La observación de aves es mucho más que un pasatiempo; es una práctica que moviliza a millones de personas en el mundo y dinamiza economías locales, especialmente en territorios rurales alejados de los centros turísticos tradicionales.

En Costa Rica, gracias a nuestra extraordinaria biodiversidad, hemos logrado posicionarnos como un referente mundial en este segmento. Así quedó demostrado en el III Congreso de Turismo de Bajo Impacto (CONTUBAI), celebrado el 23 y 24 de septiembre en el Campus Pérez Zeledón de la Universidad Nacional, en el que pudimos compartir datos del aviturismo como herramienta de desarrollo socioeconómico y su potencial para seguir beneficiando tanto a la biodiversidad como a las comunidades locales.

Observar aves implica mucho más que alzar la vista al cielo, requiere comprender su dinámica, la presencia y distribución de nuestros amigos alados en ecosistemas clave, los patrones migratorios y la espacialidad que las caracteriza. A ello se suma la necesidad de un sistema turístico especializado, capaz de atender a un viajero exigente que busca experiencias únicas y sostenibles. Aunque cualquier patio, hotel o sendero pintoresco puede ofrecer encuentros con aves, no todos los lugares están preparados para consolidarse como destinos.

El aviturismo no es nuevo en Costa Rica, pero sí ha sabido reinventarse, destinos pioneros como Sarapiquí, Carara, Los Santos y Monteverde abrieron el camino, y hoy nuevos nodos como Caño Negro, Coto Brus, Barra del Colorado y el Valle de El General se suman a la red, expandiendo la oferta de turismo especializado más allá de los circuitos tradicionales.

La riqueza ornitológica es el pilar de este éxito, con 940 especies documentadas —casi el 10% de la avifauna mundial— el país se ha convertido en un paraíso para los observadores. A ello se suman más de 250 especies migratorias boreales, alrededor de 100 endémicas compartidas con países vecinos y siete exclusivas del territorio nacional, incluyendo la Isla del Coco. Entre ellas destacan el Pinzón Cafetalero, el Colibrí de Manglar, el Cuclillo de la Isla del Coco y la Tangara de Mejillas Negras, verdaderos tesoros que hacen de Costa Rica un destino imperdible para los birders.

La importancia económica del segmento es indiscutible, según la Mesa Nacional de Aviturismo, más del 15% de los visitantes internacionales realizan al menos una actividad de observación con equipo especializado. En 2019, más de 200 mil personas llegaron al país motivadas por el aviturismo, y otras 250 mil realizaron al menos una actividad de avistamiento durante su visita, generando un derrame superior a los 800 millones de dólares.

La referencia internacional es aún más reveladora, en Estados Unidos, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre contabiliza 96 millones de aficionados, de los cuales 43 millones viajan para sumar nuevas especies y más de cinco millones cruzan fronteras cada año. Esta industria mueve más de 279 mil millones de dólares anuales en esa nación, donde es el segundo pasatiempo de mayor crecimiento. Europa y el Reino Unido tampoco se quedan atrás, con más de 10 millones y 8 millones de observadores respectivamente.

La competencia global es intensa, pero Costa Rica conserva ventajas clave: diversidad de especies en recorridos cortos, seguridad, accesibilidad, infraestructura turística especializada y recurso humano altamente capacitado.

El perfil del pajarero internacional que llega a tierras ticas lo confirma, en su mayoría mayores de 50 años, invierten entre 200 y 400 dólares diarios en hospedaje, alimentación, transporte y experiencias, duplicando o triplicando el gasto promedio nacional de 120 dólares. Además, es un turismo respetuoso, interesado en la biodiversidad y en su protección.

No podemos olvidar el mercado doméstico, que suma más de seis mil costarricenses y residentes practicando aviturismo. Es un pasatiempo relativamente joven, impulsado en las últimas dos décadas, y a diferencia del internacional, la mayoría de observadores locales son menores de 50 años. Este segmento complementa la estacionalidad, movilizándose principalmente en fines de semana y fortaleciendo economías rurales.

Muchos centros especializados han sabido combinar birding, ciencia y conservación en un modelo donde todos ganan: comunidades, ecosistemas y viajeros. Hoy más de 200 hoteles consideran al aviturismo como uno de sus mercados prioritarios. A ellos se suman más de 100 restaurantes, reservas y áreas protegidas, así como 30 operadores receptivos exclusivos. En conjunto generan más de 2.500 empleos directos y alrededor de 10 mil indirectos, llevando recursos a territorios rurales y reduciendo presión sobre destinos saturados.

Más allá de los beneficios económicos, el aviturismo también impacta en los indicadores sociales. El Índice de Progreso Social de destinos turísticos muestra que los territorios con fuerte presencia del segmento —como Monteverde, Los Santos, Valle de El General y Coto Brus— destacan en dimensiones como necesidades básicas, bienestar y oportunidades, confirmando que el turismo basado en naturaleza mejora la calidad de vida de las comunidades.

El sector, sin embargo, enfrenta retos. La gestión de destinos consolidados debe prevenir la masificación. Además, se requiere avanzar en regulación y en la promoción de jardines de plantas nativas y estaciones de alimentación bien manejada. La buena noticia es que ya existen avances, como la primera versión del Manual de Buenas Prácticas de Observación de Aves en Costa Rica, que marca el camino hacia una mayor sostenibilidad.

Desde la academia, el sector público y la empresa privada podemos articular esfuerzos para consolidar esta industria con ciencia, datos e innovación. El objetivo debe ser claro, integrar más comunidades a la cadena de valor, proteger la biodiversidad y fortalecer la economía nacional.

El aviturismo es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de ecoturismo que tenemos. Es un bastión competitivo, versátil y en constante evolución. No descuidemos sus indicadores, su profesionalización ni sus oportunidades de crecimiento. Hablar de aviturismo es hablar de turismo del bueno, del negocio de mirar al cielo.

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