En días recientes, el papa León XIV lanzó una afirmación que nos obliga a mirarnos al espejo:
Alguien que dice estar a favor de la vida pero apoya la pena de muerte no es realmente provida. Y quien se declara en contra del aborto, pero está de acuerdo con el trato inhumano a los inmigrantes, no sé si puede llamarse provida.”
Estas palabras deben ser interiorizadas más allá de su literalidad. No interpelan solo a los católicos. Colocan a los líderes políticos y a todos nosotros frente a una pregunta incómoda: ¿son nuestras convicciones verdaderamente universales y coherentes o se acomodan a conveniencia a una determinada agenda ideológica o política electoral?
Ser provida —en el sentido pleno que propone el papa— no es un lema de campaña ni un estandarte que se levanta en un solo frente. Debe ser una postura integral que exija respeto y defensa de la dignidad humana, lo cual implica erradicar toda discriminación, pero también toda violencia y propagación del odio.
En Costa Rica, como en otras partes del mundo donde las democracias peligran, vivimos tiempos en que las posturas morales se convierten en banderas partidarias, especialmente en boca de líderes populistas de derecha. Cualquiera parece presidenciable si basa su discurso en hablar de Dios, la familia y la patria. Sin ir muy lejos, Fabricio Alvarado estuvo a un paso de ser presidente con esa única narrativa, y hoy tenemos a un mandatario que con gran cálculo electoral ha sabido ganarse buena parte del electorado conservador con posturas dictadas más por la conveniencia que por la convicción.
Cuando estos políticos procuran proyectar una superioridad cristiana, lo que realmente aflora es incongruencia moral e hipocresía, tanto en quienes lideran como en algunos de quienes les aplauden.
Siguiendo la línea del papa, la pregunta cae por su propio peso: ¿cómo hablar de provida cuando el presidente no condena lo que tantos organismos y voces han calificado como genocidio en Gaza, mientras impulsa un tratado comercial con ese país? Peor aún, cuando fue cuestionado sobre el tema —pese a tratarse de una tragedia con miles de víctimas civiles, muchos de ellos niños— respondió con burla e ironía.
A ello se suman sus antecedentes personales: un líder sancionado por el Banco Mundial por denuncias de acoso sexual contra mujeres, que aún tiene prohibido el ingreso a esa institución. No es casualidad que haya tratado con desprecio a mujeres, ni que convierta a quienes lo cuestionan en enemigos a destruir. Lo grave es que esa conducta se ha normalizado entre sus seguidores, que replican su tono de odio y venganza. Aquí también hay una profunda carencia de ética cristiana.
Su bandera inicial fue la lucha contra la corrupción y las élites. Sin embargo, lo que ha mostrado son estructuras paralelas de financiamiento de campaña, adjudicaciones cuestionadas y favores cruzados. Que no se haya levantado su inmunidad no lo absuelve; solo retrasa la rendición de cuentas. Hoy enfrenta múltiples causas penales por abuso de poder, prevaricato y beligerancia política, esta última como uso del poder y recursos públicos para incidir en el voto es, al fin de cuentas, una forma más de corrupción.
A quienes creen que es una víctima de persecución les conviene recordar que en un Estado de Derecho nadie, ni el presidente, está por encima de la ley. Ningún otro mandatario reciente ha acumulado tantas denuncias ni ha cruzado tantos límites. Ni el PLN, ni el PUSC, ni el PAC se atrevieron a tanto.
Tampoco ha combatido la corrupción de “los de siempre”. No existe una sola denuncia seria contra las élites tradicionales impulsada por su gobierno. Simplemente sustituyó una élite por otra: la suya y la de sus financistas, ampliamente favorecidos por sus políticas en detrimento de la clase trabajadora y los sectores más vulnerables. Corrupción de unos por corrupción de otros.
Este gobierno se distingue por su desprecio a la inversión social y por el debilitamiento de instituciones como el Fodesaf, el PANI, los CEN-CINAI o la Caja. Mientras los indicadores macroeconómicos se celebran, la pobreza y la desigualdad crecen. La educación, la vivienda y la atención médica pública han sufrido recortes sin precedentes. ¿Es de buen cristiano provocar y permitir que los niños sufran desnutrición o que los adultos mayores en pobreza no puedan cubrir sus necesidades básicas? Gobernar sin empatía, sin compasión y con cinismo no es liderar: es abandonar a la gente.
Su forma de tratar al prójimo lo confirma. El sarcasmo, la burla y la arrogancia con que descalifica a los demás no son política pública ni valentía, sino soberbia. Se ha burlado de mujeres embarazadas, de adultos mayores y de quienes lo enfrentan. Sus seguidores celebran ese tono, lo confunden con franqueza, pero lo que vemos es una retórica agresiva y deshumanizante que promueve el bullying, el machismo y la división. Esa violencia verbal se ha vuelto contagiosa y peligrosa.
¿Es eso provida? ¿Es eso cristiano? ¿Cuándo comenzamos a creer que estaba bien destruir al otro por pensar distinto? ¿Qué nos ha pasado como costarricenses?
No se puede defender la vida mientras se ignora el hambre, la exclusión y la injusticia. Esa incoherencia selectiva es precisamente lo que denuncia el papa: no se puede ser defensor de la vida solo cuando conviene. No se puede servir a Dios y al diablo al mismo tiempo.
Mezclar política con religión nunca es saludable. Un Estado debe garantizar la libertad de culto, no instrumentalizar la fe. Está bien que cada quien practique sus creencias —o que no crea, como ha dicho Pilar Cisneros—, pero si se pide el voto invocando valores cristianos, se debe actuar en coherencia con ellos. Los gobiernos de derecha carecen de esa coherencia, y Rodrigo Chaves lo ha demostrado con creces.
Costa Rica merece coherencia moral y ética. No violencia, no odio, y por ende no podemos apostar al continuismo. En las próximas elecciones, por el bien del país, necesitamos propuestas que fortalezcan la democracia, garanticen la equidad y coloquen la dignidad humana en el centro. Que el “Pura Vida” vuelva a ser una práctica solidaria y de buenas personas, no un eslogan vacío.
Por lo demostrado en este gobierno y por lo que representa Laura Fernández, está claro que el chavismo, el Partido Pueblo Soberano (PPSO) y sus partidos afines no son la respuesta. Ya nos equivocamos una vez como nunca antes. No repitamos el error. No permitamos hundirnos más en esta peligrosa forma de gobernar que erosiona las libertades y normaliza la arbitrariedad.
Votemos con conciencia, sin miedo, con amor al prójimo y con la convicción de que la vida —en su sentido más amplio— se defiende todos los días: en las escuelas, en la Caja, en los barrios, en la seguridad ciudadana, solidarizándonos con los más desposeídos y tratándonos con dignidad como personas y como costarricenses.
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