La situación sanitaria en la provincia italiana de Lombardía es escalofriante. Es una de las regiones más ricas de Europa y tiene uno de los mejores sistemas de salud del mundo. La población está confinada desde hace 13 días. A pesar de estas medidas extremas e impensables hace tan solo un mes, en los últimos tres días, más de 1100 personas fallecieron por el COVID-19. 1100 personas en tres días en una región apenas dos veces más poblada que Costa Rica. El objetivo de todas las medidas que toman los países alrededor del mundo, es que la situación sanitaria en Lombardía no sea la regla en el resto de países afectados.

En Costa Rica, el SARS-CoV-2, responsable del COVID-19, llegó oficialmente hace dos semanas. Desde entonces, el número de casos sigue aumentando exponencialmente y tenemos que prepararnos para tomar rápidamente decisiones. Serán decisiones difíciles. Difíciles porque tendrán consecuencias sanitarias y económicas concretas e importantes. Y difíciles también porque para tomar las mejores decisiones, debemos tener un buen diagnóstico. Pero al ser una nueva enfermedad, lo primero que hay que entender, es que todavía existen muchas incertidumbres. Además, la situación en Italia demostró que cuando las verdaderas dificultades empiezan, ya es demasiado tarde para actuar. En resumen, una sub-estimación de la crisis sanitaria podría provocar miles de muertos evitables, una sobre-estimación agravar innecesariamente la crisis económica futura. Así que trataré de resumir la situación.

 ¿Qué sabemos y qué no sabemos?

Primero, sabemos que generalmente, las epidemias virales que se expendieron descontroladamente solo se detienen cuando una proporción importante de la población crea anti-cuerpos. Se llama la inmunidad colectiva. Y para tener anti-cuerpos, hay que haber estado infectado o vacunado. Ahora, ¿qué significa exactamente, “una proporción importante de la población”? Pues, no se sabe. Depende de las características exactas del virus y de su propagación, pero los epidemiólogos estiman que sería entre 50 y 70% de la población, es decir tres millones de personas en Costa Rica. Así que lo más que podemos hacer es proteger la máxima cantidad de gente posible hasta que exista una vacuna, lo que probablemente tardará alrededor de un año. Esta batalla no se terminará completamente antes de eso.

Segundo, sabemos que la propagación del virus fue rápida en los países donde ha llegado, y es probable que, en algunos meses, si no han tomado medidas para contenerla, la mitad de la población de estos países sería infectada. Una de las razones es que muchas personas infectadas no tienen síntomas. Pero, aun así, pueden propagar la enfermedad. Sin embargo, no sabemos cómo reaccionará exactamente el virus en nuestras latitudes. Lo único que podemos decir es que, por el momento, la curva de los infectados detectados sigue la de los países europeos, entonces hay que prepararse para tiempos duros. Los próximos días serán cruciales para afinar el diagnóstico.

Tercero, no conocemos exactamente la tasa de letalidad, es decir la proporción de personas infectadas que fallecen. Se estima por el momento que anda por 1%, cuando el sistema de salud no está saturado. Es decir, que la gran mayoría de las personas logre recuperarse. Al tener una población más joven que en Europa, por ejemplo, Costa Rica podría además tener una pequeña ventaja. Pero igual, si millones de personas se infectan, el COVID-19 podría matar a miles de personas en Costa Rica, sobre todo adultos mayores y personas con diabetes, hipertensión o enfermedades respiratorias o cardiovasculares.

¿Qué hicieron los otros países?

Por el momento, todos los países afectados trataron de limitar la propagación gracias a la distanciación social. Es decir, al inicio, detectar y aislar los enfermos, cerrar los restaurantes, impedir los grandes encuentros, evitar las visitas a los adultos mayores, promover el teletrabajo. Es lo que estamos haciendo en Costa Rica por el momento. El objetivo no es impedir la propagación, sino que sea más lenta, para evitar la saturación de los hospitales. En efecto, se estima que alrededor de 2-3% de los infectados desarrollan una forma grave, y que 1% fallecen. Es decir, con un sistema de salud robusto, la mayoría de los casos graves se pueden recuperar. El riesgo es que el número de pacientes supere rápidamente y por mucho el número de camas y respiradores artificiales disponibles en cuidados intensivos, y que no sea posible salvar los casos graves. Es lo que está pasando en Lombardía, donde los médicos ya no pueden atender a todos los pacientes.

La cuestión es si estas primeras medidas de distanciación social serán suficientes. Por el momento, solo lo fue en los países asiáticos que conocieron la epidemia de SARS en el 2002. Este trauma les permitió tomar decisiones fuertes rápidamente, hacer pruebas a grande escala, y contar con una población acostumbrada a las medidas de distanciamiento social. No parecemos tener estas características. En Europa y en el Hubei, no fue suficiente. Poco a poco, a petición de los médicos y de los científicos que veían subir el número de casos graves en los hospitales, extremaron las medidas hasta que el confinamiento sea aceptable por la población. Italia, España, Francia, o los estados de California y Nueva York escogieron esta solución. El ejemplo de la provincia de Hubei probó que, con condiciones drásticas, el confinamiento era eficaz en algunas semanas, pues lograron controlar la epidemia, aunque la mayoría de la población no estuvo en contacto con el virus.

Sin embargo, incluso si es eficiente a medio plazo, el confinamiento de la población no resuelve todo. ¿Cómo hacer para que una segunda ola de la epidemia no llegue si la población no está inmunizada? Por el momento, China está imponiendo una cuarentena estricta a las personas que entran, pero ¿durante cuánto tiempo será eficaz? Además, el confinamiento tiene obvias repercusiones sociales y económicas. Sociales porque induce problemas graves en caso de violencia intrafamiliar, por ejemplo. Económicas porque tenemos pocos mecanismos institucionales para mitigar los efectos de la crisis sobre los más vulnerables. En Francia, por ejemplo, existe desde los años 50 un seguro público para las personas desempleadas e incluso, en periodo de crisis, para las personas a las que las empresas tuvieron que bajar de la planilla. Pero aquí, no tenemos nada de eso, y la mitad de los trabajadores tienen un trabajo informal. Otra vez, la ausencia de una política social fuerte, así como de mecanismos de redistribución de la riqueza y las enormes desigualdades sociales nos van a penalizar y limitar nuestra capacidad de acción frente a este virus. Podría tener consecuencias claras en término de vidas humanas. Proteger a los más vulnerables físicamente contra el virus, y proteger a los más vulnerables económicamente contra la crisis, debe ser nuestro único objetivo. Cueste lo que cueste.

Seamos humildes. Nadie puede prever exactamente lo que va a ocurrir. Nadie tiene la solución ideal. Se habló de una guerra mundial contra el virus: es porque habrá muertos, habrá crisis económica, y porque las medidas que se tomaron en varios países democráticos parecían totalmente inconcebibles en tiempo de paz algunos días antes. Viene la hora de ser creativo e innovador en nuestra forma de afrontar una crisis y concebir la solidaridad. Después de la Primera Guerra Mundial, se desarrolló el impuesto progresivo, y después de la Segunda Guerra Mundial, la protección social. Si de verdad entramos en guerra, tal vez algo positivo saldrá de esta crisis en términos de seguridad pública social.

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