Sam Altman, el director de una de las aceleradoras de startups más importantes del mundo, recientemente advirtió que en Silicon Valley (San Francisco), lugar abanderado de la inclusión social y la diversidad, la censura y la poca tolerancia a ideas controversiales están creando un ambiente de trabajo que atenta en contra de la innovación, la convivencia y el diálogo constructivo. Sumado a estas declaraciones otros reconocidos inversionistas del área, como lo son Peter Thiel y Tim Ferris, también han anunciado que moverán sus operaciones fuera de San Francisco por razones similares.

Ante estas noticias vale la pena preguntarnos ¿qué ha llevado a Silicon Valley a tener este ambiente de intolerancia? ¿y tiene esta situación alguna similitud con el estado actual de la democracia en Costa Rica?

Nuestro actual proceso electoral ha revelado un alto grado de polarización, de descontento político y de poca credibilidad en la democracia, lo cual tiene implicaciones negativas para el desarrollo del país. Cuando pensamos sobre la transición de una democracia a un régimen autoritario, es común imaginarnos un golpe de estado violento y con grupos militares involucrados.

Sin embargo, numerosos ejemplos recientes han demostrado que hoy en día las democracias se deshacen lentamente, de manera casi imperceptible y por medio de las mismas instituciones y autoridades que en teoría deben defenderlas. Así lo afirman dos profesores de la Universidad de Harvard en su reciente libro “Cómo Mueren las Democracias”, quienes también advierten que son la polarización y la pérdida de la tolerancia los dos principales debilitadores de un sistema democrático, ya que llevan a los ciudadanos a encerrarse en burbujas de información en donde se desarrollan puntos de vista mutuamente excluyentes y a eventualmente ver a todos los que no formen parte de su burbuja como enemigos.

Esta hostilidad ante el otro, a la vez, incita a los políticos a abandonar las reglas sanas de construcción democrática y a buscar cómo ganar a toda costa, incluso atentando en contra del estado de derecho y la democracia misma. Y es así como la democracia más estable de América Latina se debilita y se polariza, al igual que el ambiente en Sillicon Valley.

Reconociendo el grado de responsabilidad que hemos tenido todos y todas en causar esta situación, debemos comenzar por mejorar el debate público y fortalecer las normas básicas de convivencia. ¿Cómo podemos hacer esto?

Más allá de la tolerancia

Fernando Savater dice que no hay nada más fácil que amar a la humanidad en abstracto, ya que uno “no tropieza con doña Humanidad, ni hay que cederle el campo en el bus…lo difícil es respetar a otros seres humanos concretos”, más aún si estos piensan o creen en algo distinto a uno.

El reto está en respetar la diversa expresión humana en nuestro día a día, dentro de nuestra familia, en la calle o en las redes sociales. Como punto de partida para la construcción de un ambiente de respeto y para mejorar el debate público, debemos comenzar por generar una relación de intercambio horizontal, donde todas las personas puedan expresar sus dudas, miedos y sueños sin sentirse inferiores o superiores al otro por el hecho de ser diferentes.

Esto también implica ir más allá de ser tolerantes, ya que como lo ha expuesto Martha Nussbaum, la tolerancia es compatible con la condescendencia mientras que el respeto implica el tratar al otro como igual.

Escucho, luego entiendo

Uno de los comentarios que más he leído en estos últimos meses es “no puedo entender como alguien puede votar por X candidato”. Esto lo que revela es la falta de interés o capacidad de escuchar al otro, ya que como dice el viejo refrán “un enemigo es alguien a quién uno no le conoce su historia”.

Cuando no tenemos un espacio para escuchar a otros, especialmente a aquellos con opiniones muy distintas, terminamos construyendo narrativas que nos posicionan como enemigos en temas claves para el país. De esa forma, le permitimos a los políticos endurecer sus posiciones y disminuimos la posibilidad de generar alianzas en un ambiente político ya fragmentado.

Si queremos entender por qué alguien está dispuesto a votar por un candidato con tendencias autoritarias o con posiciones extremistas, debemos escuchar activamente; sobre todo cuando se abordan temas que generan desacuerdo. Son precisamente esos temas controversiales - tales como sexualidad, género, política fiscal, legalización de drogas y religión - los que se deben conversar abiertamente para reducir los prejuicios, aclarar los malentendidos y buscar puntos de encuentro.

Eso sí, conversemos sin olvidar la regla de oro de Maajid Nawaz: no hay persona por debajo de la dignidad, ni idea por encima del escrutinio. Solo dejando atrás la idea de que “la política, el futból y la religión” no se discuten lograremos realmente conocer la diversidad de experiencias que han formado al resto de ciudadanos y así entender mejor sus posiciones.

El triunfo de la razón

Nos urge promover una mayor escucha activa, un dialogo constructivo y el respeto de la diversidad de expresión en el debate público. Sin embargo, ante el reciente crecimiento de los discursos de odio, los insultos hacia los individuos, la divulgación de noticias falsas y la utilización de argumentos falaces, urge también que promovamos el uso de la razón, especialmente cuando se aborden temas que generan reacciones emocionales como lo son la religión y la fe.

Como bien lo señala el premio nobel de economía Amartya Sen, la razón debe ser suprema, porque aun cuando se disputa el uso de la razón, hay que dar razones. De lo contrario, se le da la luz verde a que se considere cualquier forma de expresión como válida, y seguiremos propiciando el crecimiento de esas burbujas de desinformación, de sesgos y de polarización que hoy debilitan nuestra democracia.

Para la mayoría de las personas en Costa Rica, trasladarse a otro lugar como lo hacen los billonarios y las grandes empresas de Silicon Valley cuando el ambiente se vuelve intolerable no es una opción o no es algo deseado.

Lo que nos queda es la convivencia, el generar espacios públicos y digitales donde nadie se sienta inferior a otro, donde triunfe el uso de la razón y podamos escuchar opiniones diversas sin permitir el odio y la discriminación. La realidad es que somos un país pluricultural, diverso y desigual, por que como bien nos enseñó Carlos Sojo, igualiticos no somos, y nunca hemos sido y no creo que queramos serlo más allá de tener igualdad de oportunidades a ser, hacer y amar lo que uno quiera libremente y eso solo se logra en un país con democracia.

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