Érase un 21 de febrero de 2011, a la 1:05 p. m., en San José, Costa Rica. En un lado de la cámara, una de las periodistas más reconocidas de la televisión nacional. Del otro, miles de costarricenses que, a lo mejor sin saberlo, atestiguarían uno de los editoriales políticos más recalcitrantes e icónicos de la década. La periodista procede, con tono irónico y vehemente, a criticar duramente el documento “Política Integral y Sostenible de Seguridad Ciudadana y Promoción de la Paz Social”. Este escrito contenía la política pública que el gobierno Chinchilla Miranda proponía para hacerle frente a la situación de criminalidad de la época, tarea que, en honor a la verdad, el gobierno de doña Laura terminó acometiendo con muchísimo éxito. ¿La crítica de la periodista? Que le quedaron debiendo en los plazos específicos y en los elementos cuantificables, hasta el punto de resumirla como un “bla bla bla”.

Cuán afortunada era doña Pilar, y los costarricenses de la época, de tener en sus manos un plan en prosa de 123 páginas, bien estructurado y redactado. Un documento palpable que podía usarse como insumo para el análisis, la crítica, la coincidencia, la mejora continua o, simplemente, para darnos por enterados de la visión y el rumbo del gobierno ante una situación o eje temático. Y es que el ejercicio de poner un plan en prosa es una herramienta invaluable por dos razones fundamentales. La primera es que la naturaleza pausada y estructurada de la escritura, especialmente cuando es utilizada para describir y plantear soluciones a un problema, es un excelente ejercicio para evaluar la estructura lógica entre las premisas y las conclusiones. En ese mismo sentido, si existen falencias en el razonamiento que deben ser subsanadas, es más fácil identificarlas cuando se hace el esfuerzo de plasmar los argumentos en un escrito.

En segundo lugar, cuando a la política pública se refiere, especialmente cuando el largo plazo importa, el formato escrito es, por mucho, el medio de comunicación más adecuado. Un documento puede difundirse, analizarse reposadamente y ser consultado cuando se necesite. Por ejemplo, si alguien desea comparar la situación de inseguridad del 2025 con la del 2011 y determinar si existe algún paralelismo, el capítulo III, Diagnóstico del problema, de la Política Integral y Sostenible de Seguridad Ciudadana y Promoción de la Paz Social podría ser un insumo relevante al día de hoy, más de 14 años después.

En contraste con aquella época, el Chavismo marca una diferencia al abandonar cualquier esfuerzo por elaborar políticas públicas integrales y estructuradas. La exministra de Educación de la administración actual no se fue con rodeos y dijo que la “Ruta de la Educación” estaba en su cabeza. Sin embargo, lejos de ser la única política pública que no llegó al plano físico, en la cabeza de los respectivos jerarcas del Chavismo se habrán quedaron las políticas de seguridad, de salud, de transporte público, de medio ambiente, de agricultura o, básicamente, de cualquier eje temático relevante. En ese sentido, el ciudadano costarricense tiene cierto grado de complicidad, ya que poca relevancia se le dio al hecho de que el ganador de las elecciones del 2022 alcanzó su victoria con uno de los programas de gobierno más escuetos de, por lo menos, las últimas dos décadas.

En esas vueltas irónicas que da la vida, aquellas que rayan con el “realismo mágico costarricense”, hoy nos encontramos en un escenario que, en 2011, hubiese sonado implausible. Aquella periodista que, aquel febrero, preparó todo su implacable arsenal retórico contra una política pública que, según ella, no era lo suficientemente exhaustiva, hoy es una de las piezas fundamentales de un gobierno que, llegando a su ocaso, nos dejó hambrientos de políticas integrales, de soluciones concretas o de cualquier proyecto de largo plazo. Y es que tan imperfecto representante de la realidad es un documento de política pública como un mapa es del relieve, sin embargo, ambos ayudan al navegante a encontrar el camino correcto. Y quizás, en retrospectiva, nos hubiese ido mejor si don Rodrigo y doña Pilar hubiesen empezado con un “bla bla bla”.

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