Que el tema del respeto a la diversidad –de todo tipo- esté en el tapete significa un avance en sí mismo, se está visibilizando lo invisibilizado, es un paso hacia la inclusión y la exigibilidad de derechos.

Ahora, que el respeto a la diversidad sexual sea objeto de agenda pública ocasiona que pase de ser un tema en el tapete para convertirse en una acción, la cual debe entenderse desde un contexto sociohistórico de lucha social, pues refleja el resultado de múltiples iniciativas activistas, de trabajo arduo en procura de derechos, de labores cotidianas efectuadas por personas, quienes con valentía y ahínco decidieron emprender y luchar y que al colectivizarse se fortalecieron.

De forma que se alinearon esos antecedentes con la voluntad política, sí voluntad, reconociendo que el Estado costarricense recurrió a la función consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Siendo así, el Tribunal supremo en la materia emite su consecuente opinión favorable a los derechos, lo cual ha causado el revuelo evidente. Pero ¿qué es lo que posibilita este revuelo? De nuevo hay que traer a colación la memoria histórica, no se puede omitir que este hecho se enmarca en un contexto de estructuras de poder y dominio, en el cual el patriarcado aún es protagonista y es acompañado por otras como la religiosa y la capitalista.

La diversidad sexual se opone a lo hegemónico, al mandato social establecido, donde priva la masculinidad, aquella que se cree superior, que es fuerte y tiránica, que no ve posibilidades más allá de su dominio, que solo contempla lo que la reafirma como imperante.

La lectura de la diversidad y de la población LGTBI desde estas estructuras de superioridad se constituye como una aberración debido a que lo masculino se acerca a lo femenino y lo femenino, sigue siendo femenino, pero ya no para lo masculino. Entonces lo masculino que no calza en lo tradicionalmente considerado como tal no tiene valor y como lo femenino ya no es de su propiedad también pierde valor.

Nos encontramos en una ruptura que tiene dos vías, por un lado es una pérdida importante para el control y el ejercicio deliberado del poder y por otro lado es una acción afirmativa hacia el reconocimiento de la humanidad y sus derechos inherentes. Y es precisamente en esta última en la que hay que detenerse y centrarse, considero que de la primera ya hay basta evidencia.

Este reconocimiento legítimo de derechos se acerca a la justicia, a la inclusión, al bienestar, pero ¿De qué manera lo hace?, ¿Cómo es que eso tan abstracto se concretiza? Cuando se ha tenido la oportunidad de trabajar con poblaciones en vulnerabilidad se entiende que el inacceso, la invisibilización, la exclusión, en fin, el no ejercicio de los derechos, se traduce en sufrimiento, dolor, necesidades insatisfechas y en general en una deshumanización.

Es por tanto que si bien “amor es amor”, no podemos confundirnos con un romanticismo abstracto y quedarnos ahí. Debemos ser vehementes en reafirmar la histórica violencia estructural hacia las poblaciones diversas, reconocer la lucha social y su costo en la vida de precursores y precursoras y de quienes llevan esa misma lucha por dentro.

El ímpetu debe estar contextualizado en que como toda acción afirmativa antecesora traerá reacciones de resistencia, de obstinación y de anhelos por mantener el control, acaso no ocurrió lo mismo con la reafirmación de los derechos de las mujeres, con el hincapié hacia los derechos sexuales y reproductivos, con la exigibilidad de la libertad, es por esto que es un escenario aparentemente distinto pero esencialmente igual.

La esencia es la lucha, es el deseo de mejora, de procurar que en la vida cotidiana individual y colectiva se construya respeto, que se edifiquen puentes de acceso, no solo material como los son los derechos patrimoniales, sino además de bienestar social, ese que pareciera ser intangible pero que es subjetivamente valioso.

Se debe razonar que es un paso hacia adelante, que sin duda alguna nos compromete aún más hacia un compromiso ético-político, a un posicionamiento crítico, que sea coherente y que nos lleve a continuar actuando con la consigna de todos los derechos para todas las personas.

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