En la tradición alemana, el cuento del Flautista de Hamelin encierra una moraleja tan vigente hoy como hace siglos: los pueblos pueden ser seducidos por melodías encantadoras que, en apariencia, ofrecen soluciones mágicas, pero cuyo precio final es mucho más alto de lo que se imaginaba.

En El Salvador, Nayib Bukele, ese populista egocéntrico que ironiza con ser el “dictador más cool del mundo mundial”, ha sabido convertirse precisamente en ese “flautista” moderno, aunque su música no proviene propiamente de una flauta, sino de discursos breves, memes y transmisiones en vivo cuidadosamente diseñadas por sus estrategas de comunicación, para conquistar explotando viejos resentimientos y jugando con las necesidades más básicas desde la emotividad de su pueblo.

La melodía que ofrece es irresistible: la promesa de liberar al país de la plaga de las pandillas, ese flagelo que por décadas desangró a la sociedad salvadoreña. Y, en efecto, como en Hamelin, las “ratas” parece que han sido expulsadas. La tasa de homicidios según las cifras oficiales se desploma y el miedo cotidiano aparenta desvanecerse.

Pero en el cuento hay una segunda parte, menos recordada pero crucial. Cuando los pobladores de Hamelin deciden no pagar lo pactado, el flautista regresa y, con la misma melodía, se lleva a los niños, lo más preciado de la ciudad. La moraleja es clara: toda solución mágica exige un precio, y tarde o temprano se cobra.

En el caso salvadoreño, ese precio no es la niñez, sino la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos. El pueblo, seducido por la música de la seguridad inmediata, ha entregado libertades individuales, debido proceso, independencia judicial y límites al poder. Aplaude la concentración de mando en una sola figura, convencido de que el fin justifica los medios.

Organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional y medios de comunicación como “El Faro”, han alertado la verdadera situación que se vive en El Salvador bajo el embrujo de este flautista autoritario: detenciones arbitrarias y extrajudiciales tanto para pandilleros como para opositores políticos bajo condiciones de reclusión inhumanas que incluyen tortura y tratos degradantes; negociaciones poco claras con las mismas maras a las que se supone se combate; deterioro de la libertad de expresión y el derecho de la ciudadanía a la información, con persecuciones, hostigamiento y violencia contra quienes ejercen el periodismo; fuerzas de seguridad del Estado restringiendo la libertad de circulación de quienes se manifiestan contra los recortes presupuestarios en áreas vitales como salud y educación y despido de funcionarios públicos que participan en protestas. Solo por citar algunos ejemplos.

Todo esto, gracias a que desde hace años destituyó a todos los magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema y el fiscal general de ese país, nombrando directamente a sus afines y entrando acompañado por fuerzas militares fuertemente armadas al Palacio Legislativo, exigiendo la aprobación de presupuestos y proyectos, amenazando con disolver el Congreso si no se hacían las cosas a su gusto y conveniencia. Todo esto antes de lograr mayoría legislativa gracias a un debilitamiento sistemático del sistema electoral, para colocar el aparato del Estado bajo sus caprichos e intereses.

El flautista de Hamelin es una advertencia universal sobre lo que ocurre cuando la sociedad se deja llevar por el canto hipnótico de un líder que promete resolver lo irresoluble en tiempo récord. El Salvador hoy celebra lo que percibe como una victoria, pero ignora la pregunta esencial: ¿qué ocurrirá cuando la música se detenga?

Pues ya lo vamos viendo con la aprobación de una reforma constitucional que permite la reelección presidencial indefinida, que va en contra de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que desde el 2021 en su opinión consultiva OC-28/21 alertaba al continente que:

La habilitación de la reelección presidencial indefinida obstaculiza que otras fuerzas políticas distintas a la persona a cargo de la Presidencia puedan ganar el apoyo popular y ser electas, afecta la separación de poderes y, en general, debilita el funcionamiento de la democracia.”

Pero también, con la reciente aprobación de la prórroga número 42 del estado de excepción que rige desde el año 2022 y que ha permitido la suspensión de derechos constitucionales como el de ser informado sobre los motivos de la detención o el de tener acceso a un abogado. Además, las fuerzas de seguridad pueden intervenir las telecomunicaciones sin orden judicial y extiende la detención sin audiencia judicial de 72 horas a 15 días.

No parece ser tan complicado darse cuenta entonces, aunque algunos se empeñen en defender este modelo e incluso añorar algo parecido en otras latitudes, que lo único que camina a paso firme en El Salvador es la consolidación de una simple y vulgar dictadura.

Las fábulas no pasan de moda porque describen impulsos humanos que se repiten una y otra vez. La historia del flautista nos recuerda que la democracia, la libertad y la institucionalidad son bienes tan valiosos como la seguridad. Un pueblo que sacrifica lo primero por lo segundo puede terminar descubriendo, demasiado tarde, que el precio fue mucho más alto de lo que pensaba.

Ya lo decía con certeza el genial Albert Camus:

La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las debilidades de los demócratas”.

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