Nací en uno de los países más violentos del mundo, más corruptos en América Latina y por ende más empobrecidos. Honduras, un pequeño país en Centroamérica cuya historia es similar a la de El Salvador, Nicaragua y Guatemala. Un país donde el miedo ha sido la mejor herramienta de control, y donde la democracia ha sido únicamente un fantasma. Un país machista, misógino, altamente excluyente y extremadamente discriminatorio hacia personas LGBTIQ —más de 230 crímenes de odio en los últimos 9 años—.
Hace tres años tuve la oportunidad de venir a vivir a Costa Rica, un país que me ha ofrecido nuevas oportunidades, que me ha permitido conocer otras formas de construir y ejercer democracia, pero lo más importante, que había construido una estructura de Derechos Humanos, con falencias, pero se iba avanzando.
Sin embargo, el pasado 9 de enero del 2018, fue un día histórico para los Derechos Humanos en Costa Rica o al menos eso se pensó. La respuesta de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el matrimonio civil entre parejas del mismo sexo y en la cual a las personas trans se les reconoce el derecho a su nombre, imagen e identidad, más allá de ser un signo de avance y de justicia, ha sido una herramienta de control por parte de algunos sectores económicos y políticos... También ha sido una oportunidad para difundir el miedo a la diferencia, legitimando un discurso de odio, donde nuestro derecho a expresarnos nos va despojando de humanidad y permitiendo violentar a otros/as bajo la sombrilla de ejercer nuestro derecho.
En Honduras experimenté el miedo hacia un Estado opresor, en Costa Rica hoy se experimenta un miedo diferente, miedo a lo distinto, miedo a eso que llamamos género, muchas y muchos dirán “Ideología de Género” sin darse cuenta de que desde la infancia se nos adoctrina a tener miedo a lo “diferente”. El género no sólo es una construcción política, social o cultural, ha sido una camisa de fuerza: si no calzamos dentro de lo binario, no somos ni merecemos.
Volviendo a las palabras de la filósofa Judith Butler que dan sentido a esta realidad y coyuntura, los géneros diferenciados son una parte que humaniza a los individuos dentro de la cultura actual... en realidad sancionamos constantemente a quienes no representan bien a su género. Hoy Costa Rica está sancionando y castigando a estas personas, diciéndoles que si no calzan dentro de lo conocido nos sentimos bajo amenaza y lejos de cuestionarnos el por qué de nuestras diferencias las rechazamos, excluyendo y violentando a quien es distinto.
El 2018 puso en evidencia que Costa Rica es una sociedad conservadora y fundamentalista que tiene que avanzar a pasos agigantados en temas de Derechos Humanos, en temas de educación y en temas de respeto para construir una sociedad donde todos y todas desde nuestra diversidad tengamos espacio.
Estoy convencida de que no hay paz sin igualdad y no podemos hablar de una verdadera igualdad sin Derechos Humanos. Es urgente que empecemos a trabajarlos y garantizarlos desde un enfoque de género a partir del cual sepamos respetar y convivir desde nuestras diferencias así como construir una cultura verdaderamente diversa donde el amor sea la base angular de todas nuestras relaciones.
El 1ro de abril Costa Rica decide si seguir marcando el camino para el resto de los países centroamericanos o pasar a convertirse en parte de las crónicas de una región que no da cuenta más que de exclusión e indiferencia.
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