Las situaciones excepcionales nos llevan, muchas veces, a observar como algo valioso e imprescindible acciones comunes que dábamos por sentadas. Una de las acciones más reveladoras de la crisis del Covid19 es el valor que cobra hoy día el cuido de otras personas.
De repente, ante los acontecimientos actuales de confinamiento en casa, de necesidades de cuidado de prole, amistades y familiares, de limpieza y pulcritud constantes para combatir un enemigo microscópico, el cuido adquiere una inusual y inesperada relevancia.
Este tema lo discutía en 2014 con la escritora chileno-costarricense Tatiana Lobo, sobre el verdadero poder que ostentamos las mujeres: el cuido.
Decía Tatiana que las mujeres somos “agentes de cambio desde el cuido, porque los hombres han delegado en nosotras la tarea de cuidar y esa tarea es lo que ha sostenido a la humanidad, porque si no lo hubiéramos hecho, la humanidad hubiera desaparecido. Por ello, el verdadero cambio que podemos generar las mujeres es que todo el mundo cuide, hombres y mujeres por igual, o sea, hacer del cuidado, una política humana”.
Y justo esta semana ONU Mujeres publicó un documento que llama la atención sobre este tema porque, de hecho, “las mujeres siguen siendo las más afectadas por el trabajo de cuidados no remunerados, sobre todo en tiempos de crisis”; es decir, toda aquella labor de cuidado de personas enfermas, adultas mayores e infantes que se hace en los hogares sin remuneración alguna.
“Debido a la saturación de sistemas sanitarios y al cierre de las escuelas, las tareas de cuidados recaen mayoritariamente en las mujeres, quienes, por lo general, tienen la responsabilidad de atender a familiares enfermos, personas mayores y a niños y niñas”, destaca la organización.
Se estima que los trabajos de cuidado y labores domésticas no remuneradas representan entre el 15 y 20 % del Producto Interno Bruto (PIB) de los países, porcentaje que se disparará brutalmente debido a la pandemia.
Política del cuido
En efecto, en estos días las sociedades y los gobiernos comienzan a tomar conciencia de la trascendencia del cuidado y del autocuidado y lo vital que resulta en esta encrucijada evolutiva. Si logramos hacer del cuido una política social, sostenida y consciente, se salva el agua, el ambiente, las personas adultas mayores, con capacidades especiales y afectadas de su salud, así como los infantes, la población pobre y vulnerable, y los infectados con el Covid19.
Las mujeres podemos ser agentes de cambio porque detentamos conocimientos y prácticas sociales extraordinarios y conocimientos ancestrales de cuido mutuo que han sido fundamentales en el avance de la humanidad.
Fuimos las inventoras del lenguaje porque la madre debía aprender a comunicarse con sus crías para enseñarles los peligros y descubrimos la agricultura en aras de proveer sustento a nuestra prole.
El secreto del éxito de la maternidad es que la madre cría para la emancipación, mientras que la relación de poder entre el adulto y el débil (infante y adolescente), no es para la emancipación sino mantenerlo dependiente, débil todo el tiempo.
“A la prole se le enseña a caminar, a usar el esfínter, a comer y a comportarse en sociedad para que pueda valerse por sí sola, y todo eso se ha ocultado para convertir la maternidad en un instinto y no en un conocimiento”, afirmaba Tatiana Lobo en nuestra conversación.
Por ello, ante el desafío global que vivimos hoy, tenemos que cambiar la propuesta y convertir el cuidado en política, que los gobiernos estén basados en el cuido de la sociedad de manera positiva y constructiva; eso provocaría un cambio social sin precedentes, es convertir el cuido en una forma de gobierno.
El cuido ha sido la forma de explotación del patriarcado contra las mujeres; pero no es el cuido lo que está mal, lo que está mal es la explotación de nuestras fuerzas y talentos sin reconocimiento ni remuneración para seguir cargando a la humanidad sobre nuestros hombros. Tenemos que compartir responsabilidades, tal y como las circunstancias actuales nos lo exigen como especie humana que funciona en unidad y con afecto.
Repartir responsabilidades
Sería maravilloso que se repartiera equitativamente entre mujeres y hombres el cuido de las personas más débiles de la humanidad y que no sea una imposición o forma de mantener controladas a las mujeres, sino una decisión política, una manera de gobernar.
El cuido es fundamental para la supervivencia de la especie humana y por eso las mujeres no debemos renunciar al cuido sino aprender a compartirlo. No podemos renunciar a lo que es básico y fundamental, ese es nuestro poder.
La gran revolución de las mujeres es hacer entender a la otra mitad del mundo que el cuido es una función de toda la humanidad, no solo de las mujeres.
La cultura del cuido es también de autocuidado, ya que la falta de la cultura del cuido hace que los hombres tampoco sepan cuidar de sí mismos y por ello prefieran –algunos– ir a morir en una guerra y ser catalogados como héroes o vivir al límite realizando acciones peligrosas de todo tipo que ponen en riesgos su salud y su vida. Y, por otro lado, muchas generaciones de mujeres aprendimos a cuidar de los demás a costa de nuestra estima y salud.
Por ello, el cuido no se puede concebir sin el autocuidado, condición absolutamente valiosa en estos días en que nuestras conductas sociales son el factor de éxito o fracaso contra un virus poco conocido y devastador.
La ética del cuido va más allá. Si tuviéramos un Estado que pusiera el mismo empeño y cuidado como el que pone una madre en sus hijos, estaríamos viviendo en el paraíso y cubiertos con todo.
La vida es cuido y hoy más que nunca la pandemia nos pone a prueba en ese aspecto esencial y nos recomienda cambiar la mentalidad sobre este gran poder.
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