El pasado mes de noviembre se realizó en Guanacaste, Costa Rica, la tercera versión de Remote Latin America, un encuentro de empresarios hoteleros, diseñadores de experiencias turísticas y expertos académicos, cuyo objetivo es compartir ideas y mejores prácticas en la búsqueda de soluciones para una industria cuyo rápido crecimiento tiene un impacto ambiental importante. Fui invitado como orador para abrir el evento de cuatro días. La charla fue sobre turismo como el vínculo entre la empatía y el medio ambiente.
Ante un eventual escenario de colapso planetario, los mil millones de turistas que viajan cada año son una enorme palanca para convertirse en una fuerza transformadora hacia la regeneración de ecosistemas y culturas. La gran pregunta es cómo transformar un modelo de negocio de manera que su actividad facilite la restauración del capital natural que la biósfera ha venido perdiendo de manera acelerada en décadas recientes. Por ejemplo, si un turista viaja a un destino donde le ofrecen alimentos de producción local, orgánica, ecológica, preparados de manera autóctona a partir recetas culinarias oriundas de la zona o fusiones derivadas.
Pensemos en métrica avanzada de contabilidad de emisiones de gases de efecto invernadero tales como el CO2. ¿Cuáles actividades agroforestales podrían incentivarse para secuestrar carbono en suelos, pastizales y bosques de manera que un turista pudiera hacer un viaje cuyo impacto ecológico fuera regenerativo? Esta pregunta es válida para toda entidad de gobierno, industria, sector académico, y para la sociedad civil en general.
Me dio mucho gusto reafirmar que en Costa Rica hay buenos ejemplos y prácticas para exportar, como es el caso de los hoteles Cayuga, cuyo modelo de negocio está estrictamente vinculado a la sostenibilidad ambiental. Un representante de la empresa contó cómo sustituyeron todas las pajillas plásticas por un equivalente vegetal que descubrió un empleado.
La misma semana que estuve en Guanacaste para la conferencia, una buena amiga extranjera visitó Costa Rica y, aunque no pudimos vernos, días después nos encontramos en su casa donde pudimos hablar de múltiples temas, desde su dieta vegana de baja huella ecológica hasta sus experiencias como turista en nuestro país, que dejó muy bien retratadas en su blog de viajes y moda que ella cura con mucho esmero en su tiempo libre. La conversación nos llevó al conflicto que percibimos entre la gratificación instantánea y los modelos de negocio regenerativos, que implican gestiones para el largo plazo. Hablamos de los incentivos que le permitirían al turista pensar en tener un impacto positivo en el ecosistema visitado antes de realizar el viaje. Concluimos que la relación a transformarse es la que vincula, por un lado, la preocupación y el compromiso que nos produce un conflicto como el colapso planetario, y por otro, el impacto regenerativo que provocarán nuestras acciones en el tiempo. En otras palabras, cuan enterados estemos del diagnóstico no implica que vayamos a actuar y gestionar de manera regenerativa en los ecosistemas. Mucha gente sabe mucho, pero no hace tanto como podría para revertir las causas del problema.
Sí creo que estamos presenciando una transformación generacional singular con el movimiento de huelga climática de colegiales alrededor del mundo. Miles de adolescentes están exigiéndole a sus gobernantes que implementen las obligaciones adquiridas por sus países en el Acuerdo de París en diciembre de 2015. No están pidiendo nada irracional ni exagerado. Simplemente, que se haga lo que se decidió hacer. Me da la impresión de que, por primera vez en la historia de la humanidad, estamos en presencia de una generación joven que tiene claridad de conciencia del impacto global a largo plazo que generan sus acciones.
Siento que esto es urgente e importante de aprender para los adultos que sentimos responsabilidad con el rumbo que lleva nuestro país y nuestro planeta. A estos jóvenes todavía les falta una década para llegar a ser dirigentes o diseñadores de políticas públicas, y esa década es altamente crítica para los esfuerzos que deben realizarse. Así que, inspirados en los jóvenes, es a los adultos de hoy a quienes nos toca arremangarnos y poner todas las manos en cubierta para sacar adelante la monumental tarea.
De vuelta al turismo, Costa Rica es un laboratorio experimental donde múltiples innovaciones se han incubado y se seguirán incubando. Como toda innovación debe tener limitaciones, me gustaría creer que los nuevos emprendimientos turísticos nacerán o se reorientarán hacia la regeneración de ecosistemas y culturas de manera que se deleite al turista, se generen nuevos y buenos empleos locales, sobre todo en zonas rurales que de por sí son de alta riqueza natural, y que produzcan buenas prácticas exportables a otras regiones turísticas del mundo.
El tema de mi charla fue la empatía, no solo entre seres humanos, sino también con otras especies vivas. Ello es indispensable si queremos prosperar como especie que forma parte de un ecosistema rico y diverso que está seriamente amenazado por nuestras acciones. Si pierde el ecosistema, perdemos nosotros. La extinción de una especie dice mucho sobre nuestra propia extinción, y el reporte de Naciones Unidas publicado a inicios de mayo habla de más de un millón de especies bajo seria amenaza de extinción. Tenemos claro que no existe un “planeta B” y que no hay negocio en un planeta muerto. En positivo, necesitamos adoptar la mentalidad de que el verdadero turismo cinco estrellas ocurre en comunidades y ecosistemas cinco estrellas.
Para los interesados, la primera semana de junio se impartirá en el país un taller sobre turismo regenerativo.
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