El concepto de desarrollo, no como mejora social, pero como disciplina académica, esta en una carrera constante de supervivencia. Esto lo ha llevado a transformarse en una pseudo-ciencia. Hay varios culpables: el estudio de la economía en sí ha adoptado conceptos sumamente teóricos como su piedra angular, la presión de los inversionistas, o donadores, por resultados que se puedan cuantificar, y más importante exhibir, y la constante intervención de organizaciones internacionales insistiendo en sus moldes de desarrollo.
Dos consecuencias naturales de la complejidad alrededor del concepto de desarrollo son: 1. La adopción de un elevado lenguaje derivado de la racionalidad de la economía pura: ingresos dispensables, teoría de cambio, externalidad, modernización, evaluaciones de impacto, entre otros. 2. La aglomeración de países en dos categorías: desarrollados y en desarrollo, aún más incómodo “el Sur Global”, o el peor de todos “el tercer mundo”.
Sin duda Paul Krugman tenía razón cuando en 1992 declaró la teoría del desarrollo muerta. Primero, el formalismo del lenguaje automáticamente genera una discriminación hacia el ámbito práctico e invalida el trabajo independiente, casi implícitamente calificándolo como amateur. A la vez, como efecto contrario, genera una validación afirmativa a lo académico, protegiendo sesgos como la generalización entre países. Además, la aglomeración bajo el término paraguas de el Sur Global no es más que la última en una larga lista de palabras académicas para aglomerar sociedades con desarrollo per cápita, índice GINI, PBI, u otra métrica económica que indique pobreza.
Lo anterior a la vez, obliga a enfocar el trabajo de desarrollo en países con menor ingreso, descuidando la movilidad social en países con mayor ingreso; e importa soluciones que ignoran la diversidad de las culturas, el nivel de adaptación tecnológica nativa, la realidad político económica, el costo de vida, y más importante las soluciones desarrolladas internamente. Es clave hacer hincapié en este último punto: hay miles de personas, especialmente jóvenes, que están a la vanguardia del cambio, impulsando iniciativas de mejora social, pero atrapados en una telaraña académica y burocrática, que penaliza la falta de experiencia y celebra la formalidad.
Es complejo reformar esto, especialmente porque somos parte de una sociedad acostumbrada a la adaptación de procesos y soluciones a través de mecanismos del desarrollo. No obstante, es necesario entender que el verdadero desarrollo, sostenible y a largo plazo, empieza internamente y es importante trabajar juntos en el establecimiento y apoyo de recursos que faciliten la transferencia de riqueza, alteren las dinámicas de poder, afirmativamente disminuyan la discriminación institucionalizada y las agendas ideológicas para permitir el verdadero Desarrollo de nuestra sociedad. Al final, como dice Gabriel García Márquez, “la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”, y me permito agregarle “y mejorar”.
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