El destino siembre acaba abatiendo la soberbia”. Del Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago.

Cuando entramos a las redes sociales, en mi caso lo hago como un niño asustado, de ver la realidad nacional y de inmediato, ver los comentarios de las personas, cuanta ira y odio se descarga.

Hay tanta antipatía, que las palabras se convierten en gestos despectivos, sin mirar al otro, cada uno posee una verdad absoluta, sin ofrecer nada a cambio, cada comentario se convierte en un muro impenetrable, ¿qué nos pasó? Nos ponemos la máscara de la individualidad y vale la pena examinarse y preguntarnos: ¿soy yo antipático?

Los insultos promueven el algoritmo, detrás de perfiles falsos o pseudo religiosos, urge convertir las palabras en ungüento y no en disparos de desprecio. Hay una tentación presente en las redes sociales, sacar y escupir el odio que cargamos, y esto para los de siempre, a las cúpulas les excita, nos atrapan, mientras ellos se salen con la suya.

Cuando miramos el mundo, la invitación es huir o quedarnos en el caos, la Inteligencia artificial ahora nos pone otro lente, el de adivinar la realidad de las cosas. Algo peligroso porque existe la tentación de simplificarlo todo.

A escasos dos meses de las elecciones presidenciales, Costa Rica vive una encrucijada, seguimos cegados con el algoritmo de la pelea constante y abandonamos el hacernos cargo de la historia, o vendrán los interesados en las peleas para adueñarse de la realidad. En la antigua Grecia el debate era normal, en los teatros, se hacía sátira de los problemas sociales, no para evadirlos, sino para argumentar sobre las motivaciones y analizar la verdad de los hechos, de forma inteligente, cara a cara (no detrás de perfiles falsos).

No lloro por las cebollas de Egipto, ni digo que el pasado era mejor, pero siento que la amabilidad y llegar a consensos eran valores cuidados por nuestros antepasados, y esto lastimosamente ha ido desapareciendo en nuestras relaciones interpersonales. Lidiemos con la diferencia, encontremos mecanismos de encuentro, desde un punto en común: los más desfavorecidos de la sociedad (abandonemos el egoísmo, pensemos en el otro) y pongamos límites sanos, por ejemplo, el respeto en la capacidad de convivencia. Ojalá que el desacuerdo no sea drama, y veamos los matices de la verdad en los otros.

Espero que estas pocas letras, nos hagan alejarnos de la tentación de la pelea constante y poco fructífera. Un filósofo que le tocó vivir el holocausto, Lévinas, argumenta que la ética inicia con el rostro del otro, pensemos en el adversario como persona, que hay detrás de él, de su furia, no encajemos al otro desde nuestros propios arquetipos mentales. La convivencia, el crear comunidad, necesariamente pasa por movilizar la mirada y el corazón hacia los demás, un terreno árido en ocasiones, como el teatro griego, mirar al otro.

Si lo que vamos a anotar en las redes, no es más hermoso que el silencio, no caigamos en la provocación.

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