“Todo hombre decente se avergüenza del gobierno bajo el que vive”   

H. L. Mencken

Tal vez la cita, del periodista satírico norteamericano H.L. Mencken, pueda ser utilizada para denigrar la política y al gobierno.  Sin embargo, cuando el autor publicó su obra en 1949 (A Mencken Chrestomathy),  el tema recurrente en la mente de Mencken era la necesidad eterna de perfeccionar la democracia.  Su convicción y frustración era que el ser humano, con todas sus virtudes y defectos, no lograría vivir a la altura de aquellos grandes ideales propuestos por los filósofos clásicos.

Es ese tipo de indignación y aceptación de nuestras propias limitaciones la que vale la pena reconocer en la cita.  No es posible que nos conformemos con un sistema político como el actual, que ya reiteradamente ha demostrado sus defectos y que poco a poco desliga más al político del pueblo  a quien representa.  Yo reinterpretaría para nosotros las palabras de Mencken en la Costa Rica que se aproxima a su bicentenario: toda mujer y hombre decente debería avergonzarse de no reformar y tratar de perfeccionar nuestro sistema político.

La frustración del votante (¡Y del no votante!)

La queja común de nuestra sociedad de que “a los políticos no les importa la gente” o el hecho mismo de que la mayoría de los costarricenses tienen un descontento generalizado con nuestro sistema político se ven reflejadas cada cuatro años en la única y simplista estadística del abstencionismo.  Sin embargo, cuando uno camina las calles y pueblos y conversa del tema con la gente, se encuentra con la cara real de ese abstencionismo.

Es ahí donde aquella estadística cobra vida y con sorpresa se encuentra uno con miles de ciudadanos buenos y hasta comprometidos con nuestros ideales democráticos, pero que se sienten excluidos y no representados por nuestro sistema.  Las opiniones y conversaciones que he tenido personalmente con algunos ciudadanos me han dado una visión de que la mayoría de ese descontento no es necesariamente con lo que se hace, sino principalmente con lo que se deja de hacer.  Nuestro eterno diálogo y los innumerables estudios nos tienen ya como el mismo Dorian Gray de la novela de Oscar Wildebuscando como tapar nuestros pecados y afanados con mantener nuestra belleza de “Suiza centroamericana”, sin darnos cuenta de que envejecemos y de aquella belleza de la joven Segunda República nos va quedando solo el retrato.

Nos indignamos rápido si alguien llama a nuestro país una “finquita”, pero somos lentos y mansos a la hora de exigir mejoras. Creemos en los valores de democracia y representatividad, los anhelamos, y donde vemos que estos no se plasman en hechos, logros y liderazgos sociales, tendemos a culpar a las personas y no al sistema. A señalar a los políticos como caras visibles de un sistema que no se transforma; en vez de señalar lo que las personas realmente entienden como la causa del problema: el sistema. Andamos, entonces, cada cuatro años buscando un prócer que mágicamente transforme el país, sin cambiar ni un ápice el sistema que tenemos desde hace más de 70 años.

De alguna forma los estudios de opinión y análisis de la democracia confirman esta dualidad. Basta con atender un poco a los noticieros para escuchar repetidas encuestas que retratan el descontento ciudadano, y sin embargo saltamos de orgullo nacionalista cuando se nos resalta como un ejemplo de paz y democracia.  

La “Auditoria Ciudadana de la Democracia”, publicada por el programa Estado de la Nación en 2001 (en su Capítulo 13), nos dio una radiografía clara en este respecto. El estudio determinó que, como sociedad, resaltamos los valores democráticos de “la igualdad política, la representación política con rendición de cuentas, la civilidad política y el pluralismo político mientras que al mismo tiempo resaltó que los ciudadanos piensan que “la Asamblea Legislativa no funciona y los diputados no representan al pueblo, el Poder Judicial no garantiza justicia pronta, igual y cumplida; la administración del Estado está trabada, la corrupción se enseñorea impunemente en la administración pública, las municipalidades no rinden cuentas y las cámaras empresariales y los sindicatos merecen poca confianza”.  Si a esto le sumamos que nuestra ciudadanía no hace uso de los mecanismos de petición de cuentas ni toma acción participativa en la vida política diaria, pues solo tenemos un posible resultado: la frustración.  Nuestra sociedad esta frustrada con un sistema que no responde, no cambia y no avanza.

