Anoche, luego de un descomunal aguacero, apagué todas las luces de mi casa y me quedé mirando hacia el jardín y detallé que, sobre la copa de un árbol cercano, comenzaron a brillar pequeñas luces. No eran luciérnagas ni gotas reflejando nada ya que el entorno estaba completamente oscuro. Me acerqué con cautela, intrigada, y comprendí que lo que brillaba eran hongos bioluminiscentes (micelios): organismos diminutos que surgen cuando la madera se humedece demasiado y comienza a descomponerse. No era la vida muriendo: era la vida transformándose.

Recordé entonces el libro “La vida secreta de los árboles”, de Peter Wohlleben. Él explica que los árboles no son individuos aislados, sino parte de una comunidad inmensa que está unida por una red subterránea de micelios. Bajo la tierra, estos filamentos fúngicos conectan las raíces de cada árbol con las de otros, permitiéndoles intercambiar nutrientes, enviar advertencias, compartir energía y cuidar de los más jóvenes o enfermos.

A esta red, algunos la llaman “el internet del bosque”. Es invisible, pero sin ella el bosque no podría sobrevivir. Cuando un árbol está enfermo, los demás le envían recursos; cuando uno detecta una plaga, alerta a los otros. Cada tronco, cada hoja, depende de esa solidaridad silenciosa que ocurre bajo la superficie.

Y esa noche entendí algo: lo que veía en la copa del árbol —los hongos luminosos— y lo que ocurre bajo la tierra son dos momentos del mismo proceso. Los micelios del subsuelo sostienen la vida; los de la copa transforman lo que ya cumplió su ciclo. Y pensé: ¿qué pasaría si en nuestras escuelas y en nuestros trabajos aprendiéramos a regenerarnos igual que el bosque?

Hoy, las noticias nos recuerdan que algo se está pudriendo en nuestras raíces colectivas. Aumenta la violencia en los centros educativos, muchas veces ante la mirada indiferente de todos, y en los entornos laborales, la hostilidad se ha vuelto costumbre: equipos agotados, voces silenciadas, sonrisas mecánicas, ansiedad y cansancio. Las incapacidades crecen cada mes, y aún seguimos tratando el síntoma sin atender la causa: el entorno.

Un entorno enferma cuando deja de nutrir, cuando el miedo sustituye al diálogo y cuando la desconfianza seca las relaciones. Pero igual que el bosque, los entornos humanos tienen la capacidad natural de regenerarse. Basta que alguien, uno solo, decida empezar el proceso.

Un entorno sano no solo se diagnostica en una hoja de cálculo o con cuestionarios. En las aulas, un entorno sano se nota cuando los niños preguntan sin miedo a equivocarse y en las empresas se notan, cuando los equipos se sienten vistos y valorados, no vigilados. En ambos casos, el bienestar deja de ser una política escrita y se convierte en una experiencia viva.

Tampoco hace falta un gran presupuesto, lo que hace falta es conciencia y presencia. Los micelios subterráneos enseñan que la fortaleza de un entorno depende de la cooperación silenciosa; los hongos luminosos de la copa recuerdan que incluso lo que parece deterioro puede transformarse en luz, solo debe transformarse. Ambas redes son parte de un mismo sistema de vida, así como los entornos humanos necesitan tanto raíces que nutran como procesos que transformen lo que ya no sirve.

Esa noche, mientras seguía mirando las luces sobre la copa del árbol, comprendí que la naturaleza no necesita manuales para regenerarse: solo necesita equilibrio. Sin embargo, nosotros, sí los necesitamos. Porque, aunque el bosque actúa por sabiduría, los seres humanos requerimos metodologías, estructuras y procesos que nos enseñen a recuperar lo esencial: la confianza, el respeto, la seguridad emocional. Ahí es donde entran los modelos técnicos como DES® Entornos Sanos, que traducen la armonía natural del bosque en herramientas aplicables a la realidad educativa y laboral. No podemos esperar a que la conciencia colectiva despierte por sí sola. Necesitamos guías, acompañamiento y compromiso institucional. Solo así podremos transformar la descomposición en luz.

Solo así podremos hacer que la salud emocional deje de ser una inspiración poética y se convierta en una política real de vida.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.