El ministro de Salud, Daniel Salas, confirmó que esta semana quedó integrada una mesa de trabajo entre varias instituciones públicas para trabajar en la secuenciación genómica del virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19.

Esa medida es necesaria para saber cuál cepa de COVID-19 es la que está enfermando a los costarricenses y poder escoger, cuando esté disponible, la vacuna que mejor resultados tenga contra esa cepa.

Eso es importante eventualmente para que en el momento que haya una vacuna, que no va a ser a corto plazo, tener la posibilidad clara de escoger cuál es la vacuna que nos estaría sirviendo.

De acuerdo con Salas, esa mesa está conformada por la Universidad de Costa Rica (UCR), la Universidad Nacional (UNA), la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), el Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza en Nutrición y Salud (Inciensa) y el Centro Nacional de Innovaciones Biotecnológicas (CENIBiot) del Centro Nacional de Alta Tecnología (CeNAT).

¿Qué es?

Secuenciar el genoma significa comprender cuál es la composición genética del virus para desenmarañar las instrucciones que éste sigue cuando infecta a un ser humano. Puede relacionarse con la frase "Conoce a tu enemigo" del libro El Arte de la guerra.

Al secuenciar el genoma del virus, los científicos pueden determinar qué es lo que causa la enfermedad, cuál es su origen, qué tanto se parece a otros ya conocidos, determinar mutaciones o cepas, y desarrollar terapias para combatirlo.

Aunque el nombre del nuevo coronavirus es SARS-CoV-2, esto no significa que las más de 600 mil personas en todo el mundo que a este momento han sido infectadas tengan la misma cepa. En España, por ejemplo, recientemente se logró secuenciar el genoma del nuevo coronavirus, por lo que ahora se puede comparar con el de otras naciones que también han alcanzado ese logro, incluido China y se hallaron algunas diferencias.

Cuando los científicos chinos secuenciaron el genoma del nuevo coronavirus determinaron que tenía una similitud del 70% con el SARS-CoV-1, causante de la epidemia de Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS) que surgió en 2003 en países del sudeste asiático, dejando 8422 infectados en una treintena de países​ y 916 muertos. Por esa similitud al nuevo coronavirus se le llamó SARS-CoV-2.

Secuenciar el genoma también permite saber si un virus es de origen natural, o artificial. Los estudios hechos al SARS-CoV-2 apuntan que no hay evidencia de que el mismo sea producto de manipulación en un laboratorio, pues en esos casos lo común sería encontrar fragmentos de otros virus, algo que en este caso no ocurre.

Al secuenciar el genoma de las distintas cepas de SARS-CoV-2 se pueden desarrollar distintas vacunas para tratar a la gente que haya contraído una u otra cepa, algo que ocurre -por ejemplo- con la influenza estacional. Esta técnica de investigación es relevante porque una vacuna creada para una cepa específica podría no funcionar para otras.

Actualmente en todo el mundo se estudian miles de muestras distintas del nuevo coronavirus para determinar posibles mutaciones. Según el portal nextstrain.org a la fecha se han liberado 2084 secuencias de genoma del nuevo coronavirus que han permitido detectar algunas mutaciones tan pequeñas como la ocurrida en uno solo de sus componentes.

A pesar de que el número pueda sonar bastante elevado, lo cierto es que los hallazgos hasta el momento señalan que este nuevo coronavirus no muta tanto como se esperaba (o en comparación a la influenza), lo que ayudaría en la fabricación de una vacuna, la cual puede tardar entre 12 y 18 meses.