En el 29 de octubre de cada año se celebra una oportunidad para mirar con nuevos ojos un sector que suele ser poco reconocido —muchas veces, directamente invisibilizado— pero que cumple un rol central en el mundo del trabajo, y cuyo papel ganará importancia en los años por venir.

Crear un futuro donde las tareas de cuidados son remuneradas y se enmarcan en relaciones laborales estables, donde los trabajos de cuidados se transforman en ocupaciones especializadas e intensivas en conocimiento, y donde desaparecen los sesgos de género, no solo es lo justo: es lo necesario para sostener los niveles de productividad y bienestar de una sociedad que envejece.

Cuando pensamos en el futuro del trabajo, solemos imaginar robots o algoritmos que deciden por nosotros. Pero, lejos de la redundancia, las personas son cada vez más importantes en un conjunto de empleos que crece lejos del mundo digital y donde la tecnología puede asistir, pero no sustituir, el vínculo humano: los trabajos de cuidados.

En América Latina y el Caribe, el envejecimiento poblacional, la mayor participación de las mujeres en el mercado laboral y los impactos ambientales que transforman las formas de vida están colocando a los cuidados en el centro de las transformaciones laborales. Son empleos que acompañan la transición hacia sociedades más sostenibles: protegen la salud, cuidan la infancia, sostienen a las personas mayores y garantizan el bienestar cotidiano.

Los trabajos de cuidados —en servicios domésticos, salud, educación y atención personal— son verdaderos trabajos del futuro: resilientes frente a la automatización, esenciales para enfrentar las transiciones demográfica y climática, y con una demanda en expansión. Sin embargo, hay una paradoja: mientras su importancia crece, la calidad de estos empleos sigue siendo baja. Predominan la informalidad, los bajos salarios y la falta de protección social.

Y las consecuencias recaen, una vez más, sobre las mujeres, que ocupan tres de cada cuatro empleos remunerados de cuidado y asumen además la mayor parte del trabajo no remunerado en los hogares.

De lo no remunerado a lo remunerado

El primer paso es reconocer el valor económico del tiempo y el trabajo que las mujeres dedican a cuidar. En la región, ellas invierten alrededor del 50% de su tiempo laboral en tareas no remuneradas, frente al 20% de los hombres.

Convertir ese esfuerzo en empleo reconocido y pago no solo implica justicia, sino también dinamismo económico: incorporar al mercado un enorme caudal de trabajo y capacidades hoy invisibilizadas.

De lo informal a lo formal

Buena parte de los cuidados remunerados se realiza en condiciones de informalidad, sin estabilidad ni protección social. Formalizar este empleo es una cuestión de derechos, pero también de eficiencia y calidad del servicio.

Los cuidados formales garantizan continuidad, profesionalismo y confianza, y fortalecen la resiliencia de los hogares frente a los riesgos económicos y sociales.

De lo elemental a lo especializado

Cuidar requiere un amplio rango de habilidades: desde la empatía y la comunicación hasta competencias técnicas en salud, educación o atención personalizada.

Sin embargo, estas tareas suelen considerarse “básicas”. Profesionalizar el sector —a través de formación, certificación y trayectorias de carrera— es clave para elevar su valor social y económico, y para abrir oportunidades de desarrollo a quienes hoy encuentran en el cuidado su única alternativa laboral.

De la segregación a la paridad

El cuidado sigue siendo un territorio femenino. Romper esa lógica implica promover la corresponsabilidad entre hombres y mujeres, entre familias, Estado, empresas y comunidades.

Los cuidados deben dejar de ser un “asunto de mujeres” para convertirse en una tarea compartida y valorada socialmente. La igualdad de género no es solo un objetivo ético: es una condición para el desarrollo sostenible.

Estas transiciones requieren una estrategia integral basada en tres pilares: datos que visibilicen el aporte del sector, conocimiento que oriente decisiones y políticas que garanticen derechos.

Es hora de medir mejor, diseñar con evidencia y regular con perspectiva de género. Solo así los cuidados dejarán de ser vistos como un gasto y pasarán a ocupar el lugar que merecen: un pilar del futuro del trabajo y del bienestar en América Latina y el Caribe.

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