizable para los más desprotegidos de nuestra desigual sociedad. Este doble escenario nos revela la centralidad de la escuela pública en la planificación nacional, en su valor democrático y su utopía integracionista. En estos días, la figura preponderante de la persona docente ha sido evocada por autoridades de la educación y por toda la comunidad nacional. El Ministerio de Educación Pública ha promovido la centralidad del trabajo e influencia del centro educativo con la comunidad inmediata, con los barrios, las familias, el cantón. El trabajo de las escuelas y colegios en sus territorios, y el establecimiento de una alianza pedagógica que potencie los procesos de aprendizaje de todas esas comunas, con el necesario e indispensable vínculo hogar-escuela, es clave para los tiempos líquidos (Zygmunt Bauman) que estamos viviendo.

El MEP debe repensar y a partir de trabajo en conjunto con múltiples actores del gran teatro de la educación, crear una red de trabajo socioeducativo para potenciar el trabajo pedagógico desde el momento en que estamos hoy en día: las posibilidades de la educación a distancia y en la virtualidad como modelo innovador y futuro posible. Como una opción más, como otra posibilidad de las muchas que el sistema educativo ofrece. No en detrimento del trabajo de cercanía ni de lo presencial. No se trata de quitar algo para colocar otra cosa. No es educación a distancia versus educación in situ.

En tiempos en donde tenemos más preguntas que respuestas, más dudas que certezas, más silencios que verdades, lo que en definitiva aparece en el horizonte es que este momento nos exige más reflexión, más contemplación, y a partir del diálogo y la construcción entre quienes forman parte de la comunidad estudiantil, consolidar esfuerzos por una educación pertinente y potente, en pro de una sociedad más igualitaria, desde lo presencial y en suma a las posibilidades virtuales. Hay que sumar y multiplicar posibilidades.

Un día dijimos nos vemos el lunes, pero no nos hemos vuelto a ver. Un día debimos haber revolucionado la educación, y se nos ha pasado el tiempo sin haberla replanteado. Que no se nos siga pasando el tiempo.

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