La pandemia ha abierto numerosos frentes de análisis, más allá de lo relativo a lo sanitario y del combate al SARS-CoV-2, por lo que está repercutiendo en el sistema internacional —a lo que me he referido en comentarios anteriores— pero también en el sistema político de los países. Y cuando se trata de esto, llegamos directamente a la cuestión del ejercicio del poder político. En sentido estricto, esta cuestión no es nueva, se venía hablando de ello desde hace buen rato; el punto es que el coronavirus aceleró lo que los Gobiernos, sobre todo autoritarios y totalitarios —aunque sin dejar de lado a los democráticos— venían haciendo: vigilancia digital.
Lo cierto es que cada vez más nos acercamos al mundo orweliano de la novela 1984. Es evidente que el “gran hermano” ha venido desarrollando sistemas de vigilancia para enterarse de qué hacemos los individuos en nuestra vida privada. Esto ha cercenado la frontera entre lo público y lo privado. Hoy no hay certeza de si cuando hablamos por celular o enviamos un mensaje desde el aparato solo será escuchado o visto por la persona destinataria. Ni se diga de las redes sociales y los sistemas de videoconferencia. Un buen ejemplo es la plataforma Zoom, prácticamente desconocida hace unos meses (con esfuerzo se realizaban 10 millones de sesiones, en contraste con las más de 200 millones de hoy en día), convirtiéndose en el principal medio para las clases virtuales en universidades. Y luego de las advertencias de las vulnerabilidades que tiene la aplicación, ahora queda la duda de cuántos participantes hay en la sesión, si solo aquellos que uno invitó o hay otros invisibles vigilando lo que uno hace y dice o rastreando información. ¿Y cuántos de estos son agentes gubernamentales?
En el marco de la pandemia la vigilancia digital ha sido muy útil. El mejor ejemplo es Corea del Sur, seguido de Taiwán. En ambos países los dispositivos digitales, sobre todo el teléfono celular, sirvieron para rastrear a las personas con las que estuvo en contacto un paciente contagiado; al igual que para detectar la violación de una orden sanitaria de confinamiento. Y en el caso de China se fortaleció, lo que el régimen totalitario había venido implementado en los últimos años: la identificación del rostro para determinar si alguien con restricción había salido de su casa.
Repito, sin duda esta vigilancia digital ha sido muy útil en esta coyuntura sanitaria. Y hay que tener en cuenta que la revolución tecnológica ha provocado una revolución cultural y demográfica. Por eso se requiere revisar algunos conceptos para describir, explicar y entender la actual realidad social. Y como señala el filósofo Markus Gabriel, es necesario comprender que estamos en una “nueva Ilustración global”. Y eso que no conocemos en toda su dimensión la tecnología 5G, desarrollada en China y que causa desconfianza en los países occidentales.
Por ahora hay satisfacción en el uso de la vigilancia digital; pero la pregunta es qué pasará el día después de la pandemia. Los Gobiernos estarán muy contentos con los sistemas implementados y lo cual podría dar lugar a la “vigilancia democrática” y la “dictadura digital”. Esto ya es lo “normal” en regímenes totalitarios como el de China, que al estar siendo día a día más atacado (esto suele suceder con el competidor que va a la cabeza) ha endurecido los controles sobre la población y las empresas.
Es decir, ¿estaremos a las puertas de ser vigilados por el “gran hermano”, que penetra hasta el dormitorio para asegurarse que los adversarios no están planeando desestabilizar el sistema? ¿Se contagiarán los Gobiernos democráticos de la conducta de los regímenes autoritarios y totalitarios?
Hay evidencia del deterioro de los mecanismos de protección de los derechos humanos en todos los países, en algunos más por los esquemas de capitalismo salvaje que han implementado, la falta de líderes mundiales y la carencia de solidaridad y cooperación que predomina en el sistema internacional. Por eso aparecen seudo líderes mesiánicos que saben de castigos divinos, al mismo tiempo que ignoran las necesidades de la población, como Daniel Ortega, Viktor Orbán y Narenda Modi.
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