La coexistencia de dos presidentes en un mismo país es síntoma de un conflicto político y social que avizora potenciales rompimientos del orden civil. Por demás está decir que esta coexistencia confunde al mundo entero, principalmente al saberse que uno de ellos fue elegido por los votos de la gente tras una elección llena de irregularidades, y el otro se autoproclamó jefe de Estado, en virtud de un artículo constitucional, un renovado apoyo del exterior y el dominio absoluto de la conversación en redes sociales.

Este país es Venezuela, el mismo que desde hace dos décadas acapara la atención del mundo debido al proceso revolucionario emprendido por el desaparecido Hugo Chávez Frías y que padece el periodo más prolongado de hiperinflación de su historia, en una región del mundo que se pensaba estable desde la tercera ola democrática.

Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional venezolana y líder actual de la oposición, juró simbólicamente como presidente interino pocos días después del acto de trasmisión del mando presidencial que le concede un segundo periodo a Nicolás Maduro Moros como jefe constitucional del Estado. Guaidó, cabeza visible de la oposición de ese país, se proclama presidente interino para asegurar el llamado y la organización de nuevas elecciones presidenciales, pues el proceso del 2018 se realizó con alteraciones al calendario electoral, encarcelamientos políticos, candidatos proscritos, y sin observación internacional, según denunció la oposición y una parte de la comunidad internacional.

Con el apoyo del Grupo de Lima (instancia multilateral creada en 2017 con el propósito de dar seguimiento y buscar una salida pacífica a la crisis en Venezuela) Guaidó sostiene que este nuevo mandato viene “enfermo”, sin la validez que dan unas elecciones libres, competitivas y participativas, como las que permitieron el ascenso y continuidad en el poder del comandante Chávez, cuyas conquistas electorales nunca dieron pie a críticas, al menos de su investidura como jefe de Estado.

¿Por qué Guaidó? Y ¿por qué ahora? Esta coexistencia, que es fundamentalmente mediática, no se entiende sin traer a colación otro desencuentro institucional: la coexistencia de dos Asambleas Nacionales, una legislativa y otra constituyente, desde el año 2017. Fruto de las elecciones parlamentarias del 2015, la oposición venezolana alcanzó por primera vez en la era bolivariana la mayoría del parlamento, convirtiéndose así en un contrapeso real al Ejecutivo. Sin embargo, dos años más tarde Nicolás Maduro convocó una Asamblea Nacional Constituyente que, con la misión de redactar una nueva constitución para el país, acabó absorbiendo las funciones y potestades de un Congreso al que calificó en desacato, fijando con ello el cierre de facto de la asamblea nacional legítimamente instalada hasta el año 2021.

En democracia la certeza sobre las reglas y sus procedimientos importa y en la Venezuela de hoy día aún más. Si se diera por cierta la tesis del mandato ilegítimo de Maduro, el vacío institucional que de ella se desprende sería remediado por la misma constitución política, la cual prevé que el presidente de la Asamblea Nacional debe asumir la presidencia del país. Bajo esta postura es que la oposición  — nacional e internacional —  encuentra ocasión de colocar en posición de jaque a Maduro, no obstante, está por verse si logra aprovechar esta ventana de oportunidad pues sus reconocidas dificultades de articulación y de afianzamiento de liderazgos podrían debilitar esta ofensiva.

La nueva correlación de fuerzas políticas del continente americano sin duda amarró un esquema de alianzas que produjo condiciones para presionar por el escenario que actualmente vive Venezuela. El desplazamiento de miles de sus habitantes a países vecinos ha intensificado el uso de la temática venezolana por parte de élites conservadoras, sea como válvula de escape de sus propias crisis domésticas o como acicate frente a procesos electorales que se aproximan. A esto se suman los mensajes de la dupla presidencial estadounidense, cuyo poco disimulo hace recordar el comportamiento de un “hegemón” que no desaprovecha ocasión para reafirmar su área de influencia, en este caso frente a la incipiente aproximación geopolítica rusa y la expansión económica china en América Latina.

Esta es una partida de ajedrez que se juega a muchas manos, donde no todas ellas son visibles, y ciertamente dificultarán una salida propia o independiente. Este impasse lo zanjará en buena medida las fuerzas armadas de ese país, que ya empiezan a endosar su apoyo a Maduro. Sin embargo, hay dos circunstancias clave en esta definición: el ultimátum dado por la Unión Europea a Maduro de convocar elecciones antes del 3 de febrero so pena de reconocer a Guaidó como presidente interino, y la permanencia o no de los funcionarios de la embajada de los EEUU en suelo venezolano, tras el rompimiento de relaciones entre ambos países.

Ambas circunstancias recaen principalmente sobre el presidente Maduro quien cuenta con el tiempo a su favor y podría afianzar su posición siguiendo la ruta de diálogo sugerida por México y Uruguay. En todo caso, serán sus decisiones, junto con la capacidad de articulación de la oposición, las que marquen el inicio y el tipo de resolución de este conflicto, en el que es exigible ampliar la discusión a temas de autodeterminación, uso y propiedad de recursos energéticos e intervencionismo; sin dejar de remarcar en la vigencia de la democracia y los derechos humanos, el carácter legítimo del uso de la fuerza y la estabilidad política y económica de la región.

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