Proyecto cruzó información sobre contagios y fallecimientos con variables socioeconómicas, demográficas y ambientales de todos los cantones del país.

Cuando la pandemia por COVID-19 llegó a Costa Rica, la atención se centró en los hospitales saturados, las curvas de contagio y las restricciones que cambiaron la vida cotidiana. Pero detrás de esas cifras diarias se escondieron patrones casi invisibles, que marcaron la diferencia entre los cantones donde la enfermedad golpeó con mayor fuerza y aquellos que lograron resistir con menos pérdidas.

Un estudio realizado por el Instituto Internacional en Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional (Icomvis-UNA), entre 2021 y 2023, muestra un mapa que revela esas desigualdades a partir de datos del Ministerio de Salud, la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MIVAH), y el mapa de cobertura boscosas y distribución de especies de aves y mamíferos.

El proyecto cruzó información sobre contagios y fallecimientos con variables socioeconómicas, demográficas y ambientales de todos los cantones del país. El objetivo no era solo entender lo que ocurrió, sino anticipar dónde podría repetirse la historia en la próxima pandemia.

La investigación identificó que factores como la densidad urbana, el envejecimiento poblacional y la incidencia de enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión influyeron directamente en las tasas de mortalidad.

Cantones con altos índices de desarrollo humano, como Montes de Oca y Curridabat, encabezaron la lista de mayor riesgo. La población envejecida y la alta concentración urbana generaron condiciones óptimas para el virus.

"A mayor densidad de construcciones y población, mayores fueron los contagios y muertes”, destacaron los investigadores.

El estudio también puso la lupa en un aspecto menos visible: la salud de los ecosistemas. El hallazgo central es que los cantones con menor riqueza de especies de fauna silvestres (aves, en este caso) fueron los más golpeados por el virus.

Este indicador de biodiversidad, utilizado como una especie de termómetro ecológico, mostró que a medida que disminuye la riqueza de especies de aves en un territorio, aumentan los contagios y las muertes por COVID-19.

De acuerdo con Joel Sáenz, director del Icomvis-UNA, esto no se trata de una coincidencia.

Un ecosistema diverso funciona como una barrera natural que diluye la presencia de patógenos y reduce las posibilidades de que salten a los seres humanos”.

La llamada hipótesis de la “dilución” ya se comprobó en otros lugares. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha visto que la diversidad de aves no paseriformes reduce el riesgo de transmisión del virus del Nilo Occidental.

Desde la UNA señalan que la lógica es similar: en ambientes con gran variedad de especies, los virus tienen menos oportunidades de amplificarse en un solo huésped y, en consecuencia, disminuye la probabilidad de llegar a las personas. El estudio del Icomvis-UNA confirma que esa relación también se hace visible en Costa Rica.

Los investigadores advierten que la pérdida de hábitat por deforestación, la fragmentación de bosques y la expansión de ciudades con poca planificación o falta de ordenamiento territorial, no solo destruyen la belleza paisajística, también aumentan las probabilidades de que un patógeno dé el salto de la fauna silvestre a los humanos.

Este proceso, conocido como “derrame” o spillover, está detrás de varias de las grandes pandemias de las últimas décadas, incluido el SARS-CoV-2.

La pandemia no solo reveló la fragilidad ambiental, sino también la social. Los cantones con mayores niveles de pobreza multidimensional, especialmente fuera de la Gran Área Metropolitana, mostraron un riesgo más alto de mortalidad cuando sumaban enfermedades crónicas y limitaciones en el acceso a servicios de salud.

Al mismo tiempo, otros con mayores recursos y desarrollo humano tampoco escaparon del golpe, en parte por su envejecida estructura demográfica y la contaminación del aire, según estudios internacionales, un aumento de 1 μg / m3 de partículas en el aire conduce a una tasa de muerte un 15% más alta por covid-19.

El mapa elaborado por el Icomvis-UNA clasificó a los cantones en tres categorías: alto, medio y bajo riesgo. En la primera se ubicaron principalmente San José, Curridabat y Montes de Oca. En la categoría media aparecieron Pérez Zeledón, Desamparados, Alajuelita, San Carlos, San Mateo, Orotina, Puntarenas y Esparza.

El resto del país, sobre todo Guanacaste y la zona sur, quedó en la franja de menor riesgo. Esta investigación, según Sáenz, busca orientar la respuesta futura en caso de nuevas emergencias, al dirigir recursos sanitarios y económicos a los lugares más vulnerables desde el inicio.