Algunos dirán que la pregunta no vale la pena responderla puesto que ya de por sí la Constitución, ratificada en múltiples ocasiones por la Sala Constitucional, prohíbe las huelgas en los servicios públicos esenciales puesto que ponen en peligro la salud y la vida.

Sin embargo, siguiendo la lógica de que “no siempre lo legal es justo, y no siempre lo justo es legal”, podemos darle el beneficio de la duda por un momento a los huelguistas, no sin antes pasar por un escrutinio ético.

En este contexto, nuestra pregunta “¿es ética la huelga de los profesionales en salud?”, vale la pena tratar de responderla usando argumentos basados en diferentes marcos de principios bioéticos básicos para llegar al fondo de este dilema. Un dilema donde, por un lado los trabajadores usan el instrumento de la huelga para clamar por sus derechos adquiridos (independientemente de cuales sean), y por otro lado la población ve truncada su derecho a la salud como consecuencia de la huelga.

Empecemos por el argumento de los derechos. Aquí aplica la famosa frase “mis derechos empiezan donde terminan los de los demás”, o bien aplicada al contexto “el derecho a la huelga de los profesionales de la salud, empieza con el derecho a la salud de los demás”. Es decir, la huelga solo puede existir si se garantiza la salud de la población. Existe entonces un conflicto de derechos que ya la Sala Constitucional (y múltiples organismos internacionales como la OIT) ha resuelto y clarificado: no está permitido el uso de la huelga en el caso de los servicios públicos esenciales.

Elaborando más a profundidad, existen un conjunto de códigos éticos por los cuales se rigen los profesionales de la salud. El más importante de ellos une los cuatro principios fundamentales de la bioética que son: la autonomía, la no maleficencia, la beneficencia y la justicia. De especial importancia en el caso de la huelga en servicios de salud son la beneficencia y la no maleficencia.

La no maleficencia, esencia del quehacer del profesional en salud, se refiere al simple principio ético de no hacer daño —primun non-nocere—. Sin embargo, no hace falta más que prender la televisión o leer un periódico para entender la magnitud del daño que esta huelga causa a la población general. El daño va desde el estrés causado por la falta o el retraso en la atención en salud, a daños físicos cuantificables por la no atención (piensen en el dolor de un paciente que no fue operado, el diabético que no tuvo acceso a sus medicamentos, o al usuario que contaba con —y no recibió— el servicio de rehabilitación de una lesión o curación de una herida). Peor aún, las huelgas afectan desproporcionadamente a las poblaciones más vulnerables, tales como las poblaciones rurales, las que viven en pobreza, y las que no tienen redes de apoyo. Considerando este principio, es evidente que todas las huelgas en los servicios de la salud causan daño a alguien directa o indirectamente, por lo tanto, aplicando el principio de no-maleficencia no pueden ser justificadas.

La beneficencia, por otro lado, se refiere a acciones que promueven el bienestar de los demás, es decir el bienestar de la población es el objetivo final de las profesiones de salud. Se pueden realizar entonces dos preguntas fundamentales en relación con este principio ¿Puede un profesional de la salud dar bienestar a la población a través de la huelga? Y ¿Podría llegar a ser justificable la huelga de un profesional de la salud si llegara a mejorar el bienestar de la población? La respuesta no es fácil, y muchos huelguistas seguirán la siguiente lógica: “si el profesional de la salud tiene condiciones óptimas laborales, el beneficiado de esos servicios recibirá una mejor atención”. Sin embargo, existen partes de esta “lógica” que no representan fielmente lo que sucede en la realidad. Aquí falta sumar a la ecuación todo el impacto negativo a raíz de la ausencia de atención en salud y su impacto sobre la población (desde citas perdidas y medicamentos no entregados, hasta cirugías canceladas). No es fácil llegar a una conclusión en relación con la beneficencia, y haría falta cuantificar los posibles impactos positivos que una huelga como esta podría —en teoría— tener.

Claro está, este razonamiento utilitario podría dar lugar a una justificación ética de una huelga. Es decir, se justifica perjudicar a la población de hoy a razón de la huelga, en beneficio (hipotético) de una población futura. Sin embargo, el peso del argumento y la evidencia aquí lo llevan los huelguistas, y hasta el momento no he visto o conocido los datos que respaldan lo anterior.

Por otro lado, desde una perspectiva deontológica (contraria a la utilitaria) las huelgas de los servicios de salud de ninguna manera están justificadas. El imperativo categórico de Kant lo resume: actuar como uno quisiera que todas las demás personas actúen hacia todas las demás personas. En otras palabras, las huelgas de los servicios en salud instrumentalizan (para presionar al gobierno) la no atención en salud y las consiguientes consecuencias a los usuarios para mejorar la situación de quienes ofrecen dichos servicios. En ninguna circunstancia quisiera uno estar del lado que no se ve beneficiado en esta situación. Según esta tradición ética, los medios no justifican el fin.

Si ahora miramos las huelgas de los servicios de salud en términos de la tradición hipocrática, tampoco estarían justificadas. Como profesionales de la salud, especialmente los profesionales de la medicina, nuestro propósito es servir de manera abnegada y promover el bienestar de los pacientes y las poblaciones. Como recordatorio a mis colegas, los profesionales de la medicina formamos parte de una comunidad con un compás moral distinto a otras profesiones. Nuestro propósito no es ganar dinero, sino trabajar para la salud de los demás. Por lo tanto, en línea al juramento que todos nosotros los médicos tomamos al colegiarnos a nuestra profesión, debemos servir a los intereses de nuestros pacientes más allá de nuestros propios intereses personales y financieros. Así, la huelga se podría justificar únicamente si la misma no llegara a interrumpir o dañar el proceso hacia la salud de la población, cosa que sabemos por esta huelga y otras, es casi imposible.

Me gustaría añadir antes de terminar, que es importante considerar la modalidad de la huelga al hacer este análisis. En un momento histórico de división y politización, menudo favor le hacemos a nuestra sociedad irrespetando los principios más básicos de la convivencia, tal y como el libre tránsito. Hago un llamado a los huelguistas, especialmente mis colegas médicos a reconsiderar desde un punto de vista bioético sus acciones en esta huelga. Les recuerdo su compromiso con sus pacientes, y la compasión y empatía que nos debe caracterizar ante todo. Pero también hago un llamado a las autoridades a revisar los mecanismos de diálogo y poner en su lugar estrategias adecuadas para apoyar a los profesionales de la salud con el fin de las huelgas se minimicen en el futuro.

Nota del autor:
En general, no soy “anti-huelga”. Considero que las huelgas son de vital importancia cuando se ha agotado la vía del diálogo, exista un atropello a los derechos fundamentales o haya un riesgo de una injusticia de índole económica o social. También considero que —teniendo en cuenta el conocimiento, el riesgo del trabajo y la experiencia necesaria— los profesionales de la salud tienen derecho a recibir un pago decente y justo, además de buenas condiciones laborales, y para lograr tales objetivos, y bajo condiciones muy especiales, pueden llegar a requerir del uso de la huelga como instrumento para lograr lo anterior.

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