Una luz de esperanza

Si por los últimos 30 años hemos anhelado transformaciones y cambios que no se han visto materializados, es tal vez una señal de esperanza que, a las puertas de nuestro bicentenario, estemos viendo algunos síntomas de acción y cambio. Hay síntomas de madurez política. Hay proyectos que huelen a consenso y hay ciudadanos que empujan el cambio.

Resalto tres ejemplos que nos deberían impulsar a creer en lo que podemos lograr:

  • Recientemente escuchaba a don Roberto Artavia en un programa de radio, y reiteradamente resaltaba la disposición de los jerarcas actuales de colaborar con las iniciativas ciudadanas.  La idea esbozada durante campaña de que las cosas se logran conjuntando esfuerzos de múltiples grupos e instituciones, parece estar abriéndose finalmente a recibir los apoyos de ciudadanos innovadores, emprendedores y profundamente patrióticos que traen ideas, recomendaciones y proyectos concretos para el país. A medida que unamos al sector privado, las organizaciones sociales y el Estado para alcanzar objetivos comunes, disminuiremos esa frustración.  Ojalá que, por ejemplo, se logren concretar los proyectos propuestos por la Fundación Gente para el desarrollo de una nueva fuerza laboral en la región Caribe.  También es un ejemplo la colaboración de instituciones y sociedad civil para intentar llevar a cabo la idea de una verdadera red de banda ancha para nuestras instituciones educativas (conocida como Red Educativa Bicentenario).
  • También es de resaltar la reciente aprobación de las reformas al reglamento de la Asamblea Legislativa.   Aquí vale la pena acotar que el hecho mismo de lograr consenso y de que partidos políticos de diversa ideología estén formando acuerdos es algo verdaderamente valioso.  Debemos de reconocer y aplaudir la disposición de quienes están en oposición que hoy hacen lo correcto, sin entrabar al país por sus propios intereses. El logro, bajo el liderazgo de una presidencia legislativa que conoce a detalle el funcionamiento de la Asamblea, nos puede llevar a agilizar la transformación que tanto anhela el país.
  • Finalmente, y como ya lo reforzaba Sebastian May Grosser en el editorial del 3 de marzo, el país se encuentra hoy mismo ante una oportunidad histórica de acoger una transformación definitiva de su sistema político y democrático.  Hoy, si el orden del día lo permite, se le podría admitir para su tramitación el proyecto de PoderCiudadanoYA.   La necesidad de cambiar la forma en la que elegimos diputados es seguramente algo en lo que podemos todos estar de acuerdo.  El sistema actual de listas cerradas es tal vez la principal razón por la cual no tenemos representatividad real en la Asamblea Legislativa, el primer poder de nuestra República.  Por muchos años ya esta organización civil ha desarrollado una propuesta seria, que acercará a nuestro pueblo a sus legisladores, que garantiza a los ciudadanos su derecho a elegir de forma mucho más real y que mantendría la proporcionalidad correcta para representar la pluralidad de nuestra sociedad. Si no lo ha visto o leído al respecto, puede ver un video de solo 5 minutos y quedara usted enterado.

La mesa está servida para acoger una iniciativa popular como pocas.  No dejemos de avergonzarnos de lo que tenemos.  Señoras y señores diputados de la República: la Democracia (con mayúscula), como sistema de organización de nuestra sociedad y sistema de gobierno, es una eterna marcha sin destino final, en la que debemos buscar maneras de perfeccionar sus ideales.  Aquí tienen su oportunidad de acercarnos a esos ideales. 

Por favor, por Costa Rica y los miles de indignados ciudadanos, abracen la oportunidad de tomar acción y perfeccionar nuestra democracia.

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