Cuando era un niño de 8 años, recuerdo que, después de clases de la escuela de inglés, subía unas gradas que conducían a una oficina en el segundo piso de un edificio esquinero color blanco, y le preguntaba a la secretaria por calcamonías de Limón —la tan recordada y querida ASODELI—. Ella, con una sonrisa gentil, me decía “No hay de Limón, pero sí de Radio Atlántida”. Así varias veces; hasta que llegué a tener colección de calcamonías de esta emisora que, hoy en día, ya no existe.
Cuando vivíamos con mis abuelos, en aquella casa victoriana de pilotes, todas las mañanas, antes de ir a la escuela, la radio ya estaba encendida. Transmitía las noticias y comunicaba la hora a cada instante. Asimismo, por las tardes, mi abuelo no se perdía los programas deportivos, —ahí conocía Leonel Hernández, a Javier Rojas, entre otros— los escuchaba un rato y se quedaba dormido. Y, al ser las doce en punto, siempre tocaban, el Himno de la Alegría. Mientras mi bisabuela, sentada en la mecedora, o de noche en su cama pasaba con el radio de mano, escuchando las noticias, así estaba enterada de lo que ocurría en el país y a nivel internacional, nada se le escapaba.
El día de hoy, cuando fui al parque de Heredia a hacer algunas entrevistas para este artículo, me encontré con personas de todas las edades. Una chica joven recordó, con mucho sentimiento, aquellos momentos en que viajaba en automóvil con su papá, y las cantadas que se daban de música ranchera. Me contó que él fue taxista, chofer de bus, manejaba cabezales; y que, a veces por este último trabajo, pasaba hasta 20 días lejos de su familia, porque manejaba desde Panamá hasta la frontera entre México y Guatemala. En todo ese trayecto, era la radio quien lo acompañaba, ya sea escuchando las noticias, o canciones.
Las personas mayores a las que entrevisté dijeron, “vea hoy en día, los jóvenes dicen que la música de antes no era buena, pero… qué va, están bien equivocados. Las letras de las canciones de antes eran mucho mejores, no como ahora, que se escucha reggaetón, o música de narcos. Esas emisoras Sinfonolas, Musical, son las mejores y siempre ponen música decente, para todo público y a toda hora”.
Con otro señor conversé, y me dijo, que trabajó mucho tiempo en el ICE, allá en el volcán Arenal. Él y sus compañeros escuchaban una radioemisora que ya no existe, lo cual me hizo recordar el terremoto de Limón, en 1991. Un tío mío, cuyo lugar de trabajo era en Puerto Viejo, —prácticamente el epicentro del sismo—, por un tiempo no pudo comunicarse con su familia: los puentes se cayeron, no había electricidad, ni comunicación telefónica, la televisión no era suficiente. En ese tiempo, no existía la palabra Internet. Fue gracias a una radio regional que pudo enviar un mensaje y avisarle a su familia que se encontraba bien.
De aquí se parte la importancia de las radios regionales, esas que llegan donde hoy en día la Internet, la televisión e incluso la electricidad no pueden llegar. Porque sí, una radio no necesita electricidad para funcionar, lo puede hacer con baterías.
Las radios regionales atienden las necesidades de sus comunidades: informan sobre situaciones locales, promueven actividades, difunden noticias que probablemente nunca saldrán en los grandes medios nacionales. Tal fue el caso de la huelga de 1996 en Limón, que gracias a la difusión de los medios regionales las mujeres, se tiraron a marchar a la calle, junto con una olla y una cuchara en mano, para hacerse sentir y exigir soluciones para la provincia.
Podemos afirmar, con seguridad, que la radio no es solamente un medio para escuchar música, noticias, o anuncios. Es una construcción histórica que guarda infinidad de memorias, es identidad, es parte de la idiosincrasia del costarricense. Son recuerdos, son momentos que nos han acompañado y nos seguirán acompañando durante nuestra vida.
La radio es un símbolo de la sociedad costarricense. Se ha adaptado a los avances tecnológicos, ha resistido a los embates de otros medios de comunicación como el Internet y las redes sociales, e incluso ha sobrevivido a leyes tan draconianas como la Ley de Observancia de Propiedad Intelectual.
Es irónico que la principal persona que debe de velar por el bienestar de los costarricenses pretenda, con cobros exorbitantes, dejar por fuera a una importante cantidad de emisoras radiales, muchas de ellas regionales, y otras nacionales como Radio Musical y Sinfonola, ambas preferidas por parte de la población. La excusa: “la democratización de la pauta comercial”. La misma excusa que ha utilizado para atacar a los medios de comunicación que no le son afines, principalmente canal 7.
Hay radios nacionales, y sobre todo regionales, que apenas logran mantenerse a flote. Muchas sobreviven con las uñas, pero siguen siendo la voz digna y cercana de las comunidades. Si se apaga la radio, se apagarían también esas voces que le han dado identidad a los pueblos más alejados. Sería condenar al silencio a quienes todavía creen en el arraigo, en la pertenencia y en el valor de ser parte de una comunidad.
Un presidente que, por revanchismo, atenta contra este símbolo tan propio del país, no solo desconoce la identidad costarricense, sino que la desprecia. Un gobierno así, sencillamente, no merece continuidad.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.




